Al analizar el Presupuesto para el año 2016, presentado por el ministro de Hacienda en representación del Gobierno, queda claro para todos los protagonistas de la vida del país que se vivirán estrecheces incómodas e indeseables en las arcas fiscales.
Es la realidad que se debe enfrentar, la fuerte desigualdad existente en Chile ha configurado un contexto de elevadas demandas y expectativas, tanto sociales como regionales y territoriales.
Además, pareciera existir la idea que la reforma tributaria, aprobada en septiembre del 2014, por su sola promulgación y no por los ingresos recaudados, ha creado un Estado rico con una abultada disponibilidad de recursos, lo que permite a muchos demandar reajustes y beneficios que provocan un descontrol que presiona al Fisco por capacidades y recursos que no tiene. Se mezclan peticiones legítimas y ansiedades desbocadas.
En este contexto, de múltiples solicitudes y estrechez fiscal se inflaman los discursos con una retórica populista y la demagogia de muchos, cuyo propósito no es otro que alimentarse de reivindicaciones que el Estado no está en condiciones de atender. Algunos repiten las malas prácticas, especialmente, esa de prometer lo que no se puede cumplir.
En suma, se está ante una situación difícil, nada fácil de armonizar en la multiplicidad de aspectos que interactúan y se cruzan entre sí, complejizando al máximo las respuestas que se entreguen desde el sistema político del país. Hay un claro desbalance entre derechos y obligaciones en el imaginario social. Al Estado se le pide como si fuese un saco sin fondo y se le regatea la más mínima contribución de cada cual.
En la mezcla de quienes piden todo tipo de beneficios y la codicia de aquellos que sólo amasan más fortuna, se ha ido perdiendo y hoy se encuentra muy debilitada, la voluntad nacional de compartir un proyecto común. Como la que hubo al retomarse la senda democrática en los años 88 – 89 y 90.
Muy probablemente, los casos de corrupción y de faltas a la probidad aumentaron este grave problema de deterioro de la ética social; no podría ser de otra manera. Si es el propio sistema político el que falla, se instala la nefasta conducta del “agarra Aguirre”, aquella en que cada cual pretende tomar lo que pueda, en la medida que no existe un proyecto nacional que le obliga a un actuar solidario, de objetivos compartidos.
El gran déficit es el descompromiso con la perspectiva-país, ese es el resultado inevitable de la exacerbación del consumismo y del ambiente del “agarra Aguirre”.Ante la colusión de los poderosos y el descrédito de la política, se va extendiendo una conducta social en que las personas no tienen razón para sentirse unidas a las tareas comunes, aquellas tan simples y necesarias que surgen de la inesquivable realidad de compartir el mismo suelo y ser parte de una misma nación.
Como nadie “paga”, como las malas prácticas políticas se diluyen en una nebulosa de excusas leguleyas, como el sector empresarial protege a los suyos y como los partidos políticos se ven condicionados por una telaraña de intereses creados, el descrédito y la desconfianza no se debilitan y se alimentan de nuevos incidentes casi a diario.
Aunque haya reconvención pública de los “pecadores”, pero no un cambio efectivo de las conductas, extensos grupos sociales se activan exigiendo del Estado más de lo que puede asumir y se presentan pliegos inabarcables.
Ha entrado en escena un desencanto que desvanece el sentido de la responsabilidad social que toda persona debe tener, nutrir y atesorar como parte de su propia riqueza individual. Si cada cual se recluye a los límites estrechos de su “metro cuadrado”, se disuelve la perspectiva de país y son escasas las fuerzas para sostener un proyecto nacional.
La crisis de legitimidad que está en curso, debilita el sentido mismo de vivir en democracia para resolver, adecuadamente, con un criterio de justicia social e inclusión, las diferentes perspectivas e intereses que entran al debate. La discusión por las asignaciones presupuestarias más parece una riña de enconados adversarios que un diálogo democrático para asignar recursos que son limitados.
Tal es el gran déficit. Un desencanto que disgrega la sociedad civil. Ante este vacío moral y espiritual, el momento de “unión nacional” se produce tras las banderas de la selección.Más aún, luego de ser por primera vez Campeón de América. Así, en el fútbol, se vuelca el fervor patrio que de otra forma no logra expresarse.
Sin embargo, no basta, hay que avanzar en la reconstitución de una idea de país que entregue la mística y el entusiasmo, como parte de la voluntad de hacer patria, abrazando un sentido de pertenencia, y confluyendo con el ejercicio y manifestación del pluralismo y la diversidad, propio de la democracia.
La izquierda siempre levantó la idea de lograr una patria para todos, sin distinciones odiosas ni discriminaciones de ninguna naturaleza, fue así como caminó y creció durante décadas, hasta lograr ser parte de una amplia mayoría nacional, que hizo suyo el horizonte de un país solidario, cuya democracia con lucidez y tenacidad fuese capaz de derrotar la desigualdad.
Las nuevas promociones de luchadores sociales deben rescatar esta maciza idea-fuerza, propia de quienes aman su tierra por encima de sus intereses individuales, dando sentido estratégico a las movilizaciones sociales que protagonizan y, de ese modo, estas no se pierdan ni diluyan en la exclusiva resonancia de las consignas y logren trascender y aportar al Chile de mañana.