Lo cierto es que el gobierno ha hecho un giro para nada de cosmético. Lo demuestran el tono y la magnitud de las reacciones que se han sucedido desde los correspondientes anuncios presidenciales. En el extremo, se ha hablado del peligro que representa para la continuidad del conglomerado oficialista “si no se cumple con el programa”. Se trata de una reacción gruesa, justo cuando se requiere de una mayor fineza en el análisis. Como pocas veces antes se requiere ser rigurosos al momento de distinguir y de precisar.
Lo que están develando las críticas más rotundas es, más bien, el desconcierto ante un curso de acción no previsto anteriormente por los actuales críticos. Más que una dificultad para identificar adversarios a los cuales oponerse, de lo que se trata es de una ausencia de autocrítica.
Sería más apropiado reconocer que se cayó en el error inicial de prepararse exclusivamente para lo que podríamos llamar “la suma de todos los óptimos” y solo para esa situación. Para decirlo del modo más simple y llano posible, se trató de un exceso de ingenuidad, el que no debe ser reemplazado, ahora, por un exceso de pragmatismo.
Ocurre que el programa fue confeccionado para condiciones económicas óptimas, dado el escenario internacional en el que estábamos y seguimos estando. Es decir, que íbamos a seguir creciendo muy por sobre lo que nos ha tocado vivir en la porfiada realidad, que no se contagió de ningún optimismo previo.
Por otra parte, la gran demanda social insatisfecha previa, más que canalizada, fue estimulada todavía más. Nuevamente, nos preparamos para el óptimo. En este caso, se esperaba una plena síntoma entre la ciudadanía movilizada y un gobierno interesado en darle cause a los requerimientos detectados como prioritarios. La idea de que este respaldo pudiera ponerse en cuestión, y luego empezar a retroceder, no estaba en los cálculos iniciales.
También en cuanto a la gestión se jugó al óptimo. Se imprimió la máxima velocidad a la implementación de los cambios, puesto que lo que de verdad se temía era perder el favor popular, por una ejecución timorata de las reformas comprometidas.
Pero lo que quedó demostrado fue que una propuesta programática, no es todavía un proyecto de ley redactado en detalle, y la premura a todo evento no siempre es amiga de una formulación de excelencia.
Por fin, en cuanto a la agenda de interés nacional, también se apostó por el óptimo; esto es, estimar que se podía obtener el completo dominio favorable en los temas de interés nacional que concentran el debate y el interés ciudadano.
Estos óptimos no se consiguieron, ni menos se lograron sumar unos con otros. Los que quieren tomarse en serio la discusión actual han de partir interrogándose sobre cómo es que llegamos a esta situación. Preguntarse por qué se ha tenido que proceder a una rectificación. De otro modo, a lo que se recurrirá es al manido expediente de buscar culpables, que siempre serán otros, nunca tendrán buenas intenciones y, lo más probable, es que se atribuyan a poderosos intereses retardatarios.
Lo que no pueden explicar fácilmente las teorías conspirativas es un dato muy básico, ¿por qué es que ese giro lo está encabezando la Presidenta de la República? La explicación ya la ha dado ella misma, y siempre es bueno hacer un repaso de su reflexión. En su concepto, nos hemos encontrado con cuatro dificultades claras: la reacción ciudadana ante los propios cambios; el decrecimiento económico, más hondo de lo esperado; las deficiencias de gestión; y, la crisis institucional y del prestigio de los actores de la democracia.
Se trata de un diálogo entre nuestros propósitos y la realidad encontrada. En medio de una evaluación de las actuaciones de un lapso de tiempo crucial (el año inaugural de gobierno). En el fondo, lo que hoy tenemos entre manos es el cruce entre los desafíos que nosotros hemos decidido enfrentar, y los desafíos que han decidido enfrentarnos a nosotros. Los primeros corresponden a una opción asumida, y los segundos corresponden a una resistencia inesperada (aunque tal vez esperable).
Téngase siempre presente que, todo este período de gobierno ha coincidido con una notable ausencia de la oposición. La administración de la Nueva Mayoría ha tenido una significativa ausencia de detractores efectivos. Además, su predominio parlamentario le ha dejado las manos libres para realizar los propósitos que estimara más conveniente. Los problemas que ha encontrado se explican más por lo que ocurre en casa que por lo que hacen los vecinos.
Por eso los problemas que se detectan pueden ser rastreados hasta su origen. Las reacciones negativas frente a las reformas tienen mucho que ver con la forma en que fueron presentados y del modo sistemático en que no fueron explicadas. Un programa debe ser confeccionado pensando en cómo se comportará la economía, más que en cómo nos gustaría que se comportara.
El Estado puede estar anquilosado, pero esto no puede ser una sorpresa para quienes lo han administrado por veinte años, por lo que enfrentar las trabas debía ser parte del diseño. La crisis institucional no se ha contenido, sino que nos hemos sumergido en ella como parte integrante.
Lo notorio del giro tiene que ver con la dimensión de los problemas encontrados y con las deficiencias que se han tenido al implementar cambios de gran calado.
Se puede decir que la necesidad de rectificar la política y de perfeccionar su práctica ha demostrado ser un elemento indispensable. Saltarse la política y sus actores, reemplazarlos por el poder del carisma personal; por la vinculación directa con la ciudadanía; el cambio simple de actores antiguos por nuevos, la idea de superar los obstáculos por la vía de la velocidad con que se los implementa; todo esto ha demostrado, una y otra vez, sus limitaciones.
La buena política no tiene reemplazo. Esto por la sencilla razón de que nunca se puede realizar cambios relevantes (en estricto rigor, tampoco administrar con éxito lo que ya se tiene) poniendo un tecnocrático piloto automático. La tecnocracia suele saber cómo es que se han hecho las cosas bien hasta ahora. Solo que la realidad humana nunca se repite. Y, si se está innovando, nos adentramos en una tierra ignota, donde los mapas de las zonas conocidas de poco nos sirven.
Por lo anterior, se hace un giro en la gestión de gobierno con la finalidad de mantener la coherencia política y la sintonía con la realidad social. Tal giro no puede fue pensado para dar por superado el programa sino para darle viabilidad. Esto se consigue convirtiendo en la tarea el recuperar adhesión ciudadana; ajustarse a las condiciones económicas más restrictivas (aunque sin convertirlo en excusa para todo); mejorando la gestión administrativa y política y recuperando prestigio y prestancia.
Propiamente no se trata de un cambio de rumbo, más bien de un ajuste de precisión.