Si bien la aprobación de la ley de inscripción automática y el voto voluntario se produjo hace apenas una semana, el debate en torno a este tema lleva semanas e incluso meses suscitándose.
Diversas voces se han pronunciado respecto a las potencialidades, modernidades, efectos, consecuencias, vencedores y derrotados, discursos y ¿renovaciones?, cambios y miedos políticos, insanidades morales, etcétera, etcétera, que “debiera” generar el nuevo escenario electoral.
Pero por esas casualidades de la vida o del café, de todas las voces, opiniones y argumentos que se han oído, ¿alguien le ha preguntado a una persona que NO VOTA por qué no lo hace?
Si revisamos un par de opiniones con nombre y apellido, encontramos que hace casi un mes apareció un artículo titulado “No más infantilismo revolucionario”, en el cual el columnista, señor Cristóbal Bellolio, nos informa que se preocupó de realizar una pregunta capital a jóvenes participantes de la política universitaria: ¿Por quién votarías si las elecciones fueran este domingo? La instancia en que efectuó la interrogante, según da cuenta el precandidato a la precandidatura por Providencia, fue un debate para las elecciones de la FECH que se realizaron a principio de diciembre.
En este punto, debemos destacar la importancia del contexto que describe Bellolio: no cabe duda que uno de los escenarios que propició el debate sobre este tema, mucho antes que se discutiera en el parlamento la ley, fue el movimiento estudiantil de este año, esa “primavera” -como la llaman ciertos hum(or)istas- que trae “aires de renovación” a nuestro país, a pesar de que “aires de renovación” es una frase que no dista mucho sinónimamente de los “aires de cambio” que soplaban según un candidato presidencial hace ya once años atrás. Pero retorno a lo que nos convoca.
Señala Bellolio que de los entonces ocho candidatos a la FECH, cinco (los de izquierda) optaban por anular, mientras que los otros tres (los de centro y los de derecha) votarían o por Vallejo o por Optimus prime o por Allamand. Para su pavor –y el de su grupo de intereses particulares proyectados en la esfera pública-, si esa fotografía fuera el resultado real de las elecciones, el nuevo presidente era Andrés Allamand.
A raíz de esto –aunque desviando la atención al tema del voto y la participación ciudadana en sí-, Bellolio condena la actitud de estos jóvenes con una añeja frase reaccionaria, frase que en el presente año tuvo una actualización, con matices, en el ya famoso “inútiles subversivos”: es una actitud, una postura de “infantilismo revolucionario”, de aquella “incapacidad de ganar la partida siguiendo las reglas del juego”.
Bellolio refuerza su argumento culpando a aquellos que no votan –a propósito de la pregunta que mueve este artículo-: “¿cuál es, en cambio, la estrategia del infantilismo revolucionario?
En la radio escuché un dirigente estudiantil señalando que no estaba inscrito en los registros electorales porque ‘el sistema no le representa’. Claro: si no participan, se hace muy difícil que el sistema los represente. La democracia es un proceso trabajoso de acuerdos y mínimos comunes, no de pataletas temperamentales”.
Si bien la argumentación de Bellolio es tradicionalmente correcta, me parece que tanto su pregunta y conclusiones como las circunstancias que propician su (justificación enmascarada como) “reflexión” son, por un lado, capciosas, y, por otro, muestras clara de dos de las peores caras del debate:
1) Bellolio, ejemplo de aquel que fantaseando con su “responsabilidad cívica” y su “vocación de servicio público” defiende el actual sistema político en pos de personales intereses electorales a nivel de cúpulas, tratando así de enmascarar su figura de siervo que aspira a ser el día de mañana el nuevo patrón de fundo en una comuna;
2) un grupo de jóvenes que expresan su postura con frases que no hacen más que prestarse para que otros puedan pintarlos como peligrosas figuras que no quieren respetar “las reglas del juego”. (Porque esto es lo que se quiere decir con la chapa de infantilismo revolucionario: eres un niñito peligroso.)
Ahora bien, estos jóvenes, reducidos y deslegitimados por el poder político con el mote de ultras, tienen un valor insoslayable a nivel de sinceridad política, puesto que al declarar que anularían o que no votan sinceran sus posiciones, algo de lo que carecen TODOS aquellos que pertenecen a los partidos y sus juventudes que “participan” hoy del poder político.
Otra voz polémica dentro del debate en torno al voto voluntario fue la de Fernando Villegas, quien tituló una columna respecto al tema como “El derecho a no ser ciudadano”, en alusión frontal a aquellos que no votaban y que, gracias a la voluntariedad del voto, no votaremos, eludiendo con el “permiso de la ley” nuestra obligación de ser ciudadanos.
Su argumento se resume en el siguiente fragmento: “¿Por qué, entonces, el acto más importante de todos, elegir a los gobernantes, habría de librarse de dicha premisa? ¿Qué lógica es esa según la cual un acto de tal calibre puede no ser un DEBER y convertirse en OPCION? ¿Qué clase de ciudadano es el capaz de optar por no serlo cuando más debiera serlo?”
La delirante argumentación de Villegas defiende una postura similar a la de ciertos senadores y diputados –justamente los que están al “medio” de los “delirios” políticos, es decir, la DC, aparente justo medio entre la derecha y la izquierda-.
Sin embargo, al igual que Bellolio, Villegas también se encarga de fustigar a los no votantes desde su pupitre, aquel que está ubicado dentro del living del sistema político como ala no explícita de la clase política. Ni Bellolio, ni Villegas tienen la decencia de incluir en sus argumentos la postura razonada de alguien que no vota.
Esta incapacidad de ambos de integrar las otras voces no solo da cuenta de un mal de toda nuestra política y de gran parte de las caras del debate públicos: también demuestra que no poseen el más mínimo interés de saber los motivos que llevan a alguien a no votar: no hablan con pueriles revolucionarios, ni con insanos no ciudadanos.
Pero, ¿dónde está la voz de los que no votamos? ¿Quién nos ha preguntado los motivos de nuestra OPCIÓN? ¿Alguien ha indagado en por qué hay personas que en una posición similar a la mía, sienten que NO VOTAR más que una opción es un DEBER ante la corrupción y degeneración de la delegación, la falta de renovación y de inclusión nuevos actores en política, la exclusión social y la molestia con el mundo en blanco y negro que postula nuestra discursividad política oficial? Tal vez sea necesaria esta tarea.