El camino entre San Juan y Mendoza es largo y peligroso. La carretera es de una pista, como las antiguas nuestras, y la ruta está llena de autos con patente chilena que vienen de un festejo largo y agónico.
Y que casi no llega.
Los mexicanos, como era previsible y habíamos anticipado, se defendieron sin asco y trataron de hacer de sus desgracias una justificación. Fueron, con lejos, el equipo más defensivo de la primera pasada del torneo. Más que Venezuela, más que Bolivia, más que Costa Rica.
Y el mérito de Chile fue darlo vuelta y –a diferencia de Brasil y Argentina- concretar en el arco contrario el abrumador dominio que ejerció. No fue un partido de grandes luces, y ni Alexis, ni Suazo ni Fernández brillaron, porque la selección no fue una fuerza colectiva inspirada, sino una aceitada maquinaria que ganó este partido por ñeque, con dos centros aéreos, con precisión cirujana pero pasional.
Así también vale. Por eso ahora, cuando son casi las cuatro de la mañana y hay siete grados bajo cero en la ruta, la gente grita desde los autos por Arturo Vidal, que estuvo lejos de su mejor nivel, pero que representa el espíritu de esta victoria.
La defensa, en mi criterio, estuvo certera, salvo en el gol. Pero en la mano, en la anticipación, en la velocidad para los cruces, se lucieron, sobre todo Waldo Ponce. Y Gary Medel fue un valiente volante defensivo, sobre todo cuando debió jugar en solitario tras la salida de Beausejour. Pero de ahí para adelante sólo cabe mejorar. Fundamentalmente Isla y Fernández, que son claves para apostar a la sorpresa.
La buena noticia es que hay mucho espacio para mejorar. Y que difícilmente en esta Copa volvamos a enfrentar a un equipo tan mezquino como el mexicano. Al resto se le puede ganar con fútbol. A este hubo que forzarlo a puro ñeque.