Las fuerzas opositoras lograron derrotar a Pinochet, el 5 de Octubre de 1988, por que representaban en esas tan dramáticas y excepcionales circunstancias históricas, la “voluntad general” de la nación.
Los hechos determinaban por su propio peso, para las orgánicas partidarias que entonces habían emergido desde el ostracismo de más de una década, una especial situación de voceros del pueblo oprimido, aquel golpeado por los atropellos a sus derechos fundamentales, por abusos insensatos como los allanamientos masivos a las poblaciones y la represión en los asentamientos territoriales del mundo popular.
Asimismo, debían levantar las propuestas programáticas que fuesen adecuada respuesta a los requerimientos de esos mismos grupos sociales afectados por otros padecimientos: a través del plan laboral, de la privatización de la previsión y de la salud, de la municipalización de la Educación y otras herramientas de exclusión.
Esas fuerzas políticas democráticas de centro e izquierda, que iban creciendo y nutriéndose de la energía que surgía de la opción del NO, además, representaban la alternativa que empalmaba más profunda y auténticamente con el interés nacional, el restablecimiento de un Estado de derecho democrático, la real y efectiva garantía que el país no continuaría siendo arrastrado a una confrontación de imprevisibles consecuencias para su futuro.
En definitiva, la única salida posible al agotamiento del régimen dictatorial, era reinstalar el imperio de la democracia, la justicia y la libertad, como demandaban millones de personas por todo Chile. Esa era la voluntad de la nación. Por eso, contra los pronósticos pesimistas o ideologizados, Pinochet fue derrotado en su propio terreno.
La realidad histórica le entregó a las fuerzas agrupadas en el Comando por el NO, esa singular e irrepetible responsabilidad. Hoy, algunos se empeñan en levantar el fantasma de supuestas negociaciones y pactos secretos con el objetivo de empañar, cuestionar o desmerecer lo que hicieron en esa encrucijada, esas organizaciones partidarias.Es un vano intento, ya que esa parte de nuestra historia no se puede desconocer.
Con diversos argumentos, existen opiniones que condenan el tipo de transición a la democracia que se forjó en el curso del proceso político que vivió Chile. De allí brota una verdadera aversión hacia la evolución de las diferentes coyunturas y acontecimientos que, luego, confluyeron en el triunfo del NO.
Para descalificar el proceso se injuria el valor de los millones de personas que con la fuerza de su decisión cívica le propinaron a Pinochet una derrota de la que no se pudo recuperar y se concluye negando su significado o creando la falsedad del “pacto secreto”, como si la voluntad ciudadana se hubiera movilizado por la habilidad conspirativa de un puñado de habilidosos “operadores” en la sombra. Hay pequeñez y mezquindad en esa sesgada mirada.
Además, aparte de mezquino, ese enfoque es absurdo, por que ese acierto histórico, la política del NO para el Plebiscito del 5 de octubre de 1988, no borra o elimina los errores o incapacidades que, en otras disyuntivas, esas mismas orgánicas, personas o liderazgos, pudiesen haber tenido frente a distintos momentos o situaciones. No hay que mancillar la gesta del NO por debates de otras coyunturas, por otras decisiones o comportamientos.
Hoy es otro el escenario del país. Hay exigencias ineludibles para las fuerzas políticas, sacar adelante las reformas contra la desigualdad y liquidar los brotes de corrupción que han dañado severamente la propia legitimidad del ejercicio de la acción política.
En Chile y América Latina el sistema político está fuertemente permeado por la acción de grupos mafiosos y prácticas corruptas. Esa es hoy la principal amenaza al régimen democrático en reconstrucción. La fuerza del NO a Pinochet, demanda reponer una ética de servicio público, que encarne el afán de servir y no de usar con fines de enriquecimiento ilícito la política o los cargos públicos.
El Plebiscito del 5 de octubre debe alimentar la voluntad de avanzar para responder al desafío que hoy impone el interés nacional, porque esa gesta de la democracia y del país es una de las proezas más grandes de la historia de Chile como nación. A todos nos pertenece.