El 11 de septiembre es un día de derrota, aun para quienes hace 42 años se sintieron ganadores derrocando a un gobierno constitucional y causando dolor y miedo en un pueblo que venía despertando y logrando avances respecto de su condición atávica de pobreza y pocas oportunidades.
Ese 11 de septiembre, lo recuerdo, comenzó como un día gris que tornó rápidamente en aciago. Mientras unos pocos celebraban con champaña, miles comenzaban a temer por sus vidas y otros miles de miles se encerraban en sus hogares tras poner banderas por la “liberación” aun cuando sólo el miedo los impelía.
Se vino la noche, por 17 años, los mismos que aprovecharon un grupo de chilenos para saquear el país en beneficio propio. Se hacen llamar empresarios, aun cuándo poco es lo que han creado.
Sólo estuvieron ahí cuando la derecha económica y política usó el poder militar para defender sus intereses. Esa pequeña nueva elite pasó de la borrachera de la champaña a la borrachera del poder que los hizo sentir, por décadas, por sobre el bien y el mal, indiferentes a la crítica, inmunes a la justicia y refractarios al dolor y las necesidades de los otros.
Cientos de voces se alzan este día para reclamar que “nunca más en Chile” se imponga el odio, la muerte, la tortura, pero también existen algunas discordantes, como la de un diputado de la UDI que ni siquiera merece ser mencionado, un alma miserable que reconoce a los delincuentes de Punta Peuco como sus “héroes”.
¿Cuánto ha cambiado Chile en estos 42 años? Mucho en lo físico. Carreteras modernas, mega ciudades, centros comerciales convertidos en templos del consumo, millonarios que ofenden con su riqueza. Pero en lo humano y social los avances son menos notorios.
No basta con haber reducido la pobreza en 20 puntos, si ello sólo significa cubrir la canasta básica.
No basta con que algunos miles de jóvenes sean primera generación en la educación superior si se trata de universidades mediocres o, tras su titulación, deben ponerse tras un volante o una vitrina.
No basta con reducir la falta de vivienda, si condenamos a los pobladores a subsistir en 40 metros cuadrados, en medio del polvo y la nada.
No basta con una pensión básica solidaria, si además nuestros viejos deben barrer calles y cuidar plazas para comer.
No basta con una baja cesantía, si más del 50 de los trabajadores ganan menos de 300 mil pesos mensuales, en fin, ¡no basta!
Pero sí ¡basta! con una derecha que amenaza, que pone toda su fuerza y empeño en hacer fracasar las pequeñas reformas que buscan sólo aminorar la brutal desigualdad impuesta en dictadura y perfeccionada en democracia.
Quieren volver a ganar esta vez sin la metralla, sin el crimen alevoso, sin la tortura denigrante. Quieren doblar la mano de los cambios y seguir en su mundo afortunado, bello, logrado con la amistad cómplice de la élite en contra de nosotros, de los que cada día construimos país.
Participar debe ser nuestro verbo; sólo con esa determinación, plenos de energía y convicción, lograremos que el sueño de quienes participaron de la reforma agraria, la nacionalización del cobre, la promoción popular, la sindicación campesina, y que lucharon por la libertad y la igualdad de oportunidades se transforme al fin en realidad en este país tan injusto y desigual.
No olvidar el 11 de septiembre de 1973, no para revolvernos en el dolor, en la pena, sino para construir sobre bases sólidas un Chile mejor.
Hoy amaneció claro y brillante, y los caminos de la vida pueden y deben construirse a partir de los errores y los horrores. De nosotros depende.