En el clásico texto “Nuestra América”, el pensador cubano José Martí nos dice: “Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa, y la levantan con la levadura de su sudor. Entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en crear. Crear es la palabra de pase de esta generación. El vino, de plátano y si sale agrio, ¡es nuestro vino!”.
Con estas palabras, uno de los libertadores de la mayor de las Antillas, buscaba reivindicar la autonomía, no sólo política o territorial, de Cuba y de América Latina respecto del imperio español, sino especialmente la independencia intelectual para imaginar con libertad la construcción de las nuevas repúblicas.
Pese a los 124 años que han transcurrido desde la publicación de ese escrito, su mensaje sigue vigente. Y aunque la mirada martiana apuntaba a un nivel continental, puede ser perfectamente aplicada a lo que ocurre dentro de los países. Por eso, en el seminario “¡Descentralizar Ahora!”, organizado el pasado 14 de Mayo por la Fundación Chile Descentralizado, la Academia Parlamentaria y el Centro de Extensión del Senado, me permití parafrasear a Martí para sostener que “Nos equivocaremos en regiones, pero nos equivocaremos nosotros, no en Santiago“.
Al proceso descentralizador que Chile requiere, no le basta con que avancemos en una constante progresión legislativa o administrativa que traspase algunas decisiones, recursos o competencias. Tanto es así que, por más que represente un gran avance, la propia elección de intendentes no será suficiente para la consolidación de ese proceso si no está sustentado en la piedra angular más importante: la capacidad de las propias regiones, sus habitantes, organizaciones y autoridades, de pensar y de imaginar su propio proceso de construcción y desarrollo.
La regionalización, la descentralización y la desconcentración que muchos imaginamos, sólo podrá verse materializada cuando hayamos también avanzado en la concientización, la educación, la construcción del imaginario colectivo acerca de lo que significa vivir en regiones y la responsabilidad que todos tenemos en hacer de esa región no solamente un lugar de residencia, estudio o trabajo, sino que parte de nuestra identidad individual y colectiva.
Ser regionalista, por tanto, no trata de construir una suerte de “nacionalismo” regional, ni de construir mitos que tengan como objetivo declarado la búsqueda de la cohesión social en torno a un territorio. Tampoco se trata de ser anti Santiago, ni menos aun de asumirlo como una constante competencia con o contra las otras regiones.
El desafío es ordenar potencialidades, capacidades, posibilidades y fortalezas, teniendo claras también las debilidades y carencias, para desde allí aportar a la construccción de un país unitario, construido sinérgicamente más allá de la simple suma de lo que cada región representa.
El regionalismo no es una moda o una tendencia como algunos quisieran. Es un proceso lógico, racional que se desarrolla con la construcción de cultura, investigación y opinión pública local y regional. Junto con ello, se requiere también en las regiones, la existencia de una sociedad civil cada vez más organizada, con mayor claridad acerca de sus demandas y sus derechos, en disposición de hacer atendible sus puntos de vistas para incidir en la dirección de los destinos del territorio donde vive.
Este es un tema que además tiene que ver con las lógicas y dinámicas con que hoy se articulan la educación, las leyes y los propios partidos políticos. Por eso es cada vez más atendible la demanda por una educación que responda a las necesidades de cada territorio, por leyes que asuman las diversidades territoriales y culturales que tenemos en el país y por partidos que deben descentralizarse y desconcentrarse, si quieren representar las corrientes de opinión que se expresan cada vez más desde las regiones.
Lo importante es seguir avanzando sin miedo en esta materia. El Estado unitario no está en peligro y nadie está promoviendo un Estado federado. Se entiende también que no se trata de crear regiones ni comunas por simple voluntarismo y que es necesario –desde hace mucho tiempo- una ley de ordenamiento territorial para que la actividad económica, junto con generar empleo en regiones, cuide su entorno y la calidad de vida de las personas.
Lo importante, como nos dice Martí, es no tener miedo de crear, y si nos equivocamos, como es posible y normal que ocurra, al menos sea porque desde cada territorio tuvimos iniciativa y ganas de hacer, innovando y no sólo repitiendo lo que alguien nos pautea desde la capital, sin conocer nuestra región y menos a su gente, sus problemas y sus sueños.
El futuro de las regiones está ahí. Hablando nuevamente con palabras de Martí habría que decir que hay que subirse las mangas y meter las manos en la masa, porque efectivamente la salvación está en hacer región.