En este fin de semana, se han desarrollado en nuestro país, dos importantes noticias.
La primera de ellas, nos conmociona a todos y nos llena tristeza. La segunda, debería darnos una luz de esperanza, respecto a la posibilidad de comenzar a solucionar, los profundos conflictos gestados en el marco del conflicto estudiantil.
Ambas situaciones tienen como protagonistas a grupos de personas, movidos por ideales fundamentales, cuyo objeto apunta a que Chile crezca, y crezca mejor.
En la primera de ellas, nos encontramos con un grupo de profesionales, que desde sus distintas disciplinas, y con un encomiable espíritu de solidaridad, se han unido con un firme y claro objetivo en común: asistir a quienes han sido profundamente afectados por el terremoto y tsunami.
Estas personas, han sido un testimonio viviente de la materialización de los ideales, que como chilenos, todos queremos, otorgando una mejor calidad de vida, a personas que tanto lo necesitan, de una manera concreta y además, eficaz.
El segundo escenario tiene como protagonistas a estudiantes y sus dirigentes, que han levantado sus voces en pro del ideal de la educación y la necesidad urgente de que esta mejore en Chile.
No obstante la nobleza de este ideal, los mecanismos para la ejecución de dicho fin, dista mucho del descrito anteriormente.
En los últimos meses ha reinado en Chile la discordia, la violencia, el resurgimiento de los estériles y antiguos emblemas de la lucha de clases, llegando a niveles de odiosidad, en que ni los profesores de filosofía se salvan.
Tenemos en el primer grupo descrito, personas del nivel de Felipe Cubillos, que no obstante su buen pasar, lo dejó todo para entregarse en cuerpo y alma a la tarea de reconstrucción del país después del terremoto.
No sólo desde el punto de vista material, sino que con el anhelo de devolverle la dignidad a la gente, poniendo énfasis siempre y sin excepción, en la necesidad de mejorar la educación, no quedándose en la idea, sino poniendo siempre manos a la obra, sin esperar.
En el segundo grupo en tanto, encontramos personajes como Camila Vallejo, junto con los demás dirigentes universitarios, secundarios, del Colegio de Profesores, de los trabajadores entre otros.
En el conflicto estudiantil, respecto del cual dichos dirigentes encabezan a distintos actores involucrados, se han efectuado enormes intentos del Gobierno por generar propuestas concretas para mejorar la educación, en medio de convocatorias a innumerables marchas y movilizaciones que han traído aparejadas, con escasas excepciones, cuantiosos daños de la propiedad pública y privada, de personas que con tanto esfuerzo han logrado conseguir.
En un primer acercamiento entre los distintos actores, producido el sábado, se dirige Camila Vallejo a la prensa de manera altanera y algo arrogante, para comunicar que comenzarán las reuniones internas para evaluar, y evaluar y seguir evaluando, lo que no implica el cese de las movilizaciones, y lo que en consecuencia, no trae ninguna solución concreta para la real solución de los urgentes problemas de la educación que a todos nos preocupa.
Tras la tragedia, empezar, partir, poner manos a la obra, ir al encuentro de la gente. Crear una alianza virtuosa, entre quienes necesitan y los que pueden dar. Moverse por la fuerza de los ideales, que unen, que dignifican, que nos hacen crecer.
Tras los conflictos que preocupan a la ciudad entera, movilizarse, dejar de estudiar, tomarse los colegios y destruir lo que hay en ellos. Manifestarse con desmanes, coartando la libertad de los compatriotas que no pueden realizar sus labores cotidianas producto de los desordenes y daños en la vía pública.
Estancarse y permanecer subyugados por el peso de ideologías que dividen, que generan odio y violencia, y que de manera inútil nos hunden.
La reconstrucción es posible. La educación de calidad también lo es. He ahí el mensaje de esperanza.
Reflexionemos tras lo ocurrido el modo de que como país podamos llevar esta misión a cabo, de manera digna y que nos haga crecer. Es tiempo de moverse por la fuerza de las ideas y dejar atrás las ideologías de la odiosidad.