28 jun 2015

Las reformas no son simultáneas

En los últimos días cobró primacía, en el discurso público de los voceros de gobierno y de las autoridades partidarias que lo respaldan, una idea que he sostenido hace largo rato, que las reformas estructurales necesarias  para derrotar la desigualdad, no se logran ni alcanzarán a implementarse y madurar si se intenta aplicarlas todas al mismo tiempo, es decir, que estas transformaciones no son simultáneas, hay que saber priorizar.

Obviamente, quienes por ello me denostaron y trataron de conservador no me darán excusa alguna, tampoco las espero. Lo que importa es el valor de las ideas, en este caso, de una visión estratégica que es clave, si se tiene un compromiso auténtico con el sentido y la orientación a largo plazo del proceso que se impulsa: alcanzar una sociedad más igualitaria, con menos abusos, que supera odiosos privilegios, capaz de articular la estabilidad democrática con la justicia social.

Derrotar la desigualdad en Chile es una tarea gigantesca, sumamente difícil y ardua, no es un juego ni una aventura, es lo que genuinamente se puede definir como una revolución pacífica; ese es el auténtico desafío del país; eso es lo que fortalece a la nación y robustece la democracia.Por ello, no se puede improvisar ni generar hechos o realidades políticas por darse un gustito mediático, de mero protagonismo comunicacional.

Me refiero derechamente al concepto de la retroexcavadora, que definía en términos tan sumamente estrechos, sectarios y rudimentarios, desde un liderazgo partidario significativo, el horizonte estratégico que se pensaba llevar a cabo.

Tampoco, fue correcta la definición de una lucha entre ricos y pobres, que se propuso desde un video gubernativo para respaldar la reforma tributaria, dejando de lado lo principal: que eran indispensables más recursos para financiar el mayor  gasto fiscal, que vendría a generar la puesta en marcha de las reformas.

La lucha contra la desigualdad es un desafío nacional, del conjunto de las fuerzas y actores unidos al futuro de Chile. Por ello, no se puede excluir a nadie, ni resultó válido, fomentar una artificial escisión en las filas de la Nueva Mayoría, atizando un supuesto conflicto entre “vieja” y “nueva” guardia, o una arbitraria e interesada separación entre leales y desleales.

Derrotar la desigualdad sólo es posible, desde una profunda convicción de todo el país; no hay éxito posible si la tarea se reduce al impulso de un grupo de “iluminados”, esa pretensión no hace más que minimizar el arco de fuerzas que se debe agrupar, comprometer y articular tras ese desafío.

Cuando se polariza artificialmente el contexto nacional no se avanza prácticamente en nada, una confrontación en la retórica es estéril, aunque no lo reconozcan quienes practican ese estilo, sólo se amplía el espacio de aquellos que se oponen de forma más recalcitrante a las reformas.

La reforma tributaria estuvo en el inicio del camino resuelto en el Programa presidencial, por la simple y sencilla razón que la disponibilidad de recursos condiciona la concreción de las reformas sociales que se aspiran en este periodo. En especial, la reforma educacional depende de ellos. O sea, que ese maximalismo que pensaba hacer todo de una vez carecía de base real de sustentación. Existe una gradualidad que para el éxito del propio gobierno es esencial.

En otras palabras, había prioridades que eran evidentes; así como, la propia modificación de la realidad nacional que iban a provocar las reformas, vendría a influir sobre el desarrollo del proceso en su conjunto. Aunque sea obvio, pero parece que se soslaya lo que es evidente: un escenario con más de dos tercios del apoyo social es radicalmente diferente a hacerse cargo de un respaldo en torno a la cuarta parte de la sociedad chilena.

Parece que se olvida el tema de la correlación de fuerzas como parte de los elementos de cualquier análisis objetivo del escenario político del país. De modo especial, si se trata de avanzar hacia una nueva Constitución Política del Estado.

Tal como Nelson Mandela eliminó el apartheid uniendo a la mayoría negra y la minoría blanca, en una sola nación “arco iris”, una Sudáfrica capaz de contar con una democracia no racial, evitando el riesgo de una cruenta y desgarradora guerra civil, el gobierno de la Presidenta Bachelet debiese aspirar,  a unir sólidamente nuestra comunidad nacional, en torno al gran objetivo de derrotar la desigualdad que tan severamente puede afectar el futuro del país; la confrontación en sí misma, por darse el gusto, no sirve.

No cabe duda entonces que la viabilidad de las reformas exige ampliar su base de sustentación y agrupar, “arropar”, las mismas con todos los apoyos que surjan en torno a ellas. Creo que es una torpeza exacerbar el discurso, con vistas a la galería, pretendiendo reunir más intensamente los apoyos más radicales, enajenando el respaldo de las mayorías indispensables para acometer con probabilidades la viabilidad del proceso reformador.

Un cambio social perdurable requiere de una mayoría nacional que lo haga posible; por eso no es un capricho sino que un dato de la causa que las reformas no son simultáneas, sino que un proceso difícil, arduo y extenso en el tiempo. Eso exige la voluntad política necesaria, esa no se compra en la farmacia y algunos que carecen de ella la reemplazan con frases rimbombantes que no resuelven las dificultades sino que las agravan. Por eso, hay que avanzar firme y con resolución, lo que no significa ni aventura ni precipitación.

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