Esta semana se cumplen 25 años desde el retorno a la democracia. Un cuarto de siglo desde que la sociedad civil asumió, mediante un lápiz y un papel, la soberanía popular, depositada en autoridades elegidas democráticamente.
Si bien los aniversarios se celebran o conmemoran todos los años, hay fechas o números que son más simbólicos que otros. 25, 50, 100. En este caso 25.
Coincidentemente con este número, los hechos que están ocurriendo en el país – Penta y Caval-, dan para reflexionar como hemos cambiado y como esta nueva generación se empodera de información a la que se tiene acceso y exige a sus autoridades un estándar de rectitud cada vez más alto.
Sin duda, que al tener más acceso a la información, la sociedad es más informada, más crítica y más exigente. Sin embargo ello no se traduce, necesariamente, en usar este conocimiento en una buena calidad del debate. Lo anterior se ve reflejado, en que aquellos que tenemos acceso a redes sociales nos hacemos cargo de rumores , memes, sátiras, etc., y las difundimos sin pensar del daño que nos estamos haciendo a nosotros mismos.
Cabe tener presente que el deterioro de nuestra democracia, no es de ahora, sino es un proceso que lleva años, basta con ver las encuestas de opinión, nos demuestran que las instituciones llamadas a velar por un buen funcionamiento del arte de la política, van en franco deterioro y cada vez son menos creíbles ante la opinión pública.
Ante este escenario, la única manera de revertir esta situación es más y mejor política.Solo a través de ella, nos podemos asegurar que no llegue un caudillo o un personaje que nos llene de ideas y conceptos de fácil recepción y se haga cargo de esta situación.
La experiencia comparada, indica que en aquellos países que han depositado la soberanía en un personaje sin un respaldo fuerte detrás, en vez de salvar al país, este cae en un foso sin salida.
El temor ante este escenario de descrédito, lo sentí en las rutinas de humoristas en el último festival de Viña. Todos, sin excepción, para sacar el aplauso fácil y así salir airoso de este evento, hicieron rutinas basadas en los lamentables hechos que nos afectan.
Sin embargo, lo que más irrita es que un actor disfrazado y escudado en un personaje, en vez de hacer un monólogo inteligente, lúdico, se escude en el humor para injuriar, denostar , calumniar a personas que han cometidos errores, fraudes, desprolijidades, llámelo como quiera, pero no por ello debemos permitir que una actitud ilícita o moralmente reprochable, se pague con la misma moneda.
Lo que uno quiere es el respeto del Estado de derecho y ello significa, necesariamente, respetar, entre otra cosas, la dignidad de las personas, no importando la calidad de estas. Es fácil sacar risas y ganarse la adhesión del público diciendo sandeces y estupideces en un clima de animadversión. Ello, más que causar risa debe llevar a preocupación pues mañana no va hacer un humorista simplón, sino un caudillo que se escude en este descontento generalizado y diga esa frase tan típica de estos personajes “digo lo que todos piensan y nadie se atreve a decir”, como si esta frase fuese suficiente para arrebatar de manera legítima, el poder y hacerlo suyo.
Antes de llegar a esta situación, es necesario que la clase dirigente tome el sartén por el mango y de claros signos de querer revertir esta situación, no con declaraciones sino con hechos concretos y plausibles.
Aprovechemos este aniversario para recordar lo que hemos construido, valorarlo y saber que la confianza del pueblo cuesta tanto ganársela y sólo un segundo en perderla.