Mis primeros recuerdos de Cirilo Vila se remontan al fantástico tiempo de la Nueva Canción Chilena, es decir, finales de los años 60 e inicios de los 70. Hacer música entonces era abrir un camino nunca antes explorado, y esta constatación sirve, por supuesto, para entender lo que fue la vida político-cultural y seguramente éxitos y fracasos de esas gestas. Fueron años de tiempos desbordados, de fuertes cambios de hábitos, esperanzas y entregas generosas que cuesta imaginar factibles hoy en día.
Para quienes nos asomábamos al deseo de componer -y talvez dedicar la vida a la música-surgieron algunos maestros educadores de aquello que fue, finalmente, un complemento sin el cual no hubiéramos podido caminar el trecho que llevamos.
Yo estudiaba guitarra clásica con doña Liliana Pérez y lo hacía en la Escuela Musical Vespertina, dependiente de la Facultad de Ciencias y Artes Musicales, que funcionaba en la calle Agustinas, entre San Martín y Manuel Rodríguez. En este espacio, que lo recuerdo cariñoso, asistíamos a cursos de armonía, audición dirigida, formas y, por supuesto, debate y conversaciones sobre el rol de la música y los artistas, etc. La vida era un torbellino de sucesos y descubrimientos.
Ahí estaban, en primer lugar y un poco organizando la idea de la Escuela Musical Vespertina, Gustavo Becerra. Luego aparecía Sergio Ortega, Luis Advis. También, en otro recodo del ambiente musical, se asomaba Celso Garrido-Lecca, quien fuera mi profesor tutor cuando estudié composición en el Conservatorio, y por ahí, compartiendo su semblante principesco con Celso, Fernando García, mi profesor de audición dirigida. Pero un día tuve un impacto y una confirmación del enorme poder subyugador que tiene la música: asistí a una clase de Cirilo Vila.
Allí explicaría algunas estructuras de la música barroca y la forma sonata, si mal no recuerdo. Fue una clase larga que se resistía a terminar. Al cabo de unas palabras se puso a ilustrar con notas, frases, períodos y, finalmente, obras musicales completas, que pasaban por sus atareadas y enfáticas manos con una entrega total a las exigencias de una buena y apasionada interpretación al piano. Así conocí a Cirilo y recuerdo que su entusiasmo y abandono en el empeño de educar me quedó profundamente grabado, tal vez como otro ejemplo de la fascinación, por misterio, en la que entramos cuando nos sumergimos en medio de la música, como en un océano. Por supuesto fue una clase sudorosa, como aprendí luego que así eran las suyas, tal como en un recital o concierto.
Esta imagen es la que conservaré de Cirilo Vila, maestro querido por todos. Y esa entrega suya me identifica en plenitud. Tocando como si fuera la última vez. Así es como creo que debemos enfrentar el magnífico ritual de la interpretación musical y como también debiera ser el de enseñar.
Porque, en el fondo, el tiempo que tenemos no es tanto y bien vale la pena estrujarlo, tratándose de algo tan maravilloso como fue lo que nos dijo, en música, el maestro Cirilo, aquella tarde en la Escuela Musical Vespertina.