“Obviamente la música paró, pero yo pensaba qué desagradable la loca, se junta con gente a ver un partido que no quiere ver y obviamente te amargai, porque estai haciendo algo que no querí hacer, entonces estaiamargácon gente que quiere estar entusiasta, entonces no funciona la cosa. De ahí se puso a postiar cosas desde su celular y no la pesqué más porque ya había empezao el segundo tiempo” (92).
El fragmento corresponde a la novela Discursos desde la juventud contemporánea (Los Libros de la Mujer Rota, 2015), del debutante Álvaro Bley (1990).
El texto incorpora deliberadamente el lenguaje de la tribu, el registro oral y fonético de los jóvenes, el argot adolescente: “cachai”, “bacán”, una prueba “pelúa”, “jotiar”, “ponceo”, el “loco” es “tela”, “en volá”, “¿te motivai?”, el clásico “po” chileno para rematar cada frase.También incluye numerosas abreviaturas como “boti” por botillería, “tener perso” por tener personalidad, “u” por universidad, “pa” por para y“pal” por para él.
Nota aparte merece el “en verdá”.Esto, en mi tiempo, era una marca de clase, la muletilla –junto al “demasiao”– de los cuicos, la contraseña de quienes vivían en el confort y el privilegio, de quienes provenían de un colegio particular pagado. Ahora es solo una marca generacional, al ser adquirida y sobreutilizada por todos los segmentos de la clase media.
El autor, asimismo, añade de un modo gráfico los diálogos de WhatsApp, algo delicado pues las tecnologías varían en un tris y las señas de actualidad en esas materias quedan obsoletas a los pocos años. Fue lo que sucedió de algún modo con Por favor, rebobinar (1994) de Alberto Fuguet que, aunque en su momento era un guiño a la cultura norteamericana del Blockbuster, ahora remite a la era pre-digital.
Dado que el autor dialoga con un público tan definido, podría pensarse que el título de la novela es disuasivo para tales lectores. Sin embargo, la nominación tiene pleno sentido al reparar en una de las intenciones explícitas del volumen: ser un discurso generacional.
Esta intencionalidad se aprecia en la diatriba que instala el protagonista, Sebastián, con la música de los noventa. Señala: “Peter seguía tocando Los Tres y, aunque no quiero saber más de canciones de Los Tres –y no porque no me gusten, sino porque siento que no me corresponden a mí generacionalmente; deberíamos tocar como Teleradio Donoso o Gepe” (106-107). Más adelante vuelve sobre el punto: “[S]olo pensaba en qué tenía que pasar para que tocaran música del 2000” (120).
La reflexión sobre lo generacional se cruza con los estereotipos de la juventud. Expresa, “pero estaba sintiendo que por fin estaba disfrutando de mi juventud. Eso me habían dicho las películas y los libros: que tomai, que fumai, que no entendí nada lo que pasa, que agarrai, que te sentí bacán y que los demás son unos imbéciles. Por fin me estaba sintiendo así.” (118)
Al finalizar el libro, no obstante, el protagonista ha salido del cliché que retrata la industria del espectáculo cuando aborda la adolescencia, y logra elaborar una percepción del mundo más equilibrada, reduciendo las infundadas expectativas de una vida intensa solo por ostentar cierta edad:“Es como normal estar así, soltero tomando chela. Igual estoy triste. Pero no sé si triste por lo que pasó o por lo que no pasó. Estoy triste como por lo común de la vida” (173).
La temática de la narración hace ineludible, no obstante, el otro gran cliché de este rango etario, que tras el nihilismo de los noventa, encarnado en la frase “No estar ni ahí”, pasó en el nuevo siglo a irrumpir en la escena de lo público mediante el movimiento estudiantil.
Si bien ninguna de las dos posturas es justa ni exacta (ni la abulia de la transición ni la repolitizaciónpostransicional), el abordaje al fenómeno es bastante adecuado. Este se presenta de un modo explícito en dos capítulos: “La niña de la micro” y “Asamblea a la hora de almuerzo”, aunque aparece como telón de fondo en buena parte de la novela.
En ambos capítulos, la descripción remite a un movimiento estudiantil desgastado, que decayó irremediablemente luego del fulgor inverosímil de 2006 y 2011. Los actuales alumnos son como veteranos de guerra que ven a las generaciones pasadas que hicieron historia con envidia y desazón.
Ya es 2014, Bachelet es Presidenta y uno de sus ejes es la reforma educacional. La revolución se ha institucionalizado, la calle logró –al menos en parte– los objetivos de su agenda; pero, por eso mismo, los muchachos se encuentran desorientados en este período de transformaciones que los atinge pero que ya no manejan.
Por último, es pertinente hacerse la pregunta por el sentido estético y discursivo de este ejercicio, de cierta radicalidad formal. Porque, curiosamente, veinte años atrás se hablaba casi igual, con los mismos modismos (cachai o bacán), con idénticas abreviaturas (u, pao, pal), con iguales deformaciones verbales (estai o sabí), y hace mucho más que eso se incluyen en la narrativa.
En ese sentido, Discursos desde…, pese a tener anhelos de contemporaneidad, no presenta mayores novedades ni rupturas. De todos modos, es bastante razonable (y meritorio) que el autor haya decido partir con una novela de este tipo, sin pretensiones desmesuradas pero bien escrita, legible y entretenida, y elaborada desde y para los suyos, construyendo un esbozo –a través del habla y de la simpleza de las anécdotas– de las subjetividades de sus coetáneos.