En Los Leones con El Vergel, comuna de Providencia, en el sitio en que existió el Colegio Latinoamericano de Integración, se erigirá el monumento que hará perdurar la memoria de Manuel Guerrero, José Manuel Parada y Santiago Nattino, militantes del Partido Comunista de Chile, que fueron secuestrados y asesinados por una asociación terrorista, creada e instalada en Carabineros, para sembrar el terror e intentar impedir, a sangre y fuego, el fin de la dictadura.
Los tres profesionales estuvieron en una cárcel secreta, ubicada a pocas cuadras del búnker de Pinochet en La Moneda, en calle “dieciocho”, bajo el control de un organismo denominado Dirección de Comunicaciones de Carabineros (DICOMCAR), dependiente en forma directa del entonces Director General de la policía uniformada, César Mendoza, el general rastrero, como lo individualizara el Presidente Allende, el 11 de setiembre de 1973, en sus históricas últimas palabras.
Desde ese cuartel, convertido en centro secreto de reclusión y tormentos, los tres profesionales fueron trasladados a terrenos de la comuna de Quilicura, cercanos al aeropuerto de Pudahuel, en los que fueron cruelmente degollados, por una acción terrorista perpetrada por agentes del Estado, imposible de realizarse sin el conocimiento del Director de Carabineros y miembro de la Junta Militar de entonces.
¿Qué se proponía Mendoza al perpetrarse esta barbarie? Nunca lo confesó, al menos públicamente.
¿Qué pasaba por la cabeza de ese encumbrado funcionario represivo, llamado en los susurros de la gente humilde “mendocita”, ya que se traslucía en él su condición de estúpido fantoche, de torpe e ignorante arribista,que para codearse con la camarilla encaramada en el poder, extremaba su celo represivo, convirtiéndose en un frío asesino?
¿Pensaría que asesinando, con corvos afilados se podían desmantelar los Partidos que se reconstruían en la clandestinidad, y detener las demandas de libertad y justicia?
¿Creería que así se perpetuaría la dictadura de la que formaba parte y podría morir plácidamente, protegido por escoltas y serviles subordinados?
¿Soñaría que así seguiría lucrando y enriqueciéndose con un poder mal habido e inescrupulosamente sostenido?
¿Cuál fue el rol y la responsabilidad de Pinochet en estos crímenes?
Lo que Mendoza hizo e intentó ocultar y lo que haya elucubrado, en sus pesadillas de vividor y neurótico abusador del poder fue para sus desmedidos apetitos, un completo fracaso. Ese terrible crimen lo derribó del sucio peldaño al que se aferraba.
La investigación realizada por el juez José Cánovas Robles, estableció los hechos y la responsabilidad criminal del grupo de policías, subalternos directos de “mendocita”.
Los hechos y las pruebas fueron irrefutables. Dentro del propio cuerpo de Carabineros el rechazo ganó las conciencias y la oficialidad se auto convocó masivamente en el recinto de la Escuela de Carabineros de avenida Antonio Varas. Esa acción fue decisiva al romper la verticalidad de mando castrense, abriendo la amenaza de una desobediencia que desbordara el régimen. El dictador se vio obligado a intervenir y, en cosa de horas, se deshizo del fiel “mendocita” que fue destituido de Carabineros y de la Junta Militar.
El triple crimen sacudió las conciencias, aún cuando la intoxicación ideológica justificaba estas atrocidades, bajo el pretexto que se trataba de “humanoides”. Esa grosera distorsión se desplomó; desde lo más hondo de su tradición republicana y humanista, Chile se unió contra la intolerancia y la irracionalidad del odio estatal de la época, que aún existe en muchos de quienes fueron parte de esa máquina criminal y que rechazan la delicada tarea de construir una sana memoria histórica.
El sucesor, Rodolfo Stange, no tuvo el coraje de limpiar la honra institucional y llegó a intentar el encubrimiento de los criminales. En el hecho traicionó a los carabineros que, valientemente exigieron que Mendoza fuera defenestrado, ya que habían comprendido que la jefatura de su institución no debía estar en sus manos. Fue empujado por ese espíritu de sanción a la máxima jerarquía institucional y se acobardó, abandonando el juramento a la patria, que ante el crimen no admite complicidad alguna.
La justicia, investigó, identificó y condenó a los autores materiales de los asesinatos, cuya prisión trajo serenidad a innumerables personas, especialmente, familiares de las víctimas.
Ahora, la sociedad civil tiene la palabra; por eso, es tan importante que en la comuna de Providencia se levante el memorial aprobado por su Consejo Municipal. Para recordar a los caídos y para insistir que la tarea policial es proteger al indefenso y no degollar personas amarradas en un sitio eriazo, creyendo que se podría ocultar un crimen tan atroz como ese.