… En vivo desde el Gran Hotel Abismo.
El convulsivo año 2011 se ha ido y los agoreros que leen mal las profecías mayas anuncian calamidades peores para el 2012.
Se apodera, una vez más, el tráfago alarmista que nutre, (o más bien engorda) a cierta prensa ansiosa de entretener más que informar a su “audiencia crítica”, así, con hartas comillas.
Podría aducirse la frecuencia cada vez más acelerada de desastres naturales, la profusión de rarezas (físicas y presidenciales) de todas clases que, en verdad, se repiten año tras año, o las más que falsas alarmas de crisis económicas, cracks del milenio, ahora sí, jefe.
Se sabe desde hace tiempo que los especuladores se valen de estos voladores de luces como tácticas de shock para intentar paralizar, cada vez más en vano, a las oleadas de indignados con el paraíso neoliberal que, más temprano que tarde, derribarán sus irreales muros y se llevarán con ellos sus montañas de dudosos privilegios.
La voz omnipotente de los economistas, nuevos sacerdotes que rigen la gran pirámide que cargas sobre tus hombros con tu trabajo y tu tarjeta de crédito famélica ya parece el sonsonete ratonil del Mago de Oz.
Burdas suenan las advertencias de los “expertos”, retórica ciega y claustrofóbica la de las autoridades. Hay una crisis, claro que sí, pero del sentido.
Los tiempos no se están leyendo bien o no se quieren leer bien. De manera tal que el 2012 bien puede traer un colapso, pero del Power-That-Be. A eso le teme el concilio neoliberal y eso enmascaran en su red de mentiras, equívocos y falacias de toda especie.
Y todo esto se trata, una vez más de un problema de mala lectura. Como dice el buen Harold Bloom, una lectura errada de un texto puede generar una infinita red de significados y sentidos inesperados a un texto.
La prosa poética bella, resentida y altamente política del Apocalipsis engendró y engendra una babel de anuncios catastróficos, cálculos que llenaron millones de papeles inútiles… y el mundo no se terminó el temido 2000.
¿Y2K? Una pieza de museo más en la galería de horrores y errores que ostenta la mala lectura del siglo, su devenir y el discurso que lo ilustra. El relato, como lo llaman los señores de la tele que tanto le gustan, señora.
Supongo que los códices mayas están corriendo la misma suerte (¿ante el desprestigio de la Biblia?). Si ocurre el mega desastre tan temido (¿o deseado?), la estadística azarosa de los desastres cósmicos puede tocarnos sencillamente porque así funciona el universo… y sería.
Suena perverso de mi parte, estoy más que de acuerdo.
Yo no hago caso, como Teodoro Adorno, en aquella extraordinaria pulla de Lukacs, tomo posición y me instalo en el Gran Hotel Abismo.
Observo, desde aquí, el marasmo mítico creado por la retórica de los medios y los mitos con que persisten en embaucarnos los adalides de la razón y la ciencia, comprados por los capitanes de la industria del entretenimiento.
¿Cómo creo que será el cacareado e histérico fin de los tiempos? Que mejor la voz lúcida de Jorge Teillier:
“El día del fin del mundo
será limpio y ordenado
como el cuaderno del mejor alumno.
El borracho del pueblo
dormirá en una zanja,
el tren expreso pasará
sin detenerse en la estación,
y la banda del Regimiento
ensayará infinitamente
la marcha que toca hace veinte años en la plaza.
Sólo que algunos niños
dejarán sus volantines enredados
en los alambres telefónicos,
para volver llorando a sus casas
sin saber qué decir a sus madres
y yo grabaré mis iniciales
en la corteza de un tilo
pensando que eso no sirve para nada.
Los evangélicos saldrán a las esquinas
a cantar sus himnos de costumbre.
La anciana loca paseará con su quitasol.
Y yo diré: “El mundo no puede terminar
porque las palomas y los gorriones
siguen peleando por la avena en el patio”.
“El abismo invoca al abismo”, dice la famosa máxima. Desde aquí mi cuarto de hotel con tan linda vista, arriba de cielos e infiernos de plástico, y como el último Lennon, yo sólo miro las ruedas.
Que el caprichoso dragón nos traiga un 2012 interesante. Así sea.