Se conmemora un nuevo 5 de junio y el balance no invita, precisamente, a la celebración.En un verdadero juego de suma cero, el diálogo se ve desplazado por la imposición; las propuestas por la descalificación; los intereses de la Naturaleza, por mezquinas agendas propias.
El resultado es el bloqueo de una agenda que, hace tan solo un año, avanzaba decididamente hacia una reforma completa a nuestro Sistema de Evaluación Ambiental; la preservación de los glaciares; el fomento del reciclaje y a la creación –después de casi 40 años- de un Servicio Público que vele por nuestras áreas protegidas y la maravillosa biodiversidad de estas tierras.
La vorágine de acusaciones, cuestionamientos a la moralidad pública y la irrupción de boletas y facturas en los lugares más insólitos y vergonzantes, probablemente ha contribuido a agudizar la sordera de todos a las quejas de la madre Tierra.
Pero, como no podemos y nos negamos a permanecer eternamente paralizados por la codicia e impudicia de algunos, tampoco es aceptable que se liquiden o posterguen las preciosas oportunidades que, aún tenemos para avanzar en la protección y preservación del patrimonio ambiental que nos regala la vida, tan solo por que nos creemos detentadores de algún tipo de verdad develada, nos arrogamos algún tipo de superioridad moral o, simplemente, por que no estamos dispuestos a dejar de lado nuestros propios dogmas, cuestionamientos y/o mezquinos intereses.
Seguir así, en nada ayudará a que nuestras gentes dejen de respirar toxinas, dejen de ser abrumados por elementos cancerígenos -día, tras día- o, a que los ciclos profundamente alterados de la naturaleza puedan, al menos, recomponerse.
Carl Sagan planteaba que existe una servidumbre ontológica, para todos los sistemas y para todos los seres, con la preservación de la vida y el medio ambiente que la hace posible, en todas sus increíbles y maravillosas formas.
Para lograr ese objetivo -quizás si la mas alta responsabilidad que nos legaron nuestros padres y que compartiremos con quienes nos sucedan- debemos buscar acuerdos, renunciar a sentirnos dueños de la verdad y asumir humildemente que, por legitimas que creamos nuestra representación social y/o política, solo somos voceros, no intérpretes de la voz de la Madre Tierra.