Ayer, se cumplieron 58 años de la fundación del Partido Demócrata Cristiano y 77 años de servicio a Chile – desde que la Falange Nacional se separó del Partido Conservador – por parte de una nueva generación de políticos inspirados en los valores del humanismo cristiano.
Sus fuentes principales de inspiración se encuentran en la doctrina social de la Iglesia Católica, en particular a partir del fuerte impacto de la Encíclica Rerum Novarum a fines del siglo XIX; en el aporte fundamental del filósofo francés Jacques Maritain; en las contribuciones del sacerdote Jean Lebret y otros pensadores cristianos como Emmanuel Mounier y Nicolás Berdaieff.
También han sido su fuente las enseñanzas y testimonio notables de sacerdotes en Chile como Monseñor Mariano Casanueva y Martín Rücker, Fernando Vives, Alberto Hurtado y Monseñor Alberto Larraín, junto al aporte creador y la práctica política concreta desarrollada por laicos chilenos de excepción como Eduardo Frei, Bernardo Leighton, Radomiro Tomic y Jaime Castillo, entre otros.
Así surgió la Democracia Cristiana como alternativa al liberalismo individualista que sustentaba el capitalismo y al socialismo materialista que postulaba la instauración del comunismo. Sus fundadores denunciaron así toda forma de injusticia y de opresión convirtiéndose en defensores de la libertad y la justicia.
Podría resumir la novedad y trascendencia de nuestras convicciones en: 1) la dignidad de la persona humana, 2) el valor de la comunidad, 3) el bien común, y 4) la legitimidad y los límites del derecho de propiedad.
Pero sus jóvenes fundadores unieron al conocimiento profundo de sus fuentes el testimonio, por ejemplo, de Eduardo Frei y de Bernardo Leighton que, en distintos momentos, siendo Ministros de Estado renunciaron a sus cargos frente a acontecimientos que conmovieron el alma nacional y que violentaron su conciencia.
Hoy, tanto los problemas nacionales de pobreza y desigualdad, de verdad y reconciliación sobre la historia traumática de violación de derechos humanos en las horas aciagas de la Patria, como los desafíos de una globalización que esté impregnada de los valores de la solidaridad, requieren de la acción de un movimiento como el que ha representado en la política chilena la Democracia Cristiana.
Es cierto que el individualismo y el pragmatismo imperantes así como los errores, las irregularidades y los delitos de la clase política han debilitado el compromiso con esta actividad.
Debemos en consecuencia, acostumbrarnos a ser grupos pequeños de militantes disciplinados, organizados, eficaces y ejemplares para llevar a cabo nuestros postulados y renovar nuestra acción, aplicando los principios a las nuevas realidades y problemas, trabajando con otros y contribuyendo al éxito del gobierno en que participamos.
¡Ninguna dificultad ni ninguna crisis pueden hacernos perder el norte, el orgullo y la fortaleza de nuestra identidad!
La puerta tiene que ser ancha para que abandonen nuestras filas los sinvergüenzas que olviden la ética de la humildad y del verdadero servicio público.
En la última Junta Nacional que tuve el privilegio de compartir con Radomiro Tomic y ante mi insistencia para que volviera a hablar me dijo: “Nosotros ya hemos hecho todo lo posible, ahora es la hora de los jóvenes”.
Nos toca ahora a nosotros decir ¡Juventud chilena adelante! ¿Qué están esperando? A lo mejor algunos viejos “idealistas” todavía podemos ayudar.