¿Qué duda cabe de que, a raíz de la Guerra del Pacífico, Chile se vio beneficiado con abundantes riquezas naturales como han sido el salitre y el cobre, principalmente? Esa guerra cobró la vida de miles de peruanos, bolivianos y chilenos, mientras otros tantos quedaron mutilados de cuerpo o de alma. No es el caso de entrar a analizar las razones que motivaron este conflicto más que centenario, cuyas consecuencias aun son palpables, pues basta recordar ese adagio que expresa que “en toda guerra, la primera en perder es la razón”.
Sin embargo, los chilenos de corazón no debemos olvidar el heroico sacrificio que realizaron tantos antepasados nuestros en los campos de batalla donde perdieron la vida en defensa de los intereses de la patria. Pero, si nos detenemos a reflexionar y a observar, comprobaremos que la sociedad chilena, tanto la de entonces como la de ahora, no los ha valorado suficientemente.
En un reciente viaje por el norte de Chile, pude visitar algunos lugares donde se desarrollaron las principales batallas de la Guerra del Pacífico: Pisagua, Dolores, Pampa Germania, Tarapacá, donde algún modesto monolito, en regulares condiciones de mantenimiento, recuerda al visitante que en ese lugar ocurrieron hechos heroicos, victoriosos para Chile en casi todos los casos.
Si el visitante tiene regulares conocimientos históricos, con toda seguridad advertirá la precariedad extrema con que los chilenos honramos la memoria de quienes no dudaron en sacrificar su vida por Chile. Parece que nos basta con recordar, una vez al año, la gesta de Arturo Prat, cuyo busto está presente en calles y plazas a lo largo de la geografía de nuestro país. Y eso sería todo.
Pero ¿qué ocurrió con la mayoría de los llamados “Veteranos del 79”? Es cierto que ya no quedan vivos, pero cuando lo estuvieron, una vez terminada la confrontación bélica, se les negaron pagos adeudados y prometidos, así como beneficios de todo tipo, lo que en muchos casos se tradujo en una situación de mendicidad extrema que arrastraron hasta la tumba. Indigno para quienes caminaron kilómetros de desierto comiendo solamente un trozo de charqui y una cebolla, bebiendo unas gotas de agua y dispuestos a poner su pecho a las balas enemigas para tomar un cerro o una quebrada estratégicos.
Pero lo más indignante es ver las numerosas tumbas profanadas de chilenos que cayeron en combate en la localidad de Dolores. Cementerios abandonados, rumas de ataúdes saqueados para robar los botones de los uniformes que luego son vendidos impunemente en “ferias artesanales”, osamentas humanas esparcidas entre escombros, barbarie supina que contrasta con la veneración que Perú tributa a sus héroes en sitios históricos, como ocurre en el Campo de la Alianza, cercano a la ciudad de Tacna, donde un majestuoso monumento, junto a un museo histórico digno y bien cuidado, honran la memoria de quienes defendieron la causa peruano-boliviana.
Duele constatar, una vez más, la vigencia del tristemente famoso “Pago de Chile” con el que nuestra sociedad ha retribuido a tantos hombres y mujeres ilustres que han dado brillo a Chile ante el mundo entero, como es el caso de Gabriela Mistral, Claudio Arrau, Alberto Blest Gana, Ramón Vinay, “Chito” Faró, Violeta Parra, Manuel Plaza y tantos otros.
Ya va siendo hora de que seamos capaces de sepultar para siempre el tristemente famoso “Pago de Chile”.