La dictadura chilena provocó quiebres a niveles culturales tan violentos y significativos como los ocurridos en su vida política.
Tal ruptura bloqueó los espacios conquistados para el arte en los periodos anteriores al golpe militar, no sólo por la cantidad de víctimas de la represión que se llevó de los campos artísticos, sino también por el cierre de lugares destinados para el arte y su libre creación.
Ante la falta de espacios y la extremada censura, nacieron inolvidables espacios de resistencia artística, como El Trolley, Matucana 19, Café del Cerro, y muchos más a los que les debemos gran parte de nuestro patrimonio cultural.
Otra acción importante la realizaron personajes claves de nuestras artes escénicas, que se tomaron las calles para hacer obra, llegar a un público, crear en la danza, la música, la performance y el teatro.
Con la fuerza de la contracultura, la luz del arte, de todo arte, brotó en Chile en aquellos espacios no oficiales.
Es menester mencionar a creadores de la talla de Andrés Pérez y Juan Edmundo Gonzáles, quienes fundaron el Teatro Urbano Contemporáneo (TEUCO) e incursionaron en la escena callejera haciendo historia con sus zancos, maquillajes, máscaras, muñecos, coreografías, piezas musicales desplegadas en obras propias o en dramaturgias adaptadas para el transeúnte.
Varias creaciones y también varias y brutales detenciones marcaron la trayectoria de este grupo y como ellos, la de tantos otros que se sumaron a lanzar sus dispositivos creativos a la calle.
Antes, en una reflexión altamente conceptual y de vanguardia, el precedente lo había marcado el Colectivo de Acciones de Arte CADA, que reunía creadores y teóricos de distintas disciplinas que con su quehacer marcan trascendencia hasta hoy.
Ellos irrumpieron también en la población y en espacios impensados, como el propio aire, arrojando desde avionetas volantes que partían diciendo: “Nosotros somos artistas, como cada ser humano que trabaja por la ampliación, aunque sea mental de sus espacios de vida, es un artista”.
Fue a mediados de los años ochenta que Patricio Bunster y Joan Turner, quienes habían llegado a Chile de vuelta del exilio, fundaron la Compañía de danza Espiral.
Ellos llevaron sus creaciones a todos los rincones donde un cuerpo de danza pudo llegar sin medios y en plena dictadura.
Distintas poblaciones y pueblos de Chile pudieron ver su arte gracias a su coraje y compromiso. Junto a ellos o en otras iniciativas coreográficas, destacados intérpretes y creadores fueron el cuerpo que danzó en la resistencia.
Hoy, cuando ya se cumplen cinco años de la muerte de Patricio Bunster, el movimiento estudiantil ha despertado las calles y hemos visto una nueva escena que resiste.
Y aunque se cuestiona la categoría de espectáculo aparecida en coreografías como la del Thriller por la educación, o las caricaturas de personajes hollywoodenses caminando con sus letreros por una educación sin lucro, ante la urgencia de la acción, se comprende la necesitad de un referente común y de alcance masivo, esta vez venido por ejemplo, de la cultura del videoclip.
También la calle también pide otras cosas, que por ahí surgen en los desnudos, performances o pasacalles como las de un grupo de jóvenes estudiantes de danza del Espiral, hoy parte de la UAHC, que acogen a estudiantes de otras instituciones y marchan con una secuencia de movimientos que no decae, que con cada paso cobra mayor corporalidad.
Siguen desplazándose a pesar que hace unos días, gracias a los rápidos registros audiovisuales, pudimos ver las lesiones en sus cuerpos tras ser detenidas por estar bailando en la vereda.
No tardaron mucho en volver a ponerse de pie y continuar su danza.
Su danza, que inevitablemente nos recuerda la del maestro Patricio Bunster y la de todos aquellos que conformaron la danza independiente chilena y encarnaron el cuerpo de los que creyeron que el arte es un derecho como la libertad o la igualdad.