En reiteradas oportunidades – hasta llegar a ser tildado de majadero- he reclamado del lenguaje público y privado que desde hace algún tiempo usamos en Chile. Lo he señalado como un peligroso antecedente histórico de los golpes de Estado, de cualquier color, o de la imposibilidad de acuerdo entre nosotros.
Por razones especiales he visto más conversación televisiva que antes y monólogos en los que han perdido todo formato de verdad y respeto personal o cívica.
Hemos sobrepasado ese respeto y mostrado la exquisitez de lo soez. Muy específicamente en la autoridad de la Presidencia de la República, que en democracia es la figura que representa a Chile.
¿Con qué derecho una persona no periodista usa términos groseros para referirse a ella u otras autoridades que hieren la limpidez o la honra de su adversario?
No tengo autoridad para rechazar sus términos de conversación. Tampoco la tengo para enfrentar a parlamentarios que hacen chanza o mofa grosera frente a adversarios. Lo que sí tengo son 50 años de política en que he sido oficialista y oposición, y jamás he sido requerido por desacato a la decencia o al honor personal de los contradictores. Aclaro que no ha sido sólo mi conducta, sino de toda una generación. Creer que la violencia verbal es eficiente, es intentar la justificación del mal gusto y la grosería.
He votado dos veces por la Sra. Bachelet y otras dos veces contra ella y por una camarada mía. No soy de su partido. No soy amigo personal, pero la respeto y le agradezco sus deferencias, pero cada vez que se le ofende lo rechazo hasta que cambiemos la conducta.
La Presidenta de Chile, más que una persona es un emblema como en todas las democracias. Tampoco rechazo el humor pero no acepto la falta de respeto a título gratuito. No acepto esas conductas que rebasan la oposición o la legítima autocrítica de la Nueva mayoría.
No hay peor ave que aquella que emporca su propio nido.