27 mar 2015

Entre la indignación y la esperanza

Estamos en los días finales de una campaña a la Directiva Nacional del PDC, que ha sido breve, intensa y no exenta de dificultades.

Algunas personas nos han dicho, a la salida de las reuniones: “parece que ustedes están enojados”. Al oír eso, yo sonrío y digo: “No, camarada, estamos indignados”. ¿Por qué? Pues simplemente porque esa indignación ha nacido al ver lo que ha ido sucediendo en el PDC hace ya mucho tiempo, pero por sobre todo en los últimos diez años. Esa indignación nos decidió a levantar la voz en un momento en que las bases carecen de suficientes canales de expresión, no hay participación, los dirigentes hacen lo que quieren sin sentirse obligados a dar cuenta de sus hechos y de sus dichos.

Escuchando el grito y los silencios de aquellos militantes que no pertenecen a la elite, que no están en las trenzas del poder y de las máquinas, que no gozan de prebendas ni posiciones de privilegio, que no son parientes de nadie importante, presentamos nuestras candidaturas.

Dirigentes sindicales, empleados públicos, profesionales independientes, intelectuales, mujeres y hombres, jóvenes y mayores, formamos una lista que es expresión de los que estamos fuera de esos grupos exclusivos que han administrado, desde el Partido y el gobierno, el sistema económico, social y político creado por Pinochet.

Nepotismo, camarillas, grupos cerrados, ineficiencia interna y política, vaguedad y desperfilamiento político, problemas de disciplina y alejamiento de la doctrina, desconocimiento de los acuerdos del V Congreso, oídos sordos al clamor de las bases. Queremos terminar con eso y poner al Partido Demócrata Cristiano en su posición de vanguardia para construir una nueva sociedad.

No sólo nos mueve la indignación, sino también y por sobre todo, la esperanza. Estamos convencidos de que es posible avanzar en la línea triple de recuperar la doctrina, la ética y el carácter popular del PDC. Queremos que el Partido inspire sus decisiones, sus proyectos y sus acciones en la doctrina de la Democracia Cristiana y las conductas de sus dirigentes y militantes se enmarquen en la ética cristiana. Queremos que el Partido vuelva a jugar, con la presencia y participación de sus militantes, un papel fundamental y determinante en las organizaciones de la sociedad, como fue durante décadas.

Levantamos nuestra lista antes de que las máquinas se pusieran de acuerdo en la suya. Porque queremos unidad del PDC en un marco de decisiones claras y posturas definidas. La unidad se hace en torno a las mayorías en la medida que sujeten su acción a los principios y respeten los acuerdos. El PDC no es una federación de grupos ni una alianza para tomar el poder. Tenemos ideas y es necesario que las plasmemos en proyectos de ley y en programas claros sobre las tareas políticas que es necesario llevar a cabo.

Es justamente lo que echamos de menos en el comportamiento de nuestros diputados y senadores, que han limitado su acción a ser contestatarios respecto de proyectos de otros, ya sea el gobierno o parlamentarios. No hay propuestas concretas respecto de temas centrales como la previsión, la salud, la educación, por solo nombrar tres aspectos. No hay intentos claros ni concretos por terminar con la absurda situación de empleados públicos recibiendo honorarios en abierta violación de la ley y de la justicia. No han existido proposiciones concretas para sustituir la constitución pinochetista. No dedican sus energías al trabajo propiamente parlamentario ni hay esfuerzos concretos por mostrar que no somos partidarios del capitalismo. Por el contrario, los parlamentarios y los dirigentes toman como postura un enfoque neo liberal muy alejado de los postulados de la DC.

Esos parlamentarios, todos buenas personas probablemente, quieren seguir a cargo del Partido, pese a que claramente han fracasado en su conducción. Nunca la ciudadanía ha estado tan alejada de los políticos, nunca tanto desprecio hacia ellos, nunca tan mala imagen de la tarea política propiamente tal. De esos son responsables los que han estado en esa labor, porque no han sido capaces de conducir el país y avanzar en soluciones para los problemas cruciales de los chilenos. Ellos han puesto en peligro la democracia y deben hacerse un lado. Han fracasado.

Tal como ahora, en 1973 escuchamos voces que nos decían que había que elegir entre la ética de la responsabilidad y la ética del testimonio, es decir, o mantenernos en una especie de tibio limbo (llamado eufemísticamente entonces “independencia crítica y activa”) o luchar por la defensa de los derechos humanos y el fin de la dictadura que se instalaba.

Nosotros elegimos luchar, como miles de camaradas a lo largo y ancho del país. Hoy se invoca la misma disyuntiva weberiana, para decirnos que hay que agruparse en torno a las máquinas de poder para sostener los espacios actuales. Les respondemos igual: el testimonio y la responsabilidad van de la mano cuando la lucha es responsable y se respalda en la doctrina.

Hemos hablado de la necesidad de que el Partido recupere su posición de vanguardia, recogiendo la historia del PDC, la de los fundadores, la de aquellas generaciones de la revolución en libertad y las de la lucha contra la dictadura. Con esa historia y el pensamiento humanista queremos ir adelante en la construcción de una nueva manera de relacionarnos. El pensamiento de la DC tiene vigencia hoy día, con más claridad incluso que hace 50 años.

Estamos por la construcción de una nueva manera de vivir, sustentados en la justicia, la fraternidad y la libertad. Las conductas de los militantes deben ajustarse a ese objetivo, tan querido por la mayoría de los chilenos.

Queremos que los chilenos recuperen la confianza en nosotros y para eso los militantes deben volver a participar, partiendo por votar en las elecciones. Eso nos ayudará a cambiar. Hemos visto demasiadas señales por parte de los actuales dirigentes en el sentido de no facilitar las cosas para que los 113 mil militantes vayan a votar. Prefieren que se repitan cifras en torno a los 22 mil. Su control es mayor. No abundaremos, pero mencionemos por ejemplo la fecha de la elección, los padrones entregados sin direcciones, la tardía determinación del reglamento de las votaciones, la tardía fijación de locales de votación, la negativa a hacer debates oficiales (y en los que ha habido no participa el candidato de la lista de continuidad).

Tenemos razones para estar indignados.

Pero cuando hablamos con los militantes, nos damos cuenta que tenemos razones para mantener esperanzas.

Los candidatos de nuestra lista 3 somos diversos. A unos no les gusta éste y a otros el de más allá. Por cierto. Lo que importa no es si gustan todos, porque eso no pasa en ninguna parte. Lo que importa es que nosotros hemos probado en nuestra acción, en nuestra vida, el compromiso con las ideas, pues vivimos como pensamos y hemos arriesgado la libertad y la vida cuando ha sido necesario. Lo que importa es que tenemos ideas y propuestas, que ustedes han conocido a través de nuestra folletería y nuestras acciones de campaña.

No queremos que el Partido siga siendo sólo contestatario ante las propuestas de los demás o que se contente con ser un administrador de un sistema que es contrario a nuestra doctrina. Nacimos para transformar la sociedad y no para administrar las injusticias. No queremos suavizar el capitalismo, sino sustituirlo.

Ha llegado la hora de las bases, de los militantes que no hemos estado en el poder.

Ha llegado la hora de exigir consistencia, coherencia, seriedad.

Es la hora de reclamar por conductas éticas y fortaleza institucional.

Es el momento de sentir que renace la esperanza desde la profunda indignación.

Vamos todos a votar, en la confianza de que el voto es secreto y constituye una eficaz arma para construir democracia.

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