03 jun 2015

Vacuna de ética

Cada día aparecen nuevas informaciones que hablan de la manera en la que nuestra clase política ha venido, hace años ya, aprovechando los intersticios del ordenamiento legal para defraudar la confianza depositada en ellos por el electorado en cada elección.

Una primera observación acerca de este proceso -que algunos han llegado a comparar con una telenovela porque cada día entrega un capítulo nuevo y no parece tener fin- es que el país cuenta con una clase política que se rige exclusivamente por la ley.  El patrón de conducta es simple: si la ley no lo prohíbe es que está permitido.   No importan la ética ni la moral, y esa es una conclusión que revela un importante grado de enfermedad en el alma nacional.

La segunda observación es que se ha ido produciendo un fenómeno de adormecimiento por parte de la opinión pública.   De la sensación de escándalo y vergüenza inicial, se ha ido pasando a una constatación apesadumbrada respecto a la extensión del aprovechamiento por parte de nuestras autoridades de los vacíos legales y por último a un estado adormecido en el que ya nada produce una reacción.

Es lo mismo que le sucede a los enfermos que se acostumbran a los síntomas.   Creen que sus dolores y malestares están cediendo y, por lo tanto, que están mejorando, pero siguen enfermos.

Frente a estas dos circunstancias empieza a producirse la respuesta natural. ¿Qué se puede hacer para evitar que vuelvan a realizarse estos actos tan perfectamente legales pero al mismo tiempo tan reprochables desde el punto de vista de la ética y de la inequidad?

Considerando el asunto desde el punto de vista médico, la analogía indica que el enfermo debería ir al médico y someterse a la inyección de una vacuna.   Sin embargo, el análisis de la situación no se suele hacer recurriendo a las analogías -que siempre son tan esclarecedoras- y la sensación que impera entonces es la del desánimo, porque se cree que los responsables no serán castigados, o al menos no lo serán de una manera proporcional a la magnitud de su falta, y que los abusos continuarán produciéndose con mayor o menor elegancia.

Esa suerte de renuncia a la idea de hacer un esfuerzo por enfrentar la enfermedad se ve reforzada con la desconfianza en que los responsables de hacer las leyes que sirvan como vacuna lo hagan efectivamente, porque se les consideran como los mismos que ya hicieron trampa una vez.

La incredulidad va entonces en el sentido de que, si se llegan a adoptar medidas, estas serán preparadas de manera que puedan ser burladas nuevamente porque, en definitiva, lo único que parece importar es la posibilidad de beneficiarse con cualquier forma de financiamiento permitida por la ley, aunque sea reprobable desde la ética.

¿Qué hacer entonces?   Algunos sueñan con la idea de generar una especie de revolución que coloque la ética al centro de la actividad política y jubile a todos los dirigentes políticos porque, aunque los que aparecen como responsables son unos pocos, se sospecha de todos.  Puede ser injusto, pero ese es el sentimiento predominante en muchos sectores de nuestra sociedad.

Naturalmente, la prudencia, la experiencia y el conocimiento de la historia llevan a desconfiar también de esas soluciones radicales, sobre todo porque poseen una visión muy parcelada de la ética.

Lo que queda entonces es sumar esfuerzos por volver a colocar la ética en el sitial de privilegio que le corresponde, de manera que oriente el comportamiento de todos: autoridades y gobernados.   El cambio es cultural y no se puede exigir a algunos que lo cumplan mientras los demás seguimos eludiendo el pago de los impuestos, tratando de pasar por encima de nuestro compañero de trabajo o de nuestro vecino para aprovechar cualquier ventaja por pequeña que sea.

Lo que queda entonces por hacer es promover una campaña transversal para vacunarnos contra el egoísmo, el individualismo y la confusión de los valores que deben regir la vida en común.

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  • Luis González

    Extremadamente acertadas sus palabras, estimado… las personas capacitadas interesadas en participar en política están casi extintos en dicha actividad, porque a la gente simplemente le gusta que le vendan la pomada… cosa que un candidato serio y con ética no se rebajaría a hacer.

    Tristemente somos un país que confunde la deshonestidad con la viveza y esta situación se veia venir.
    Tristemente la educación cívica y los conceptos de empatía y ética han sido totalmente excluidos de las aulas y muchos hogares

    No tenemos los políticos que queremos, pero si los que merecemos, porque una mayoría, al tener la más mínima oportunidad probablemente incurriría en los mismos pecados por los que ahora estamos apedreando a la clase política… sin importarle pasar por sobre un montón de otras personas, siempre y cuando haya un beneficio personal

    Ojalá todo esto nos lleve a un cambio, pero como ud. lo ha dicho, absoluto y transversal
    Un cordial saludo

    • Andres Rojo Torrealba

      Gracias Luis.

  • Pedro Pagliai

    Una analogía por bien que sea didáctica está sujeta a los supuestos o convenciones que aceptemos como tal.

    Respecto al supuesto de enfermedad, podemos estar de acuerdo en que es un conjunto de síntomas que manifiestan un estado particular de la fisiología del cuerpo, producto de causas que un médico alópata certifica. Prevalece muchas veces el concepto de que son las causas externas las que favorecen la aparición de una enfermedad, como serían ciertos hábitos perjudiciales de tipo alimenticio, personal, social, emocional, entre otras. Prevalece un parámetro determinista y materialista en su enfoque que da explicación a lo ocurrido, es decir, debemos encontrar la causa(externa) y su efecto. Periódicamente se publican estudios que lo certifican, y en razón de esto, los medicamentos se han transformado en una solución muy esperada y deseada para curar o paliar los efectos de la enfermedad.

    En consecuencia, el paradigma como se dijo es determinista, newtoniano, es la consecuencia o resultado de la acción externa que poco o nada tiene que ver con el paciente, incluso si le atribuimos responsabilidad al ADN, porque se piensa en este paradgima que la información que contiene el ADN no se modifica. Por otro lado, la enfermedad tiene un connotación negativa, es un ataque, y además el cuerpo es un lugar donde se libran batallas microscópicas, y donde los medicamentos son una especie de salvación -tal es el efecto de esta idea que suponemos que la Ley Ricarte Soto es un logro o un avance sustantivo en temática de salubridad pública-

    Pues bien, esta opinión se ajusta perfecto a este modo de ver el mundo. Se habla de una enfermedad, que podrìa diagnosticarse como ¿eticorrea, eticonalgia, eticocitis, eticopenia? Y que una inyección, una vacuna de ética es lo que les falta para restituir la salud de la sociedad y de quienes nos representan.

    Sin embargo, y en contraste a este paradigma, encontramos que la enfermedad es intrínseca a nuestra biología como un esfuerzo por adaptarse a situaciones de estrés coyuntural o prolongado. En otras palabras, es una solución del inconsciente que es expresada a través del cuerpo (biología) para adaptarse. Un mecanismo de protección que favorece la supervivencia del individuo.

    Lo es. Es totalmente opuesto a lo que solemos creer resepcto de cuando nos enfermamos. Porque más allá de lo mal que nos sentimos cuando enfermamos, peor es atarvesar dicho periodo pensando que es un castigo, o que un germen o tal otro fue el que lo produjo. Por lo tanto, la enfermedad en sí no es nada, salvo nuestra propia valoración de lo que percibimos según las creencias que obedecen a nuestros condicionamientos culturales.

    Lo importante es recalcar que no hay enemigo en la enfermedad sino que dado nuestra capacidad de ser entes autoconscientes podemos indagar en las causas más profundas que origina el desequilibrio en pos de restituir el equilibrio.

    Se habla mucho de culpar. Se habla mucho de cambiar la sociedad. Pero nunca se habla en los medios masivos de cuánto podemos cambiar nosostros mismos y las creencias que sustentan nuestro diario vivir.

    EN el paradigma tradicional, los políticos viene a ser una especie de cáncer que nosotros mismos abonamos con nuestro descontento. En el nuevo paradigma, si cambiamos nosotros, el cáncer desaparece, porque asistimos e hicimos caso al llamado de esta enfermedad en el sentido que uno mismo es el primero en proveer el bienestar físico, emocional que requiere y asimismo, la suma de individuos conscientes tendrá un efecto multiplicador en la sociedad que conformamos.

    Cuando pensamos y creemos que se libra una batalla contra la enfermedad, esa idea -demente- es un correlato de lo que vemos día a día. Reforzamos la idea de pelear, de la incomprensión, nos protejemos del otro. Y tal estrés es un mensaje al inconsciente que gatilla la enfermedad avisándonos o dejando claridad de nuestro comportamiento.

    Cuando no atendemos nuestras necesidades desde el respeto y amor por uno mismo, cuando no sabemos canalizar nuestras emociones, cuando pensamos que alguien que amamos, por el hecho de amarla, depende nuestro bienestar (así de los políticos, empresarios, religiones, trabajos que depende de nosotros)

    Entonces, reitero, qué aviso nos dan nuestros políticos de aquello que nos podemos dar cuenta. Si aceptamos la premisa que todo está interconectado, que los opuestos son complementarios, que lo que percibimos es reflejo de nuestro estado de consciencia, por lo tanto la enfermedad es un símbolo inequívoco de “algo” que puja desde dentro de cada cual para ser descubierto y sanado. ¿nos hacemos responsables y dejamos de ser adolescentes emocionales?

    Este es el mensaje implícito en esta crisis. Y sé que día a día mucha gente está cuestionándose su sentir victimista, y con temor además, porque seguir en este camino, supone destruir las bases de creencias con las cuales hemos construido nuestras vidas.

    Para concluir invito a quienes quieran dar ese paso crucial para nuestro bienestar a desaprender lo aprendido, a ejercer una escepticismo saludable de aquellas polaridades que vemos a diario y que inevitablemente fueron son y serán de nuetro total responsabilidad

    • Andres Rojo Torrealba

      Gracias Pedro..