08 jun 2011

El aporte del Cardenal Medina

El Cardenal Medina le ha hecho un gran bien al país al destapar desembozadamente el lado oscuro de la fuerza del catolicismo criollo.

Sin sus declaraciones, las figuras del Padre Hurtado o del Cardenal Silva Henríquez, por ejemplo, se nos habrían impuesto como única y verdadera imagen de la iglesia, haciéndonos olvidar peligrosamente todo lo que esa institución tiene todavía de retrógrado, de anacrónico, de fanático y de falso.

Felizmente, cada cierto tiempo – creo que justo el necesario – no han faltado las entrevistas e intervenciones de este cura, que para bien de todos los espíritus libertarios de este país, no tiene pelos en la lengua.

El que en estas últimas semanas se haya transformado en una suerte de payaso mediático emitiendo ladridos para acompañar la canción “Pluma Gay”, le quita por supuesto definitivamente toda prestancia ante el país. A partir de este momento, nadie que lo vea aparecer de nuevo en los medios podrá contener la risa.

El asesinato de su imagen nos priva entonces de una excelente manera de mostrar ese lado lesivo de la religión que profesa y que tanto daño le ha hecho a ella misma y a la humanidad a través de los siglos.

Por cierto que la Iglesia Católica no es solamente el cura Medina y a ella todavía pertenecen dignos herederos de grandes humanistas que merecen todo nuestro respeto y reconocimiento. Pero, lamentablemente, este credo nunca ha logrado separar claramente el trigo de la cizaña, y la suma y resta en esta cuenta jamás se carga decididamente del lado de la bondad y la santidad, como uno desearía.

Hay Papas poco presentables, como Pío XII, que no dijo ni una sola palabra sobre el holocausto, y Papas bondadosos, como Juan XXIII, que marcó rumbos esperanzadores para los hombres de su siglo, hay monjes inspirados de angelical bondad, como San Francisco de Asís, y predicadores contrarios a los bienes de la vida como Tomás de Kempis; están las condenas y persecuciones que tanto daño hicieron al desarrollo de la ciencia y el conocimiento, y las instituciones monacales que conservaron la cultura antigua durante la Edad Media.

La iglesia es ese espacio entre Jesús y la Inquisición. O sea, “de pino y de queso”, como se diría, pero nada que pudiera ponerla como una excepción entre los miles de inútiles intentos dirigidos a orientar la vida de los hombres a lo largo de los siglos, todos ellos “humanos, demasiado humanos”, esto es, representantes por igual de las grandezas y bajezas de todos nosotros. Dime tu creencia y yo te diré los crímenes cometidos en su nombre.

La última gracia de Medina tuvo que ver con la homosexualidad.

Chile, que se precia de ser un país moderno, en realidad va a la zaga de los temas valóricos en el mundo. Eso significa que ciertas discusiones que ya no tendrían el menor interés en Francia, en Alemania o en USA, y hasta provocarían risa, en nuestro país todavía se debaten y se discutirán aún por mucho tiempo.

Por lo mismo, ideas que representan a grupos que no tienen ninguna representatividad en el mundo civilizado, como las del cardenal, siguen teniendo cabida en círculos más o menos amplios de nuestro país.

Es su influencia lo que impide que nos pongamos al día en temas como la libertad ante los anticonceptivos, el aborto, las minorías sexuales, los derechos de los padres separados frente a sus hijos, la eutanasia, las nuevas formas de vida familiar, etc., todos problemas abordados por los países del primer mundo con legislaciones probadas y exitosas.

Es dentro de este cuadro que el cura Medina una vez más se ha lanzado en su insólita cruzada homofóbica.

Él no puede imaginarse que detrás de las diferentes formas del amor existentes en nuestra sociedad, entre las que se cuenta la homosexualidad, pueda haber respeto, cariño, fidelidad, lealtad, pureza y espiritualidad.

Él, como muchos otros chilenos, identifica la homosexualidad con una suerte de perversión erótica elegida libremente y por lo tanto pecaminosa e indecente. No le cabe en la cabeza que “todo lo que se hace por amor está bien hecho”, es decir, es inocente, y debe ser respetado. Quiere enviar a los homosexuales al infierno, tal vez porque es ahí mismo donde finalmente va a ir a parar él mismo.

Echaremos de menos al cura Medina que ha anunciado su retiro.

Hay otros, por supuesto, que trabajan para el demonio con mucha más eficiencia: Karadima, Maciel y toda la legión de pedófilos y degenerados que han enriquecido el libro negro del catolicismo con nuevas historias y anécdotas edificantes.

A diferencia de todos estos, Medina, con su alma de clown, nos hacía reír y detestar su forma de creencia, sin necesidad de depravar a nadie. Necesitamos más dogmáticos como él.

Tal vez de ese modo, la crisis de estas creencias sectarias, que conducen a resultados exactamente opuestos a los que se proponen, haga más rápida la hecatombe religiosa que necesitamos, esa que traerá más verdad y santidad sin necesidad de detestar la diferencia, ni dejar de lado nuestro goce de los bienes de esta vida, que hasta nuevo aviso, es la única que tenemos.

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