16 dic 2015

La muerte de Milpiés

 Versión del libro de Mayrink.

En la literatura centro europea del siglo pasado destaca nítidamente al escritor Austriaco Gastón Mayrink, cuya poderosa producción estuvo centrada en la defensa de su Austria natal dormida por Prusia, fuerte y poderosa pisando con rudeza su dulce, débil e intelectual tierra. Eso le significó 30 años de prisión a raíz de sus artículos, libros y obras irónicas donde la inteligencia más heroica era derrotada por la fuerza y torpeza prusiana pero resurgía en líneas cargadas de chispeante ironía.

Obras como la Esfera Negra, el Milpiés y su muerte, El sabio de Oriente, El Teniente Prusiano nos nutrieron por años en la universidad y luego dieron a la Dictadura derechista chilena por la similitud  de los relatos, mutatis mutandi.

Uno de ellos es la historia de un pequeño y humilde sapo que sufría la prepotencia del Milpiés que con sus innumerables extremidades ostentaba su poder. El pobre sapo sufrió desde siempre, aunque cambiasen los habitantes selváticos. Agotada su paciencia decidió  recurrir al Supremo Sacerdote del tribunal de la Selva, el elefante mayor.

Consultado éste sobre alguna fábula para que los sapos y sapitos pobres vivieran mejor y estudiaran bien destruyendo al soberbio Milpiés le dijo:

Gracias mi amigo Sapo por tu confianza. Anda y pregúntale a tu Milpiés lo siguiente: “Sr. Milpiés, tú que  todo lo tienes, empresas, bancos, universidades y una maravillosa soberbia en tu letrero que dice “La Patria Soy Yo” ¿cómo mueves tus patas?

¿Cuando la pata 1 se adelanta dónde está la número 300? ¿Si te sientas en la pata 88 dónde está la 69? ¿Y si ésta está en menesteres no santos, dónde está la 200? ¿Y la 111? ¿Y la 222? ¿Y la 14, la 21, la 5ª llamada “la quinta nunca lograda?

Perdón que te haya molestado mi sabio amigo  le dijo el pobre Sapo retirándose  en sus 4 pequeñas patas (llamada democracia, mayoría, fraternidad y solidaridad) que no siempre andan bien porque además de pocas, no tenían muchos dólares  y siempre había una o dos que andaban con carteles presidenciables, sin entender que a cada minuto su afán y cada abuelo en su cama, como decía mi encantadora y centenaria abuela.

Pasado el invierno y con el derretimiento de las nieves apareció el esqueleto del Milpiés desollado sin su vieja hermosura, su soberbia y con olor a rapé húmedo.

Nuestro Sapo que por ahora llamaremos Pueblo al pasar al lado del cadáver dijo: Oh viejo Señor de la Vida, mil gracias porque he aprendido que más vale un Sapo Sabio y humilde que un Milpiés con muchas cuentas ideológicamente falsas y más vale ante Dios la alegría de los niños pobres que tendrían gratuidad en sus estudios, que cientos de Milpiés que buscan la inmovilidad sin progreso o varios elefantes que creen que se puede usa cualquier  expediente para detener el progreso y la auténtica solidaridad a favor de los poderosos.

Pero el Sapo que se reunió con sus iguales levantó su dedo y dijo: “No entiendo. ¿Por qué los Milpiés no quieren sapitos ilustrados? ¿Porqué los elefantes no entienden que la Verdad se mide en el fondo de las cosas y no sólo en la letra? ¿No fue  ésa la vieja cuestión de los Saduceos y los fariseos?

Entonces el Sapo volvió donde su amigo el Elefante y éste le dijo: “Mi querido Sapo, tranquilein John Wayne, la Sra. lo va a arreglar. Esperaremos unos meses. ¿Pero sin suegra, no ve que hoy es la glosa, después otra cosa?

¿Qué es lo que quieren los Milpiés?

Pero amigo Sapo ¿ya se te olvidó la vieja historia de la primavera chilena hace tantos años? ¿No recuerdas que la misma es redonda?

¡Estudia, estudia viejo!

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