25 ene 2015

Obama contra la desigualdad

Confirmando que, en la globalización, la tarea esencial de los gobiernos es (o debiese ser) la lucha contra la desigualdad, el Presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, ha presentado una nueva propuesta tributaria para aliviar a la clase media en su país; con tal objetivo debe lograr que el 1% más rico de la población tenga una carga impositiva mayor, para conseguir el financiamiento necesario que materialice esos planes de equidad social y redistribución de la riqueza.

Con esta decisión, luego del acuerdo con el Presidente Raúl Castro para normalizar las relaciones con Cuba, el primer Presidente de raza negra en la historia de los Estados Unidos, vuelve a sorprender y ganar la iniciativa política a la oposición republicana, aún cuando esta última cuenta ahora, con mayoría en ambas cámaras del Congreso de esa nación.

Al conocer la información, fue como escuchar parte del debate que hemos impulsado en nuestro país, en torno al mismo problema y gran desafío: la desigualdad es el gran peligro que enfrenta el régimen democrático. Escuchar la respuesta de la oposición republicana fue también, bastante parecido a como se ha comportado en Chile la derecha política y económica en estos temas: se apuraron a decir tajantemente que no. Esperemos que el debate público permita, tal como paso aquí en nuestra patria, que se avance y legisle en esta materia.

En efecto, en su Cuenta Anual, ésta es la penúltima de su segundo mandato, el Presidente Obama, puso de manifiesto la gran falla estructural del sistema, que los 400 contribuyentes más ricos realizan un aporte menor que la clase media a la recaudación fiscal; sólo un 17% es lo que contribuyen  tales enormes conglomerados y mega fortunas -de proporciones inabarcables- en la economía más poderosa del planeta.

Algo así como “un raspado de la olla”, totalmente impropio de quienes extienden y alargan sus lazos y ramificaciones financieras a escala global y se ufanan de activos por decenas de miles de millones de dólares. En muchos de ellos, las publicitadas donaciones por filantropía no constituyen más que la cubierta exterior de una persistente voluntad de acumular un poder económico ilimitado.

En el caso de las especulaciones en el sistema financiero, simplemente, se acumulan activos y no se genera ninguna nueva riqueza, que fuese a paliar o dar solución a parte de los más acuciantes dilemas que hoy enfrenta la humanidad.

De hecho, estimaciones de investigadores acreditados en la materia, indican que gracias a manejos bursátiles y al uso de información privilegiada, la tendencia a la concentración de la riqueza aumentó exponencialmente.

Las cifras señalan que el 1% de la población con más ingresos, logra hacerse con cerca del 50% del producto mundial anual. Es decir, que la fractura social que se ha incubado en la globalización, ha llegado a dimensiones sin precedentes.

Es parte de esta situación que, desde el término de la ex Unión Soviética concluyera el periodo de la guerra fría, los sistemas tributarios, salvo excepciones, fueran horadados por la ilimitada codicia de grupos de poderosísimos intereses, que se niegan a contribuir en ninguna proporción, ni siquiera en la que les corresponde, a garantizar la estabilidad democrática de sus respectivos países.

Es penoso concluir, que fuese el acendrado temor al comunismo, lo que llevase a que los núcleos hegemónicos del sistema mundial, durante el limitado periodo de la posguerra, tuvieran que aceptar una carga impositiva capaz de aliviar las penurias sociales y colaborar al financiamiento de las obligaciones de los Estados. Desde los años 80 al 90 del siglo pasado, se desarticuló aquella conducta, bajo el criterio de minimizar el rol del Estado. Luego que se desplomó el comunismo ya no tuvieron freno en su afán concentrador de la riqueza.

Ahora el Presidente Obama  les pide un aporte mayor. Se ha anunciado que la propuesta solicita elevar el impuesto a las rentas del capital de un 23,8% a un 28%, a las parejas cuyos ingresos anuales estén por encima del medio millón de dólares; así como aumentar lo que cotizan los bancos con más de US$ 50.000 millones de activos.

Además, también señala que hay que “cerrar vacíos legales”, los mismos que se prestan para la evasión y la elusión tributarias en tantas latitudes.

La meta fiscal que se pretende alcanzar son US$ 320.000 millones en diez años. Esta cifra es muy inferior al gasto militar anual de los Estados Unidos; si lo calculamos en relación a nuestra  reforma tributaria del 2014, es (medida por año) ocho veces mayor.

Si se mide el tamaño de ambas economías, el esfuerzo a realizar por Chile no se puede subvalorar, por ello, con vistas a tal meta tampoco es correcto quitar importancia al impacto de crecer con equilibrio y sustentabilidad en los próximos años.

Esta iniciativa redistributiva, surgida en el corazón del sistema global, representa valores universales y viene a corroborar que una distribución más justa de los ingresos, en una orientación estratégica que impida el peligro de una fractura social, resulta ser un objetivo planetario. Es un anhelo de valor civilizacional, que supera las fronteras partidarias y los alineamientos coyunturales o las disputas subalternas y la ceguera de la codicia.

No se trata de simples consignas o retórica académica; la humanidad requiere proponerse una convivencia racional, basada en la razón y la justicia y tales ideales no se pueden alcanzar con las aberrantes desigualdades que marcan el mundo de hoy; ni tampoco con la concentración de la propiedad y la riqueza, que comienza a transformarse en un tremendo obstáculo en el camino de la estabilidad democrática en muchos países.

Que nuestra civilización haga suyo el ideal de una comunidad integrada socialmente, amigable con sus orígenes étnicos y tolerante en sus creencias religiosas no es un sueño imposible.

Requiere de una conciencia  mayoritaria, que permita avanzar en paz hacia dichos anhelos universales.

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