Los últimos escándalos sobre financiamiento irregular de campañas han agudizado la crisis de legitimidad por la que atraviesa nuestro sistema político, que se arrastra al menos desde inicios de la década pasada.
Pero, ¿es realmente la política la que está en crisis? A mi parecer, no. Lo que está en crisis es una determinada forma de ejercer la actividad política, sustentada en la relación entre el 1% más rico del país y los “políticos”, que ha quedado manifiesta en la formalización de la investigación del “Caso Penta” y en la reciente denuncia realizada por el Servicio de Impuestos Internos a raíz de la “arista Soquimich”.
Si en el matrimonio Penta-UDI la mimetización es tal que no se puede discernir cuál es el brazo político y cuál es el brazo empresarial de uno y de otro, la arista SQM agrega otro ingrediente que agudiza la desconfianza ciudadana. Aparecen también vinculaciones con el mundo de la centro-izquierda que podría haber recibido financiamiento irregular de la empresa del yerno de Pinochet, privatizada entre gallos y medianoche durante su gobierno, sumando a las eventuales ilegalidades un componente moral para quienes sustentaron su relato en la lucha contra la dictadura y la recuperación democrática.
Frente a este escenario se presentan dos salidas posibles. La primera, un secreto a voces, es la vuelta de la “vieja guardia” de la Concertación a recuperar el timón del barco y poner orden en medio del caos. Para llevarla a cabo se debe torpedear primero a quien representa la renovación de la Nueva Mayoría y el espíritu reformista dentro del gabinete: el Ministro Rodrigo Peñailillo.
Para algunos esta operación ya está en trámite. Pero esta salida es errónea, pues implica dar por cierta la tesis que sostengo falsa, de que la crisis es de la política y no de una determinada forma de entenderla. Si la política es la enferma, dicen, se necesita un panzer que actúe como experto cirujano.
En este punto debemos ser categóricos: la política no está en crisis. Durante el pasado período legislativo se aprobaron transformaciones esperadas por 25 años: fin del sistema binominal, Acuerdo de Unión Civil, voto de los chilenos en el exterior, reforma educacional, reforma tributaria y más.
Para el 2016 se ha anunciado el inicio de la gratuidad universitaria, demanda nacida desde la movilización estudiantil del 2011, justamente el año en que la política -ya no desde los cauces institucionales ni desde el pacto de la transición- logró cambiar los límites de lo posible en un país mal acostumbrado al status quo. Las regiones han comenzado a levantar sus voces y los ciudadanos ya no tenemos la misma resistencia frente los abusos que caracterizó al Chile del “no estoy ni ahí”. En suma, todo lo contrario a una crisis de “la política”.
Como la crisis, entonces, es de una determinada forma de entender y ejecutar la política, su verdadera salida está dada por la erradicación de estas maneras, costumbres e incluso estilos de vida, que han caracterizado a la élite que ha dirigido los destinos del país desde el retorno a la democracia. Dada mi militancia de izquierda, me haré cargo de su superación desde la vereda del mundo progresista al cual pertenezco.
Las generaciones que fueron llamadas a derrotar políticamente a la dictadura y a administrar la transición ciertamente tienen mucho de lo cual podemos estar orgullosos. Pero también, dentro de ellas, se comenzaron a desarrollar y expandir las prácticas propias de la vieja política que hoy nos tienen por el suelo, obstaculizando incluso la agenda del gobierno más transformador que a muchos nos ha tocado vivir.
Es que efectivamente el país les pidió, en reiteradas elecciones, que recuperaran el rumbo de una de las democracias históricamente más sólidas de América Latina. Pero lo que algunos no entendieron es que nadie les pidió que se acomodaran, que se aclimataran a los cocteles en Vitacura, las charlas en la Enade, a los espaldarazos de los grandes empresarios o las comidas con que éstos agasajaban a los funcionarios públicos luego de obtener alguna licitación. Nadie les pidió que se olvidaran de las privatizaciones realizadas por la dictadura, ni menos que fueran financiados por el yerno del tirano.
Penta y SQM tienen varias características comunes. Ambas son empresas que necesitan coaptar a la política para poder sobrevivir. Tanto la actividad especulativa como la industria extractiva de recursos naturales se sustentan en el orden económico neoliberal que impuso Pinochet y que -con ciertas correcciones- administró la Concertación. Por eso este tipo de empresas se esmeran en financiar a los políticos. ¿Podríamos llegar a proyectar la nacionalización de la industria del litio en un escenario de eventual financiamiento de SQM -regular o irregular- a buena parte del parlamento?
Ese es el gran dilema de estos días. Pues para combatir de raíz la desigualdad es imperativo que avancemos como país hacia un nuevo modelo productivo, donde la extracción de recursos naturales tenga un menor peso al frente de la innovación y la utilización de tecnología y capital humano para desarrollar una economía con mayor valor agregado. Para que ello ocurra es requisito que la actividad extractiva no financie a la política.
Entonces, para dar un giro a este escenario y caminar hacia las necesarias reformas estructurales, debemos esforzarnos para que se sepa la verdad, para que no existan defensas corporativas y también para hacer un poco de pedagogía frente a una ciudadanía incrédula, explicando que no es la política la enferma sino una parte de ella y que ésta puede ser una oportunidad histórica para abrir la democracia.
Nuestra generación, que se tomó los colegios el 2006 y las universidades el 2011 imaginando un Chile distinto, debe colaborar y ser protagonista en el empuje de esta transformación. En este punto debemos trabajar unidos tanto quienes participan de nuevos movimientos como quienes lideramos las juventudes de los partidos tradicionales.
Condenar abiertamente las eventuales irregularidades aunque vengan de nuestro propio mundo, volver a dignificar la política, llenar los municipios del país de nuevos liderazgos en las próximas elecciones municipales y dejar de lado las legítimas diferencias para avanzar como generación en la construcción de una política distinta es un desafío que bien vale la pena. Para que este sea el funeral de la vieja política debemos actuar todos quienes creemos en el sentido profundo de esta actividad.