El secreto de la paz está en el respeto de los derechos humanos. Juan Pablo II
Había una vez un anciano que pasaba los días sentado junto a un pozo a la entrada del pueblo.
Un día, un joven se le acercó y le preguntó:
“Yo nunca he venido por estos lugares, ¿Cómo son los habitantes de esta ciudad?”
El anciano le respondió con otra pregunta: “¿Cómo eran los habitantes de la ciudad de la que vienes?”
“Egoístas y malvados, por eso me he sentido contento de haber salido de allá”
“Así son los habitantes de esta ciudad”, le respondió el anciano.
Un poco después, otro joven se acercó al anciano y le hizo la misma pregunta: “Voy llegando a este lugar, ¿Cómo son los habitantes de esta ciudad?”
El anciano, de nuevo, le contestó con la misma pregunta:
“¿Cómo eran los habitantes de la ciudad de donde vienes?”
“Eran buenos, generosos, hospitalarios, honestos, trabajadores. Tenía tantos amigos, que me ha costado mucho separarme de ellos”
“También los habitantes de esta ciudad son así”, respondió el anciano.
Un hombre que había llevado a sus animales a tomar agua al pozo y que había escuchado la conversación, en cuanto el joven se alejó le dijo al anciano: “¿Cómo puedes dar dos respuestas completamente diferentes a la misma pregunta hecha por dos personas?”
“Mira” – le respondió – “Cada uno lleva el universo en su corazón. Quién no ha encontrado nada bueno en su pasado, tampoco lo encontrará aquí. En cambio, aquel que tenía amigos en su ciudad, encontrará también aquí amigos leales y fieles. Porque las personas son lo que encuentran en sí mismas, ellas siempre encuentran lo que esperan encontrar”.