Las marchas o manifestaciones masivas por las calles de la ciudad se han transformado en un panorama urbano frecuente. Para unos son una normal expresión de la democracia. Para otros, una pesadilla.
Para los primeros, es la voz de la calle, la del ciudadano de a pie que tiene derecho a manifestarse y para la cual, la autoridad debe habilitar el espacio necesario.
Para los segundos, la llegada de las invasiones bárbaras que como broche de oro de su paso por la ciudad cometen toda clase de vandalismos contra propiedad pública o privada.
Para los más politizados, la protesta de los que se oponen al gobierno y su programa… O la manifestación de quienes quieren acelerar los cambios…
Con todos ellos, la policía tiene deberes encontrados: por un lado proteger y cuidar su paso para que su activismo pueda desarrollarse bien. Por otro, contenerlos con chorros de agua, gas lacrimógeno o hasta balines de goma, acciones que como hemos visto recientemente, muchas veces terminan en abusos físicos contra los manifestantes y con víctimas en el hospital o en la morgue.
También ha habido casos de policías con ese resultado. Pero hay una gran diferencia: los primeros no están entrenados ni apertrechados para su cometido como los segundos. Solo salen a la cancha con su humanidad y su ropa de cada día por toda coraza. Lo otros, profesionales de la represión, con petos y yelmos sobre el uniforme y bajo el, tal vez chalecos antibalas.
Divergen también en que si bien la violencia de aquellos es espontánea o impulsada por doctrinas o resentimientos, la de los uniformados es planificada, enseñada en un patio de entrenamiento y por lo tanto, tiene la obligación de ser más controlada.
Pero ¿por qué marchan los que marchan ? ¿Cuáles son las ideas detrás de su accionar sobre la calzada?
La oposición – y los que quieren detener o cambiar la hoja de ruta — dice que son los descontentos con el gobierno o con alguna ley o medida que se discute en el Parlamento. Y reciben amplia cobertura en sus medios para amplificar sus voz.
Pero ¡ojo! No todos salen a la calle porque estén en contra de las leyes o medidas del programa aprobado por la mayoría de los chilenos. Hay también quienes marchan para vigilar que en su tránsito de La Moneda al Congreso no sufra desviaciones. Hay que reconocer que estos son los menos.
Muchos más son los que marchan exigiendo apurar la causa, poner el pie en el acelerador y no en el freno. Más reforma educacional. Más reforma laboral. Más cambio constitucional. Más derechos para la mujer. Más participación ciudadana en su discusión en la etapa de pre proyecto del Ejecutivo o en la revisión en las salas del Parlamento.
Pero también marchan los que no quieren ni lo uno ni lo otro. Los que de “no estar ni ahí” pasaron a asaltar las calles encubiertos bajo capuchas y que, armados de piedras y palos, irrumpen al final de la marcha estudiantil arremetiendo contra vitrinas, semáforos y todo cuanto encuentran a su paso.
¿Quiénes son estos…? ¿Por qué no logran identificarlos y paralizarlos?
Muchos se resignan a que se trata de lumpen, esos jóvenes marginales que llegan a descargar su ira social. Sí, algunos de estos también están en las marchas pero tampoco olvidemos que una vez se descubrió un policía escondido bajo una capucha.
Pero principalmente hay que abrir los ojos a un nuevo actor político que ha irrumpido en la escena, o más bien, un antiguo actor que durante décadas estuvo invernando y que ahora reaparece con nueva energía: los ácratas o anarquistas que han llegado a tomar el lugar de otros antisistémicos de ayer.
Los de hoy declaran su total desprecio por el orden establecido y combaten al sistema capitalista de otra manera. Desconocen toda autoridad, incluso entre ellos (se organizan en asambleas) y atacan el poder destruyendo todo cuanto ese orden ha construido: semáforos, bancas, comercios, iglesias… Me informo que hasta están divididos: algunos de ellos tienen como norte sólo destruir, pero otro sector levanta un proyecto socialista “en construcción” que desplazará y anulará “el poder, la moral y los valores burgueses”.
Si en otro tiempo y lugar la no-violencia-activa consiguió grandes cambios en las sociedades donde se practicó, los ácratas o anarquistas de hoy eligieron lo contrario: la violencia-activa.
Seguramente los organismos policiales ya los conocen. Estas líneas son para conocimiento de los vecinos que sufren sus ataques y para quienes muchas veces queremos unirnos a las marchas: sepamos a quiénes podemos encontrar como compañeros de fila.