27 jul 2015

En torno a la Araucanía

Algunas opiniones sobre la cultura y el pueblo mapuche sugieren que entre ellos hay completa armonía, pese a que desde muy antiguo han tenido profundas disonancias. En El cautiverio feliz,  Pineda y Bascuñán, las peripecias del prisionero expresan notorias discordias entre caciques: unos sentían simpatía por él y otros querían eliminarlo.

Acaso por falta de unidad política diferían frente al conquistador.

Lo mismo se advierte en las guerras de la Independencia y la Reconquista: participan en ambos bandos. Memorable es el partido de palín en que dos equipos de mocetones se jugaron la vida del Obispo Marán, en Tirúa; para fortuna del prelado triunfaron sus adeptos.

En 1845, atraído por su forma de vida los visita Ignacio Domeyko. El sabio polaco anotaría: “Un país que no tiene nada de bárbaro o salvaje: casas bien hechas y espaciosas, gente trabajadora, campos bien cultivados, ganado gordo y buenos caballos, testimonios de prosperidad y paz”. “Orden, disciplina y severidad reinan al interior de las familias, hijos sumisos a sus padres, mujeres ocupadas, cuidando los niños, en la cocina o hilando y tejiendo ropa“.

Contrariamente, El Mercurio dictaminaba en 1859: “El Araucano de hoy es tan limitado, astuto, feroz y cobarde al mismo tiempo, ingrato y vengativo, como en tiempos de Ercilla; vive, come y bebe licor con exceso como antes; no han imitado, ni inventado nada, a excepción de la asimilación… del caballo, que ha favorecido y desarrollado sus costumbres salvajes”. “Pampas o araucanos son horda de fieras que urge encadenar o destruir en interés de la humanidad y de la civilización.”

Hoy, en público al menos, nadie suscribiría conceptos tan agresivos y difamatorios, pero indio no es precisamente un término amable. Por eso, este asunto exige distingos previos: en Chile hay un millón de personas de origen mapuche, la mitad habita territorios ancestrales. El resto, casi todos en la capital, reconoce sus raíces. Aún así, inventamos una nación homogénea y europeizada.

Sin embargo, “el indio” está presente. Una presencia reprimida por nuestra psicosis de blancura que niega el visible mestizaje. Acá hay más rubias que en Estocolmo, anotaba con ironía un viajero. Y de esa ilusoria unidad racial hay un paso a la estrambótica pretensión de ser los ingleses de América. Tonterías que se desmienten solas.  Ya informó Joaquín Edwards Bello, a propósito de un desfile de marinos chilenos en Londres, que los británicos creyeron ver parte de la armada japonesa. 

Admiramos a los mitológicos mapuches de Ercilla, otro cantar es la diaria realidad. No es preciso ser antropólogo para percibir que en ciudades y pueblos de la Frontera suele considerárseles “borrachos, flojos y ladrones”. Aunque muchos cruzan la cordillera buscando trabajo o, impulsados por la falta de tierras, han llegado a Santiago a cumplir tareas agotadoras y mal remuneradas.

La llamada Pacificación de la Araucanía en1861 fue despojo y colonización de la tierra y mentalidad araucana gracias a fusiles, aguardiente, razón y progreso. “Aún el país paga las consecuencias de aquella política”, sostiene el historiador Jorge Pinto, y sin duda es la raíz del conflicto con las comunidades cuya necesidad de denuncia y defensa nace al irrumpir un poder extraño, un nuevo orden dominante.

Tras las actuales reivindicaciones: devolución de tierras, autonomía, hay un movimiento con estrategias y métodos distintos. No es un sindicato, es un pueblo, dice Fernando Pairicán que, sin aprobar a Celestino Córdova, insiste en que la violencia es de los agricultores, policial y gubernamental. Se lucha por derechos políticos no por venganza.

Ahora, resulta laborioso compaginar agrupaciones tan disímiles como la CAM  y la Asociación de Empresarios Mapuches. Dicen los primeros: “Buscamos la liberación del Wallmapu destruyendo el sistema capitalista. Fuera forestales, territorio y autonomía”. Los segundos, quieren fortalecer capacidades empresariales rescatando valores de la etnia mediante un rol activo en el desarrollo de la sociedad chilena.

La tierra cuesta mil millones de dólares, sostuvo Francisco Huenchumilla, y en tiempos de realismo sin renuncia debe sonar caro en el Palacio. Mas no se trata sólo de eso, afirma Pedro Cayuqueo, implica integrar variables culturales, sociales, económicas y políticas, representación parlamentaria, autodeterminación, salud y educación multicultural, etc.. y con hidroeléctricas, forestales y pesqueras en la región, difícilmente se logrará, concluye.

Es una buena perspectiva del problema, cuya solución sólo será posible dialogando. Y la actitud mapuche a debatir existe desde los parlamentos coloniales. El Estado quebranta ese coloquio, privándolos de predios restituidos por la reforma agraria o imponiendo plantaciones forestales sin compensación ni participación en los beneficios, internacionalmente establecidos.

Por eso, el gobierno, evitando la tentación autoritaria, más policía, querellas y leyes de seguridad, debe confirmar el Ministerio de Pueblos Originarios y el Consejo Nacional de Pueblos Originarios aprobados en la Consulta Previa a los Pueblos Indígenas, diseñada en buena medida por intelectuales mapuches. Y encimar a la CONADI, que vulnera sus propias normas comprando fundos para comunidades ajenas a sus prioridades, en desmedro de otras que hacen la cola pacíficamente.

Es obvio que garantes imparciales harían más fructíferas las conversaciones. Igualmente, la explícita disposición de las partes a imaginar arreglos neutralizaría esa mezcla delirante que habita en integrantes de la CAM y en gremios de agricultores, armándose y alentando grupos como Los Húsar  para “darles una lección a los terroristas”.

Con todo, si “la lucha por hectáreas no nos sacará de la miseria” y sólo la autonomía es el camino para “la construcción nacional mapuche”, los alcances de esa antigua idea deberían precisarse con mayor rigor pues la región autónoma, plurinacional y multicultural con Parlamento propio y dos lenguas oficiales, sólo en el papel resulta fácil.

Grandes escollos aguardan a esta antigua causa surcando las heladas aguas del cálculo egoísta o enfrentando a los intereses creados. Rodeada, además, por la indiferencia de mayorías crediticias, enrieladas en códigos patronales y escasas de humanismo. Escépticas y felices, según el oráculo de las encuestas.

Con esa atmósfera social, podrían pasar muchas lunas y la situación mantenerse en la penumbra o igual por cien años más.

Confiemos en que el plazo no sea tan extendido.

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