Por allí y por allá, en algún artículo, en un comentario, en las noticias, en algún slogan, he percibido en Chile la influencia de un texto del político e intelectual francés Stéphane Hessel, intitulado “Indignez-vous” (Indignaos).
Tanto el autor como el texto son interesantes, dignos de algún examen más atento y crítico.
Desde luego, el señor Hessel es una persona muy notable -un testigo viviente del siglo XX y ahora también del XXI- por su lucha contra el nazismo, por los derechos humanos universales, por el estado de bienestar en Francia y Europa.
Desde mi perspectiva, que tiene en alta estima la democracia política, por imperfecta que sea, me parece muy destacable su honestidad para reconocer los regímenes políticos totalitarios allí dónde hayan aparecido.
Así, al menos menciona directamente dos de ellos: la Alemania nazi y la ex Unión Soviética.
Y aunque omite aludir a otros, imagino que puede estar dispuesto a reconocer que existen hoy otros sistemas políticos no-democráticos, como los de China, Corea del Norte o Cuba, por ejemplo.
El texto mismo no es propiamente un libro, ni tampoco una reflexión intelectual profunda.
Más bien se trata de un folleto, lo cual expreso sin ninguna intención, ni sentido peyorativo.
No está muy bien escrito (aunque ello puede deberse a un problema de traducción). Tiende a ser reiterativo. No desarrolla mucho las tesis que propone, aunque reconozco que quizás esa no fue su intención al dictarlo y revisarlo (pues fue escrito por una periodista que tomó notas de sus conversaciones con Hessel).
En el texto hace memoria: recuerda la resistencia francesa al nazismo, en que participó activamente; su colaboración en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre; el Programa de Gobierno para Francia para cuando fuere liberada.
Deja muy en claro su completo rechazo a la violencia y su adhesión a la no-violencia. Este tema lo llevó a separar caminos con uno de sus inspiradores, el también filósofo francés Jean Paul Sartre.
Su reflexión sobre la violencia es notable: considera que ella no solo es ineficaz sino que, lo que es más terrible, “la violencia vuelve la espalda a la esperanza”, dice. Todos (él se refiere a “opresores y oprimidos”) debemos aprender eso y llevar adelante una negociación que termine con la opresión y con la violencia.
Por último, sin pretende agotar todos los temas que el texto toca, me refiero a aquel que más ha convocado la atención: su llamado a indignarse.
Hessel llama a los jóvenes a buscar motivos de indignación.
Y yo pienso ¿por que no también a los viejos? Después de todo también tienen/tenemos/tengo -y muchos- motivos de indignación.
Algunos de los motivos de indignación que él señala son muy franceses, o europeos quizás: el trato a los inmigrantes, a los indocumentados, a los gitanos, los recortes al sistema de seguridad social, la disminución de los salarios de los profesores (dejo fuera su indignación a propósito de Palestina, un tema en que hay que ser especialista para entenderlo y reflexionar seriamente).
En general, los pensamientos y sentimientos que se expresan pueden ser compartidos, aunque no sean suficientemente desarrollados en el texto que comento.
Sin embargo, a mí me parece que la indignación por la indignación misma no constituye una manera de pensar sino más bien una manera de sentir y conectarse con los predominantes sentimientos de ira, ansiedad, desafección con el sistema, tan prevalecientes en casi todas partes del mundo actual.
Así ocurre en España, Filipinas, Grecia, Israel, Inglaterra, etcétera -también en Chile.
Tampoco me parece aceptable que solamente convoque a indignarse y no señale, o al menos sugiera, una propuesta para después de adquirida la indignación.
Claro que en esa debilidad Hessel está acompañado de muchos, puesto que considero que nadie sabe hoy muy bien para dónde vamos o debemos ir.
Solamente existe indignación, desafección intensa, movilizaciones multitudinarias, rechazo al sistema, todo ello acompañado de algún grado de violencia, pero sin que siquiera se vislumbre qué se quiere en su reemplazo.
También me parece que Hessel no barrunta que la mera indignación por la indignación tiende a llevar a esa violencia que él rechaza; con mayor razón aún en sistemas más inequitativos que el francés. En ello asoma, a mi juicio, el complejo y delicado asunto de la ética de la responsabilidad de los intelectuales en política.
Por mi parte, prefiero y opto por un sistema que vaya acompañado de un régimen político democrático.
Ese es el único régimen que nos permite indignarnos, reclamar, defendernos, perfeccionarlo, y desde allí proponer un sistema reformado, o incluso diseñar y proponer algún otro que nos guste más que el actualmente predominante.