Comencemos por lo obvio. El atentado terrorista ocurrido en las oficinas de Charlie Hebdo no tiene justificación alguna. Por donde se le mire es una aberración. Cobarde, cruel e inhumano. Ninguno de esos apelativos podría ser puesto en duda. Nadie puede morir por el hecho de publicar o decir algo, incluso si aquello publicado pueda ser considerado una estupidez, una falta de respeto o una provocación. Si a alguien le molesta, existen, por ejemplo, las protestas pacíficas y los tribunales.
Pasemos al segundo punto, que es el más subjetivo. Charlie Hebdo publicaba caricaturas y, lo más importante, mensajes escondidos en un dibujo. Amparado en la “libertad de expresión”, no tenía problemas en pasar a llevar las creencias de otras personas.
En particular, dado el contexto actual, se trata de las caricaturizaciones del profeta Muhammad (conocido como Mahoma en español), del Corán y, finalmente, del Islam. Al respecto, no fue una azarosa publicación, sino que varias. Algunas de ellas, incluso riéndose de la matanza de personas, como aconteció en una famosa portada (sobre Egipto, en 2013) en la cual se veía a un musulmán asesinado por balas, las cuales atravesaban un Corán. Dicha imagen iba acompañada de la frase “El Corán es una mierda. No para las balas”.
Años antes, en Dinamarca, ocurrió algo parecido. Se crearon diversas caricaturas de Muhammad y fueron publicadas por un diario danés. Una de estas ilustraciones mostraba al profeta con una bomba en su turbante. Como era de esperar, se produjo la lógica molestia en el universo musulmán y, por supuesto, llegaron las protestas. A partir de entonces, y luego que apareciesen serias amenazas de muerte por parte de islamistas radicales, el medio danés optó por lo sano y dejó de jugar con fuego.
Antes de volver al presente, cabe realizar un breve recordatorio. Para los musulmanes, la figura de Muhammad es sagrada y está prohibido dibujarlo. Dicha postura, como cualquier otra, merece ser respetada, especialmente en países en los cuales existen importantes comunidades musulmanas.
Sin embargo, es aquí donde ciertos grupos europeos –desde nacionalistas acérrimos hasta pseudo intelectuales que piensan que reírse de los demás es parte de la libertad de expresión- han demostrado su total falta de respeto y, peor aún, su nula capacidad de entender cómo funcionan las sociedades actuales. Si a alguien no le interesan las religiones o, particularmente, el Islam, entonces no tiene por qué leer el Corán o ayunar durante Ramadan. Nadie lo obligará a eso.
Sin embargo, es aquí donde aparece el famoso etnocentrismo. Que en Europa, Estados Unidos, Chile u otros países se permita caricaturizar o, derechamente, reírse de figuras religiosas sagradas, aquello no significa que eso sea bueno y, además, aceptable para todos.
Es así que se trata de entender que en el mundo existen muchas más visiones fuera de las europeas o estadounidenses. O, si se prefiere, “occidentales”. Y es aquí donde muchos no logran entender que la publicación de burlas hacia figuras sagradas no es humor, sino que, todo lo contrario, un acto violento que, obviamente, pone aún más obstáculos en la ya difícil convivencia entre musulmanes y “europeos no musulmanes”.
Otro clásico ejemplo es el uso del velo, que para muchos ciudadanos “occidentales” es sinónimo de represión y de barbarie musulmana. Sin embargo, aquellas personas nunca se ponen en la otra vereda y nunca intentan entender cómo funciona el pensamiento en otras regiones del mundo. Si así lo hicieran, podrían entender que el uso de un velo no es sinónimo de represión.En algunos casos, claro que sí, pero en muchos otros es una simple costumbre, un hábito, una moda,un gusto o, incluso, una forma de, por ejemplo, esconder el pelo desordenado.
Otro punto que merece ser analizado es la campaña mediática que se ha realizado a partir del atentado terrorista de ayer. Se ha dicho que esto vulnera la libertad de expresión o, incluso más potente, que atenta contra las libertades individuales.
Al respecto, cabe preguntar si prohibir el uso de ciertas vestimentas a las mujeres musulmanas no es un acto que va contra las libertades de expresión o contra las libertades personales. Esto último es algo que ocurrió en Francia y que, peor aún, fue confirmado, en 2014, por la Corte Europea de los Derechos del Hombre (CEDH). Lo mismo sobre la prohibición de usar velo en las escuelas públicas, lo cual se estableció en 2004. Como se puede ver, las libertades no sólo han sido violadas por terroristas, sino que, también, por legisladores y políticos.
Y qué decir sobre el famoso slogan “democracias europeas”. Las mismas que reclaman que los terroristas atentan contra los principios democráticos, pero que olvidan su apoyo reciente a dictadores como Muammar al Gaddafi, Zine El Abidine Ben Ali o Hosni Mubarak.
Y parece ser que tampoco recuerdan que tropas francesas actualmente están presentes en Malí o que “Occidente” apoyó a las milicias islamistas que intentaron e intentan derrocar a Bashar Al Assad (quien, en 2008, se paseó por París en la inauguración de la Unión por el Mediterráneo). O qué decir de la postura de la Unión Europea, incluida Francia, sobre el reconocimiento de Palestina como Estado. Ni siquiera se han atrevido a dar ese paso para permitir que los palestinos tengan un país oficialmente constituido.
Por eso, para entender y proyectar el atentado en Charlie Hebdo hay que analizar todos los factores involucrados. Y ahí aparecen, entre otros, la xenofobia, la Islamofobia, la marginación social y la maquiavélica política exterior de Francia y otros países europeos.
En paralelo, en la otra vereda, el islamismo radical, los nefastos gobiernos que promueven el odio a “Occidente” y otros tantos líderes, gobernantes o grupos que apoyan a organizaciones terroristas como Hamas o Hizbullah. Y, en medio de eso, se encuentra el doble stándard de Europa y, particularmente, Francia, que ostentan un discurso de respeto hacia todas las culturas y religiones, pero que en la práctica no se concreta.
Como mayor demostración, la persistente negativa –en el último tiempo- por parte de Alemania y Francia sobre la adhesión de Turquía a la Unión Europea. Y a eso sumemos los factores históricos, como el colonialismo, el auge del islamismo radical, los atentados del 11 de septiembre de 2001, la lucha por los recursos naturales, las invasiones a Irak y Afganistán y un largo etcétera.
Usando datos estadísticos, también se puede comprobar que el proceso ha tenido fallas por ambas partes. Por un lado, el auge del terrorismo (de grupos islamistas radicales) es innegable y el número de ataques ha aumentado en la última década. Por el otro lado, los ataques “islamófobos” (en Europa) también han seguido creciendo. En 2013 la cifra aumentó en un 47% respecto a 2012 y en este último aumentó en un 57% respecto a 2011.
Por último, los medios también deben realizar un mea culpa. Reírse de alguien, de una religión o de una figura sagrada no ayuda a construir una paz duradera, sino que genera más odio y, por lo tanto, allana el campo para que desequilibrados y sádicos –como los que realizaron el atentado en las oficinas de Charlie Hebdo- hagan de las suyas.
Todo lo anterior, para evitar tergiversaciones o lecturas alejadas del mensaje original del presente texto, tiene por objetivo demostrar que lo ocurrido ayer es parte de un proceso.Y esto no es jugar a la “Teoría del Empate”, sino que intentar analizar los hechos como parte de un todo. Matar a alguien nunca tendrá justificación, pero esto es producto de una mala relación entre dos visiones que no logran crear un marco de paz.
Como reflexión final, es momento que políticos y ciudadanos comprendan que el fenómeno actual (terrorismo de los islamistas radicales) no tiene una fácil, ni tampoco rápida solución. Igualmente, es muy preocupante el auge de los movimientos xenófobos e “islamófobos”. Y ambos procesos se unen en un mismo camino.
Por eso, hay que empezar a trabajar formando una base de diálogo, comprensión y, lo principal, respeto. Siempre se habla de tolerancia, pero lo que realmente permite tener sólidos cimientos es respetar al otro, es decir, no aceptarlo, sino que mirarlo como un igual.
Mientras aquello no pase, entonces la comunicación seguirá siendo confusa y, peor aún, agresiva, devastadora y letal. Así, el reto es fomentar la circulación de ideas, conocer al otro y dejar de lado los prejuicios y las construcciones mediáticas de la realidad.