Los resultados de la Casen 2013 son destacables no sólo por la baja de la pobreza por ingresos, sino fundamentalmente por el cambio de mirada que promueve la instauración de una medición multidimensional de este complejo fenómeno. Eso hay que, no solo celebrarlo, sino que profundizarlo, incorporar otras variables y utilizar esa rica información para tomar buenas decisiones que impacten positivamente en la ciudadanía.
Sobre la pobreza entendida desde los ingresos o del “tener”, una reflexión: más allá de la cifra misma, con línea tradicional o nueva, la pobreza ha bajado permanentemente durante 25 años, y eso nos indica que aumentaron los salarios y el empleo, pero no nos da luces de la calidad de esos empleos ni de la sustentabilidad de esos salarios, tampoco de cómo viven y batallan día a día millones de chilenos.
La realidad nos dice que debemos mirar también otros aspectos, sino preguntémosle a una familia de 4 personas si siente que deja atrás la pobreza cuando supera por poco los $361.310 mensuales. Medir la pobreza por ingresos es necesario, pero insuficiente en un país como el nuestro.
Necesario porque como indicador sintético nos arroja también luces sobre dos aspectos que siguen siendo extremadamente preocupantes: vulnerabilidad y desigualdad.
Insuficiente, porque precisamente estos fenómenos no se reducen a aspectos económicos: ellos son la punta del iceberg de una sociedad tremendamente insegura y segregada al momento de satisfacer sus necesidades.
Por ello es verdaderamente “histórico” haberle dado un espacio a una nueva forma de entender la pobreza, gracias al trabajo y voluntades de representantes técnicos, académicos, sociales y de diferentes tiendas políticas. Esto nos habla de un país maduro, que es capaz de avanzar en la materia.
La incidencia de pobreza multidimensional en el país, que alcanzó a un 20,4% para el 2013, sintetiza diversas áreas del bienestar humano como acceso a educación, salud, vivienda y trabajo y las carencias que personas y familias experimentan en estas áreas, por lo tanto, refleja con mucho más apego a la realidad lo que se experimenta en nuestro país.
Estamos frente a un gran avance, pero aún falta incorporar variables sumamente críticas como la calidad de la educación, de las remuneraciones, la dimensión de “entorno y redes” (pensemos en los altos grados de segregación espacial y barrios marginales que tiene el país) y, una dimensión que incorpore la participación.
Si compartimos que la pobreza se traduce en falta de libertad al momento de elegir el rumbo que queremos para nuestras vidas, entonces la participación y la actoría en la toma de decisiones resulta clave.
Hoy las personas afectadas, sostienen que en Chile vivir en pobreza es, ante todo, una experiencia de invisibilidad e impotencia porque perciben su contexto como algo impuesto y que no pueden modificar, donde no son escuchados ni consultados.
Las ayudas, los programas, los apoyos vienen predefinidos, estandarizados y no existe posibilidad de influir en ellos ni antes ni durante su entrega. Como hemos señalado, si bien hoy por hoy, los afectados “tienen” más que en el pasado, no necesariamente ello se traduce en “estar mejor” “hacer más” o “ser más” en nuestra sociedad. Por eso es importante escuchar la voz de quienes experimentan la pobreza.
Incorporada la mirada multidimensional, ahora corresponde comenzar el proceso transformador y centrarnos en trabajar para superar los problemas principales que enfrenta Chile: la desigualdad en todas sus formas y la exclusión social, lastres que han permitido el debilitamiento de los lazos que debieran unirnos a todos como un solo país.