Por primera vez una mujer, Tsai Ing-wen es electa presidenta en Taiwán, país de poco más de 23 millones de habitantes que se encuentra en una ubicación estratégica de la región del Asia Pacífico. También por primera vez el hasta ahora opositor Partido Demócrata Progresista (PDP) obtuvo una amplia victoria electoral en todos los frentes ante el tradicional Kuomintang (KMT), que ahora y desde 1949 no contará con el control mayoritario del parlamento isleño ni con el poder ejecutivo.
Estos acontecimientos son relativamente normales en un esquema democrático, y también suelen dar cuenta de su buena salud: la alternancia en el poder, el ejemplar comportamiento del electorado, la transparencia en el proceso, entre otros aspectos.
Entonces, ¿por qué a este caso particular habría que prestarle atención? Y es que debido a sus condiciones históricas y políticas es inevitable referirse a Taiwán sin hacerlo con China, y por ello resulta valioso conocer una realidad compleja cuyas transformaciones pueden tener repercusiones considerables en una región cada vez más interconectada y relevante en lo comercial, lo que ha ocurrido en paralelo con el ascenso de China como actor de primer orden en el sistema internacional.
Dadas sus características, se puede establecer que Taiwán se presenta en el escenario internacional bajo una condición dual. Por un lado, es una de las entidades económicas y comerciales más exitosas a nivel global, logrando en unas cuantas décadas pasar de ser una economía poco avanzada, centrada en la agricultura de subsistencia, a convertirse en una de las más prósperas del Este de Asia, exportando diversos bienes de alto valor agregado que constituyen alrededor del 70% del PIB.
Sin embargo, en el aspecto político-diplomático Taiwán se encuentra marginado de organizaciones tales como la ONU, contando con el reconocimiento oficial de una cantidad limitada de Estados.
Su aislamiento como entidad política tiene sus inicios en la Guerra Civil china, cuando el gobierno de la República China se refugió en la isla de Taiwán, escapando del avance de los comunistas liderados por Mao en el continente. El conflicto se mantiene sin resolver hasta hoy, resultando en dos gobiernos que oficialmente se denominan “China”y que no se reconocen mutuamente: los comunistas de Beijing y los nacionalistas (Kuomintang) en Taipei.
La consecuencia de aquello es que la comunidad internacional ha reconocido mayoritariamente al gobierno de Beijing como “la única China”, lo que ha hecho que Taiwán utilice mecanismos informales (a través del comercio, principalmente)para relacionarse con otros Estados.
Su condición dual (exitosa en lo económico, aislada en lo político) es única en su tipo y también se remite a la propia relación de la isla con el continente: a pesar de no reconocerse formalmente como Estado legítimo sí han cultivado una fructífera relación comercial tras bambalinas, que se potenció en la década del 2000 y se consolidó durante el mandato de Ma Ying-jeou, actual presidente taiwanés desde 2008 hasta este año.
China confía que este acercamiento comercial sea la clave de una eventual incorporación de esta “provincia rebelde” a sus dominios, bajo un esquema de “Un país, dos sistemas” similar al que mantiene con Hong Kong y Macao, mientras que para Taiwán esta relación ambigua ha sido fundamental para sostener el crecimiento económico en la última década.
Sin embargo, el modo en que ha ocurrido este acercamiento ha irritado a amplios sectores de la sociedad isleña que ven con suspicacia este acercamiento con China, especialmente debido a que este proceso estuvo marcado por diálogos poco transparentes y algunas irregularidades en los mecanismos institucionales de la isla para acelerar este proceso.
Esto último fue lo que provocó un masivo movimiento estudiantil en marzo de 2014 que reunió a miles de jóvenes que se tomaron el parlamento taiwanés en protesta por las irregularidades y el secretismo que rodea a los diálogos con Beijing.
El denominado “Movimiento Girasol” reunió a jóvenes criados en una sociedad que pudo gozar ya de los frutos del milagro económico taiwanés, dentro de un sistema político muy distinto al de China y más cercano a una democracia liberal, con alta libertad de expresión y protección a los derechos individuales.
Estos jóvenes se sienten en su gran mayoría taiwaneses y no chinos, y con manifestaciones como el Movimiento Girasol también buscan defender para sí un conjunto de valores y derechos que ven en riesgo si llegase a ocurrir una reunificación con China. Sucesos como las protestas en Hong Kong de 2014 reforzaron esas suspicacias, y todo lo anterior contribuyó enormemente a que el partido en el gobierno, el Kuomintang, se debilitara enormemente en cuanto a su respaldo ciudadano.
De este modo, el escenario se dio de manera idónea para que el opositor Partido Demócrata Progresista, conocido por sus consignas a favor de la independencia de Taiwán, pudiera obtener un éxito tan contundente en las elecciones de la semana pasada. Este panorama siembra numerosas incertidumbres respecto a qué puede pasar en el futuro con las siempre complejas relaciones Beijing-Taipei que parecían haber estado en su mejor punto hasta ahora.
La primera de ellas es si acaso el continente reconocerá al futuro partido gobernante como interlocutor válido, ya que rechaza todo intento de independencia isleña hasta el punto de llegar a las armas si fuese necesario.
Otra interrogante a propósito de este giro en la política isleña es si la presidenta electa Tsai radicalizará su discurso ya en el poder, que durante la campaña fue conciliador y favorecedor del statu-quo, pero que ya en el ejercicio de la presidencia podría ceder ante cambios a nivel interno (recrudecimiento de la crisis económica) o también por una mayor influencia de las facciones más independentistas de su partido.
También surgen interrogantes respecto a Estados Unidos, el principal aliado de Taiwán, que podría seguir protegiendo a la isla, estratégicamente muy bien ubicada entre medio de las redes de comercio regional, o bien mostrarse indiferente para no tener roces con una China cada vez más poderosa en todo sentido.
La última interrogante por mencionar (a pesar de que hay muchas más) es con respecto a los propios factores internos de China, que reporta su menor tasa de crecimiento en 25 años y que junto a esta adversidad también se le suman los conflictos con Japón (Islas Diaoyu/Senkaku) y con las Islas artificiales del Mar del Sur de China que está construyendo para así ganar posiciones en un área también reclamada por Filipinas, Vietnam y el mismo Taiwán.
Ante estas preguntas se configura un escenario que a priori parece estar sumamente abierto. A diferencia de otros análisis que parecen ser más bien fatalistas con respecto al destino de Taiwán (ser finalmente anexado por China), hay una serie de factores que han sucedido en el último tiempo y que mantienen un velo de duda respecto a cualquier resolución de este escenario.
Una sociedad isleña más empoderada y reticente, la ralentización del crecimiento chino y su creciente número de disputas con otros países , futuros desarrollos del “Giro a Asia” planteado por el gobierno de Barack Obama en Washington, la evolución de la economía mundial y otros elementos más hacen que este caso sea muy valioso de mantener a la vista, porque también da indicios sobre cómo el planeta se encuentra cada vez más interconectado, y que por ello las repercusiones pueden sentirse cual tsunami que viaja veloz de un rincón a otro del Océano Pacífico, y ante lo cual los tomadores de decisiones de los gobiernos aludidos (incluido el chileno) debiesen tener una preparación mínima ante los distintos escenarios que pudiese deparar el futuro.