Un estado gripal me otorgó la ocasión de ver televisión y de reflexionar sobre su calidad, comparando la que nos ofrecen los canales chilenos con la que difunden algunos canales del cable. ¡Qué enorme diferencia! Tanto en los programas de esparcimiento como en los noticiarios.
La semejanza está solamente en los comerciales.
Veamos. Nuestros programas noticiosos exhiben una calidad ínfima, dan pena y no informan sobre lo que prometen: “las noticias de Chile y el Mundo”. ¡Falso!
De Chile muestran muy poco, salvo de situaciones de dudosa importancia ocurridas en Santiago, pero Chile, propiamente tal, está ausente la mayoría de las veces.
¿Es que no ocurre nada importante en “esta larga y angosta faja de tierra”?
¿O las demás ciudades no forman parte de Chile? Las regiones están ausentes, a no ser que ocurra un fatal accidente carretero, un gran asalto o una catástrofe natural. Como si todo lo importante sucediera solamente en la capital del reino. En esto, las radioemisoras están un poco mejor, pero ni tanto.
¿Y del mundo? ¡Menos! A no ser que (bueno, los mismos casos anteriores: graves accidentes, un grave hecho policial, un desastre natural).
Cabe preguntarse: ¿es necesario, entonces, que los periodistas estudien cinco años en la universidad para desempeñarse así?
Los antiguos periodistas no la necesitaron y tenían un mayor grado de calidad: no solo informaban, sino que, además, analizaban, comentaban, ilustraban…
Ver el diario acontecer en un canal chileno es no enterarse de nada importante. Es una pérdida de tiempo. Podemos pasar tranquilamente varios días sin ver las noticias y no por eso estar desinformados de nada que valga la pena.
Claro que en el lugar de trabajo no podríamos participar en aquellas conversaciones sobre el último asalto al cajero automático de turno, las balas locas disparadas en la población tal o la banda de niños que robó en un negocio o en una casa particular.
Nada trascendental en lo absoluto y mucho menos si no se realiza un análisis de la situación.
Los chilenos vemos los noticieros por simple costumbre y nada más, porque no son un aporte. Ese tiempo de transmisión resulta ser un despilfarro de energía… eléctrica, no de energía neuronal.
Casi sería mejor que a eso de las 21.00 hrs., cuando casi todos los canales chilenos difunden sus noticiarios centrales, un rostro agradable anunciara con voz melodiosa que: “a contar de este momento, nuestro canal está autorizado a suspender su programa noticioso para contribuir al ahorro energético del país y del planeta.”
¡Colosal! En ese caso, los interesados en saber lo que ocurre en el mundo cambiaríamos a un buen canal extranjero y saldríamos ganando. Lo dejo lanzado como una idea ecológica.
Y comprobaremos que nuestra farra televisiva es mucho más grandiosa, si nos detenemos a ver lo que ocurre en cuanto a programas infantiles, misceláneos o de simple entretención.
Aquí la pobreza es más que franciscana.
Pensemos que la educación de un país no es la que se intenta inculcar solamente en las salas de clase. La televisión también puede transformarse en una gran sala de clases o, al menos en una ayuda fundamental. En ocasiones muy contadas lo ha sido, pero el asunto es que puede ser mucho más, y mucho más que una “franja cultural” como existió antaño, que si bien era poco, al menos era algo.
Evidentemente no postulo que nuestra televisión sea exclusivamente cultural; pero sí aspiro a que no sea solamente sin contenido.
Recuerdo que hace unos años un alto ejecutivo de un importante canal nacional me contó que habitualmente los canales de televisión compran en el extranjero paquetes de programas, como si fueran grandes contenedores donde viene de todo, incluso programas culturales, como puede ser una serie histórica hecha con profesionalismo, una obra teatral de relevancia mundial, una ópera destacada o un concierto, pero esos programas “nerds” juntan polvo en los anaqueles del canal, porque no hay ningún auspiciador que se interese en su difusión. Lo creo.
Para una multitienda o una empresa resulta más rentable auspiciar cualquier otro programa grotesco que de más rating. Muy comprensible desde el punto de vista económico, pero es que ese no es el único punto de vista ni tampoco el más importante, creo yo.
Así, mientras sigamos teniendo auspiciadores con ese criterio tan primitivo, y ejecutivos de la televisión que no estén dispuestos a modificar el paradigma, continuaremos farreándonos como nación un medio tan poderoso como es la televisión para enriquecer intelectualmente a la sociedad, especialmente a la juventud, que tanto lo necesita, al parecer.
Un minuto de la televisión puede lograr mayor efecto que mil excelentes profesores en sus respectivas salas de clases frente a sus alumnos. No hay duda. Y ese minuto nos lo farreamos a diario. ¿Cuánto podría hacerse en ese minuto?
Durante todo este escrito he luchado contra la tentación de mencionar programas y canales de televisión abierta o cerrada que a mi juicio son representativos de una buena televisión o bien de un despilfarro energético.
Harto me ha costado, pero creo que cada lector puede diferenciar, aunque sea sin pasar necesariamente por un estado gripal, como fue mi caso.