Ha llegado a mis oídos la noticia de que recientemente, un joven invidente de 25 años cuyo nombre era Felipe Díaz Brito, terminó con su vida luego de ser insultado por los guardias de la estación de metro Pudahuel, donde desde hace años tocaba la armónica.
Según relatan sus familiares, el chico se habría suicidado luego de haber recibido amenazas e insultos por parte de estas autoridades, quienes lo expulsaron del lugar, tratándolo de “estorbo” y “sinvergüenza” ya que no creían que su condición de discapacitado fuera legítima y lo acusaron de engañar a los transeúntes para recibir dinero a costa de ellos.
Al parecer, Felipe se sintió tan angustiado que no fue capaz de mostrar su carnet de discapacidad para corroborar que no mentía, aunque realmente no era necesario puesto que iba acompañado de un perro guía y contaba además con una discapacidad motriz.
Es complejo acreditar todos los motivos que llevaron a Felipe a cometer dicho acto (tal vez hasta depresión) pero lo que es seguro es que no fue algo tan repentino como se muestra en los noticieros. Sin duda el origen de todo esto es la discriminación que le rodeaba. Por lo tanto, ¿podría catalogarse como un caso de violencia psicológica?Efectivamente, en especial porque ya le habían cerrado las puertas frente a sus narices en más de una ocasión.
Los expertos han mencionado que existen diversas clases de violencia: física, psicológica, doméstica, laboral, entre muchas otras, aunque, y a pesar de lo irónico que suene, la más frecuente es la psicológica, y al mismo tiempo es una de las más complicadas de detectar, principalmente debido a que actúa de forma distinta a la física, que deja una evidente lesión en el cuerpo de la víctima, por lo que quienes se encuentran en su entorno podrían percatarse y detenerla.
La primera, sin embargo, es transparente en muchas ocasiones para quienes la ven de fuera y no consigue llamar lo suficiente la atención, de hecho a veces la víctima no es consciente de que la está sufriendo sino hasta que es demasiado tarde. Por tal razón, lo más complejo sería el periodo en el que se acentúa y consolida; un tiempo en el que la víctima se desgasta tanto hasta el punto de no poder defenderse de los ataques, llegando incluso a tomar la decisión de atentar contra su vida
Más peligrosos son, sin embargo, los efectos cuando esta coincide con una inminente discriminación, concepto que se definiría como toda restricción, exclusión o distinción fundamentada en diversos motivos.
En este caso, un motivo meramente físico como lo es la discapacidad visual, el que desembocaría en un trato de inferioridad y que a su vez ocasionaría gravísimas secuelas, que evidentemente dependen de la personalidad del individuo maltratado, pero en algunos casos, podría generar incluso el suicidio si la situación se repite constantemente y no se hace nada para evitarla.
Si bien es cierto que podrían existir diversas razones que nos lleven a la situación en cuestión, (incultura, miedo, desconocimiento, ignorancia…), ninguna la justifica realmente, y menos el hecho de que haya testigos silenciosos que actúan por motivos meramente egoístas o no se atreven a denunciar lo que están observando.
No obstante no hay que olvidar que la enmarañada situación gira en torno a una causa aún mayor, y esta es, las pocas oportunidades que la gente con capacidades diferentes tiene en Chile.
Si ese no fuera el caso, ¿por qué personas como Felipe tendrían que tocar la armónica a la salida del metro para ganarse el pan de cada día?
¿Por qué los invidentes deberían conformarse con un cierto número de carreras universitarias en vez de tener libre acceso a estudiar lo que deseen?
¿Por qué se limita la entrada de perros lazarillos a la mayoría de los establecimientos si las leyes establecidas exigen lo opuesto?
Hay, ciertamente, un bajo nivel de inclusión social que es visible tanto en los colegios como en las familias, en el trabajo, en la sociedad en general. Se sabe que en el pasado se tenía una visión de que era el discapacitado quien debía adaptarse a su entorno, ahora se considera que la persona demuestra tener una discapacidad, sólo si no se dan las condiciones óptimas de inclusión en el medio en el que se encuentra inmerso.
Si partimos de este punto y asumimos que el nuestro es un país al que le falta un largo camino por recorrer en esta área, ¿de qué manera podríamos evitar que la discriminación se siga propagando?
A pesar de las medidas legales que las Constituciones modernas están tomando, y otras muchas que las autoridades gubernamentales deberían considerar para eliminarla progresivamente (suministrar bienes y servicios, promover su contratación en distintas empresas, mejorar instalaciones tomando como referencia países como España en los que éstas están adaptadas, crear programas especializados en la sensibilización que traten la igualdad, entre muchas otras), es preciso que cada uno de nosotros actúe.
No podemos quedarnos de brazos cruzados viendo en silencio una situación así; no podemos permitir que ataques directos a la dignidad e integridad moral de una persona se sigan suscitando.
No se trata de adoptar una postura de compasión o lástima (porque es discapacitado, hay que ayudarlo) sino de ser lo suficientemente perceptivos para saber que todos nosotros (incluyendo las personas con capacidades distintas) formamos parte de la esencia del país, y lo que es mejor, cada uno de nosotros tiene un potencial maravilloso que aportar a esta sociedad. ¿Para qué seguir desperdiciándolo?