La verdadera novedad de la votación de noviembre es la elección directa de los Consejeros Regionales en las quince regiones del país. Algunos la han minimizado por la vía de criticar los mecanismos de selección de los candidatos, un tanto alejados del escrutinio público. Sin embargo, hay que reconocer que esta elección no tiene parangón en la historia nacional.
Si se considera una región, se observa en primer lugar el número y domicilio político de todos sus parlamentarios. Los dos o cuatro senadores indican en líneas gruesas la importancia de la región.Representan a sus coterráneos, canalizan sus demandas, se agitan por intereses específicos, pero no representan una instancia organizada de poder regional.
Los senadores y los diputados por más que quieran y digan, no son precisamente representantes de las regiones.El Consejo Regional si lo será.
No será un Congreso ni un parlamento, pero es un consejo electo por el pueblo regional.Con ello, se está creando una nueva realidad pública que pondrá a prueba el liderazgo de las ciudades capitales, y esto significará más democracia junto con la maduración de una clase política de carácter regional y local.
El próximo año será el comienzo de un camino inédito, una vía hacia la autonomía coherente con el proyecto de país que hace posible una república, que tradicionalmente ha sido unitarista.Una mentalidad que ha intentado forjar un tipo de ciudadano que es igualmente calificado en Arica o Punta Arenas, sin consideración a la distancia, clima o geografía de sus territorios.Así, Santiago se ha visto ampliamente favorecido por esta noción hasta el punto de su saturación.
Pero es en definitiva, la disposición de los dirigentes lo que hará posible el uso adecuado de estas capacidades especiales de autogobierno. Sobre todo una eficiente gestión de sus competencias específicas: los planes de desarrollo territorial, la orientación del Fondo Nacional de Desarrollo Regional (FNDR), el fomento de las actividades productivas, el ordenamiento geográfico, entre otras.
Aunque lo más importante es que a partir de ahora el Consejo Regional será el espacio institucional que actuará de parlamento de facto, de las distintas corrientes de opinión política que operen en el espacio regional.
Sin embargo, la autonomía regional comporta el problema de articular intereses contrapuestos entre las aspiraciones y demandas de sus comunidades y las opciones y prioridades del gobierno nacional.
Ha sido difícil avanzar en la autonomía regional porque no hay un acuerdo transversal en el límite de la misma, que en su fase crítica puede amenazar con el desmembramiento del propio Estado nacional, como lo ilustra el enfrentamiento de Cataluña con España.
En la izquierda centralista también hay cierta aversión a las regiones por ser obra
de la dictadura militar.Algunos han propuesto la creación de macro-regiones sin mucho entusiasmo. La pregunta que siempre rondaba era ¿son las regiones algo sólido que queremos preservar y dotarlas de autogobierno?Una pregunta caduca, en la medida que la elección directa de los COREs está creando ciudadanos regionales, en un proceso que la propia democracia lo hace incuestionable.
Este proceso regionalista chileno en curso también cuestiona el rol del gobierno nacional.Porque al final de este impulso autonómico es legítimo preguntarse ¿quedará después de todo, el suficiente poder en Santiago para redistribuir entre regiones o se dejará que unas tengan éxito y otras fracasen?
Aún así, los consejos electos son el inicio de una estimulante comunidad democrática regional.