Todos, todos nosotros hemos contribuido unos más y otros menos a que este año pueda ser definido como “horrible”, al menos en lo que a vida pública se refiere.
En enero de este año, el gobierno y la Nueva Mayoría sólo podían sentirse plenos: se había eliminado el binominal; se había sacado a trastabillones la reforma tributaria y se avizoraba el inicio del proceso de cambio en educación. Pero todo eso se vino al suelo no sólo con los escándalos provenientes del mundo político y empresarial en su espuria alianza, sino con el denominado caso Caval que tanto afectó a la Presidenta.
Pero esto fue sólo el inicio de una larga cadena de horrores protagonizados por políticos y empresarios. Toda la miseria humana ha sido expuesta en un verdadero novelón llamado Chile.
Curas castigados en un exilio dorado; feligresas que siguen creyendo en ellos pese a todas las pruebas y condenas; empresarios que se declaran sólo culpables de crear empleo, pero no de cooptar el sistema político con sus aportes ilegales al financiamiento de campañas; otros ligados familiarmente con el dictador o ex funcionarios de éste que entienden rápidamente que la mejor forma de que “todo cambie, para que no cambie nada” es financiar a quienes antes fueron perseguidos, aunque algunos no tanto.
Hijos que se ven mejor callados; senadores que terminan con depresión por culpa de sus acciones, mientras senadoras aprenden el arte de mentir ante cámaras con grado de excelencia, y, como remate de esta torta esperpéntica,… ¡el fútbol!… Sí, también el fútbol se suma a esta cadena de horrores, aunque aún haya quienes insistan en llamarlos errores “involuntarios”.
Como pocas veces lo peor de la naturaleza humana -de lo cual todos poseemos un tanto-, afloró con fuerza inusitada y, lo increíble, es que algunos llegaron a ufanarse de ello. La estupidez humana transformada en cuña; ganar tribuna o cámara no importando si lo que se dice es una barbaridad; ministros y ministras exhibiendo impericia; ex presidentes en carrera,… pero disimuladamente; curas con ropajes oropelados demostrando vileza; figuras públicas confirmando -de nuevo-, que para mentir y comer pescado hay que tener mucho, pero mucho cuidado.
Vivimos en una sociedad incapaz de tener y vivir la solidaridad intergeneracional, por lo que seguimos depredando en beneficio del “crecimiento”; tenemos dirigentes deportivos, prohijados por la élite, sorprendidos cuando los que de verdad se ganan medallas y honores los exponen como lo que son: administradores y aprovechadores de talentos ajenos.
Ahí están los empresarios que insisten en comprar conciencias ciudadanas a costa de precarizar el futuro de la “casa común”; los dueños de Chile comprobando una vez más que las cárceles están hechas para los delincuentes comunes, de poca monta, pero no para ellos aunque el daño causado sea exponencialmente mayor respecto al causado por el ratero, la mechera, el lanza a chorro de cada día.
Pero no sólo las figuras públicas adolecieron este 2015 de algún pecado. También el pueblo, la gente, la ciudadanía no dio el ancho. La mayoría aceptando todo con pasividad, comentando entre cuatro paredes su molestia, incapaz de organizarse y luchar por el término a tanto abuso. Recién, acabando el año, hubo una marcha más o menos importante en contra de las AFP, que algunos definen como “Aquí Fabricamos Pobres”,… recién.
La pasividad es nuestro peor error, vivimos desconfiando de todos y, en ese proceso, dejamos el campo abierto a las pirañas, a los tiburones. Eso en el pueblo llano, el no conectado, el que no mantiene en permanente estado físico a sus pulgares, índices y dedos medios. Sin embargo, hay un segmento que si está ultraconectado y que desarrolla una actividad casi volcánica, tan intensa como inútil.
Basta una expresión, un yerro, un equívoco, un abuso, un delito, una equivocación, para que las fuerzas telúricas de dedos y palabras escritas, sean capaces de destruir una reputación, atacar con virulencia al contradictor, mofarse de lo divino y lo pedestre, de no dejar títere con cabeza. Pero esta “acción y reacción” es tan inoperante para el cambio, como la pasividad del que no “tuitea”, no “feisbuquea”, ni “instagramea”. La posición política de escritorio no ha logrado cambios en ninguna parte del mundo, si ésta no se acompaña de acción concreta, militando, marchando, escribiendo, proponiendo.
Mal 2015, mal por los hechos acontecidos -a lo que debemos sumar los embates que la naturaleza nos propinó-, sino también porque todas las catedrales se están cayendo y porque somos incapaces de detener el deterioro.