“Qué bonita es Badalona,con sus viejos y sus niños, con sus hembras y sus hombres, con sus apellidos y sus nombres, con su sexo y su domicilio. Y su carnet de identidad”.
Medio en broma ,medio en serio, Joan Manuel Serrat cantaba ( y aún canta) a Badalona, la localidad cercana a Barcelona, lugar elegido en los años cincuenta y sesenta por los emigrantes andaluces, gallegos, extremeños o manchegos para comenzar una nueva vida.
En Cataluña encontraron el trabajo y la prosperidad que les fueron esquivas en sus lugares de origen. Badalona fue para ellos el Dorado. Hoy, plenamente integrados en la tierra de acogida, tienen voz y voto. Como un catalán más.
Pero Badalona ya no es la misma de hace medio siglo. La piel de la gente que la habita ha oscurecido y las lenguas que allí se hablan se han multiplicado. Como los problemas que afloran en cada esquina, plaza o rincón. Se habla que los nuevos emigrantes, muchos “sin papeles” han enrarecido la convivencia y la seguridad, a modo de robos, asaltos, riñas y tráfico de drogas…
Para zanjar lo que se considera una ola de delincuencia atribuida a grupos étnicos muy concretos, los habitantes de Badalona han votado las pasadas elecciones municipales por el candidato que se destacó por el discurso más xenófobo, el popular (de derecha), Xavier García Albiol.
Apoyado por los nacionalistas catalanes, él es ahora alcalde de Badalona y promete que aplicará mano dura a quienes delinquen, a los que se encuentren en situación irregular, a la vez que endurecerá los requisitos a los emigrantes que pretendan empadronarse o hacer uso de los beneficios a los que tienen derecho los habitantes domiciliados en la ciudad.
Dos organizaciones vinculadas a la emigración, SOS Racismo y la Federación de Asociaciones Gitanas de Cataluña se han querellado contra el alcalde de Badalona por considerar que tanto sus declaraciones públicas y el folleto distribuido durante la campaña electoral pueden constituir un delito de instigación al odio racista.
Badalona es solo un ejemplo de lo que ocurre hoy en la vieja, rica y a la vez tambaleante Europa Comunitaria.
Basta recordar que en Finlandia, Suecia y Holanda el avance estos últimos años de los partidos de extrema derecha se fundamenta en el discurso contra el emigrante.
En Italia, el primer ministro Silvio Berlusconi, desesperado por aferrarse al poder no escatima ocasión para enarbolar los símbolos patrios y advertir la amenaza externa que sufre su país. Con esta treta se saca del medio a los incómodos gitanos rumanos, ningunea a los árabes y africanos que huyen del caos de Libia y Túnez y ahora se somete a los postulados xenófobos de los ultras de la Liga del Norte.
Pero Il Cavalieri no está solo en su cruzada para librarse de visitantes incómodos.
Primero fue Francia y ahora la Unión Europea en su conjunto la que se suma a la tarea de contener a la emigración desesperada.
La UE ha aprobado “restringir la libertad de circulación de forma temporal y, ante circunstancias EXEPCIONALES, como flujos masivos de inmigrantes, que hagan imposible a un estado miembro el control de su frontera.”
La Unión Europea aclara que los mecanismos de salvaguarda de las fronteras NO MENOSCABARÁ el principio de libre circulación.
El bloque liderado por Francia e Italia, junto con Holanda, Bélgica y Dinamarca han sido los defensores de la re-introducción de fronteras nacionales a raíz de lo que consideran “éxodo” procedente de las revueltas del norte África.
La propuesta de reforma del llamado Tratado de Shengen, firmado en junio de 1985 y que suprime las fronteras internas de la Europa Comunitaria, será presentada en septiembre.
Pero no todos se tragan el anzuelo. Los socialistas europeos consideran que la medida “es exagerada y fuera de lugar “. El líder liberal Guy Verthofstadt cree que es una “vergüenza”. Y el líder de Los Verdes, Daniel Cohn-Bendit alerta del riesgo de impulsar una Europa a la Carta, “en la que los blancos pasan, pero los morenos no”.
“Que bonita es Badalona, en invierno y en verano, con mantilla y barretina, a la sombra y al solano. Y su carnet de identidad”.