El efecto de la encuesta Adimark fue demoledor para el gobierno. Los resultados pillaron a los principales actores de la derecha en un momento de polémica interna y de confusión, por lo que no hicieron más que agravar las cosas.
Los principales afectados fueron por un lado, el presidente y, por otro, una cierta actitud de autocomplacencia que no parece respaldarse en ningún antecedente sólido.
El primer afectado es Piñera puesto que ha fracasado como factor ordenador, como líder de equipo y como estratega. Nada menos.
El mandatario viene saliendo de un 21 de mayo, donde todos sus partidarios esperaban encontrar razones para retomar impulso y para renovar confianza.
El resultado fue decepcionante y el efecto del discurso terminó por diluirse un tiempo insólitamente corto. Justo cuando más se necesitaba saber para dónde ir, el oficialismo se encontró con una exposición que solo mostraba logros, ninguna dificultad y nada para enmendar.
Es un misterio el saber por qué Piñera ha podido llegar al convencimiento de que tiene la capacidad de ilusionar a los chilenos usando el expediente de renovar sus promesas. En cualquier caso, el resultado ha sido nefasto para la evaluación ciudadana de sus características de personalidad.
Pero también el mandatario ha fallado como líder de equipo. La política puede deparar muchas sorpresas, sin embargo, hay que decir que el espectáculo de ministros discutiendo constantemente, por varios días y sin control, está marcando una especie de record. El equipo ministerial está pidiendo a gritos que lo cambien, y el ministro de salud parece estar particularmente interesado en que lo saquen.
Por si fuera poco (y, para variar, ya sabemos que la iniciativa no se va a tomar en Palacio) tanto la Concertación como la derecha se han puesto de acuerdo en que se requiere un cambio de gabinete. Se ha llegado a esta conclusión, y si se pudiera interpretar una reacción tan amplia, ello no ocurre porque se estime que el relevo ministerial sea la solución, sino porque se considera que es el inicio indispensable para una solución más definitiva. Así de calamitosa se ve la coyuntura política.
Pero también Piñera ha fracasado como estratega. Un presidente debe aglutinar a sus partidarios y conseguir mayorías políticas y sociales que respalden sus principales propuestas. Ciertamente pudo haberse puesto a la cabeza de grandes acuerdos nacionales tras el terremoto y el maremoto del año pasado.
Nada de esto se ha sabido hacer. La consistencia entre propósitos y acciones efectivas no ha sido el fuerte de este gobierno. A la oposición se la ha atacado al mismo tiempo que se le pide apoyo, con lo cual no se ha conseguido una confianza básica respecto de la coherencia de las pretensiones del oficialismo.
Al mismo tiempo, los conflictos provocados por autoridades de confianza del mandatario han terminado por dañar al Ejecutivo, producto de la demora por resolver. Son tantos los desaciertos acumulados, que ya se dejó de hablar de “episodios” para referirse a los tropiezos mensuales que se cometen y ya no se espera (con sinceridad) que ellos dejen de ser cometidos, puesto que se actúa del tal modo que parece que se quiere coleccionar conflictos.
Lo característico del rumbo asumido por el gobierno es lo errático. Y eso solo se puede deber a que quien lo dirige es el causante de los desaciertos, más aún cuando es un dato bien conocido que la capacidad de delegar no figura entre sus características más señeras.
Estando en estas condiciones, es obvio que el cambio de plantel significa un respiro pero no un remedio. El problema principal radica justamente en alguien que no puede ser cambiado.
Dado este dato medular, quienes participan de la coordinación política de los partidos de derecha han creído encontrar un sucedáneo. Lo que se propone es entregarle suficientes atribuciones a uno de ellos para producir una coordinación política experta.
A esto se le ha llamado “formalizar la institucionalidad” de la Alianza, lo cual resulta tan redundante como dificultoso de implementar. Porque lo que se requiere para que tal procedimiento rinda frutos, es que el causante de los principales estropicios deje espacio para actuar a otros. Y eso resulta ser algo que se encuentra un poco más allá de lo que es razonable esperar que suceda.
Al fin y al cabo se escoge Presidente de la República a alguien con la finalidad de que solucione problemas en vez de causarlos.
Lo que sienten en la derecha, de manera compartida, es que se les agotó el tiempo para los experimentos y para el despliegue de buenas intenciones. Hay un vacío de conducción y este debe ser subsanado si no se quiere que el conjunto de las instituciones representativas de nuestra democracia continúen una lenta erosión.
La centroizquierda tiene una gran responsabilidad que no termina por cumplir a cabalidad. Sabemos que se están haciendo muchos esfuerzos para actualizar liderazgos, discursos y vinculación ciudadana, pero también podemos constatar que nada de esto está llegando a conocimiento de la opinión pública.
Nada excusa el seguir perseverando en la renovación política. Lo que se debe evitar son los errores de Piñera. En la Concertación sí hay que mostrar orden y unidad, trabajar como equipo y ofrecer un rumbo a seguir.