Revuelo causa en el país el proceso de formalización que lleva a cabo la Fiscalía Nacional contra 10 imputados de diversos delitos tributarios. Dos de ellos, los denominados “Carlos” (Délano y Lavín, dueños de Penta) formularon declaraciones que demuestran, una vez más, que la élite chilena vive en una dimensión distinta a la del resto de los chilenos de a pie.
Primero Carlos Lavín dijo que era un empresario destacado y que “oír este tipo de cosas es algo realmente desagradable, fuera de lugar. No está centrado, nos presenta como una mafia, como si nosotros fuéramos Al Capone o algo parecido”.
Al día siguiente, Délano, “el Choclo” o Samurai, según quiera llamársele, leyó una breve y dura declaración respondiendo al fiscal Carlos Gajardo quien calificó a Penta y sus ejecutivos y dueños como una “pandilla”, una verdadera máquina para defraudar al fisco: “Quiero decirles una sola cosa, quiero referirme al desmedido y alejado de la realidad eslogan publicitario del señor fiscal y esto se los quiero decir a los más de 30 mil empleados de Penta y sus familias, cuyo lugar de trabajo ha sido ofendido públicamente ayer en la audiencia, quiero decir que empresas Penta es una máquina cuyo corazón ha latido para crear empleo, emprendimiento, educación, salud, banco, pensiones, seguros, proyectos inmobiliarios para miles de personas, quiero decir que empresas Penta es una máquina para dar trabajo y aportar al progreso de Chile”.
¡Qué decir de estas declaraciones! Primero, recordar a Lavín que Capone -más allá de sus muchos delitos- terminó sus días en la cárcel por ¡evasión de impuestos! y, respecto a Délano, decirle que su declaración es tan desubicada como la que emitió Luksic a los empleados del Banco Chile pidiéndoles perdón por el episodio Dávalos-Compagnon.
En su oportunidad Luksic dijo estar “consciente de que los hechos aludidos, las especulaciones y los comentarios en torno al caso pueden haber causado dudas y molestias a usted y la familia, lo que lamento profundamente…Asumo ante usted mi total responsabilidad y siento sinceramente no haber previsto entonces las complejidades y consecuencias que tendría este encuentro. Estoy convencido de que cada uno de nosotros sabrá sobreponerse a este episodio”.
Todos estos episodios -a los que además deben sumarse, por ejemplo, las colusiones de las farmacias, de los pollos, el uso de información privilegiada de Solari (pagó 15 millones para salir indemne de la acusación), el caso Bilbao, el caso Cascadas; la contumacia de Luksic en no cumplir un fallo de la Corte Suprema en “el caso Caimanes”, afectando la vida de los pobladores de la localidad-, demuestran la incapacidad del empresariado de darse cuenta, menos de asumir, la sociedad del abuso que hemos construido.
En su mundo paralelo “dar empleo”, aunque este sea mal pagado, trabajar nuestros dineros para enriquecerse a cambio de una pensión miserable, son elementos suficientes para ponerse por sobre el bien y el mal. No evalúan que lo que se está sometiendo a juicio público no es su capacidad de “emprender”, de dar empleos, de “crear”, sino la forma en que usan su poder económico para abusar, para hacer trampa, para comprar conciencias en el mundo de la política y así blindar el sistema que los hizo súper ricos, más allá de lo que este pequeño país puede generar.
Así, cada día, hay gente –esta gente- en nuestro país que se encarga de dar validez y vigencia a esta gran frase de Honoré de Balzac: “Detrás de cada gran fortuna hay un delito”.
Antes, vimos a muchos de los que hoy desfilan por tribunales juzgando sin piedad el pecado ajeno; ahora que se encuentran en situación contraria, por favor, no es mucho pedir que enfrenten los suyos con mínima dignidad.