Crispación, molestia, descontento, enojo, disgusto, fastidio, insatisfacción, son algunas de las palabras que parecen reflejar al Chile de hoy. Sumo la palabra engrifar que se relaciona con encabritarse, levantarse, alzarse, reacción que chilenos y chilenas han presentado de forma parcial, regional, local ante situaciones puntuales tales como: esperas eternas en los consultorios; instalación de empresas que contaminan; falta de conectividad; educación cara y selectiva; segregación urbana; delincuencia; tráfico de drogas; fallas del Metro; colusión de farmacias; cartel de los pollos; un Transantiago que no mejora; empresarios o altos ejecutivos que delinquen, pagan más de mil millones de multa y listo (el delito en estos casos, sí paga); empresarios que financian bajo cuerda a candidatos que defenderán sus intereses, caos vial, son algunos de los detonantes de protestas, de rabias contenidas y otras explosivas.
La pregunta que se hacen muchas autoridades, políticos y también muchos grandes empresarios es ¿por qué? Porqué si, pese a la desaceleración económica, la cesantía se mantiene en niveles controlados; si las instituciones funcionan, si no hay anarquía ni desorden generalizado; si el país “marca bien” en transparencia y control de la corrupción y se siguen inaugurando cines y malls.
La respuesta no se puede dar, por supuesto, en algunas líneas, pero quiero referirme a algunos episodios que me tocó de cerca en las últimas semanas y que pueden contribuir a generar un esbozo de un perfil del descontento.
Tan sólo hace días, una compañera de trabajo, esforzada, quien junto a su marido construyeron su hogar a punta de mucho trabajo, sacrificio y deuda, debieron abandonar su casa debido a la brutal agresión de narcotraficantes del sector. Toda una vida abandonada por la violencia.
Otro día, a poco andar, de camino a almorzar presencié un cortejo fúnebre: muchos vehículos, gente con su cuerpo a medio salir de los vehículos. Más atrás ocho carros de carabineros, otro del Gope, zorrillo, lanza agua; cortejo que terminó con un vehículo detenido y todos sus ocupantes en el suelo, apuntados por carabineros.
En la misma zona, una mujer tendida en un parque, sus tres hijos (3, 8 y 12 años, aproximadamente) jugando y subiéndose a una escultura poniendo en riesgo su integridad física.Pido que se bajen y afirman que no lo harán, que no les importa lo que digo… “trae a los pacos, no les tengo miedo, tráelos” y el más pequeño consultando “van a venir a disparar”.
Después una joven, en el Metro, teniendo que soportar a un vicioso dedicado a sacarles fotos a las estudiantes. Enrostrado no halló nada mejor que culpar a las mujeres, por vestirse como lo hacen. ¿Qué se han imaginado, que de verdad todas las mujeres nos vestimos para los hombres? No. No es así.
Este es el mundo en el que viven muchos chilenos, unos presos del miedo, otros presos de sus vicios, otros sin confianza en nadie, con rabia y odio contra todos. Esto en el día a día, en lo cotidiano.
Pero hay otros aspectos más macro, que contribuyen a la crispación: los bajos sueldos, el abuso, el endeudamiento, la sensación de que no importa todo lo que se haga siempre seremos unos “perdedores”.
Alimenta esa crispación una discusión pública ajena y lejana al día a día de la gente.Imposible no crisparse con políticos dispuestos a cualquier cosa con tal de contar con algunas líneas o minutos de prensa; políticos mordiéndose entre ellos por “sácame estas pajas”; políticos viviendo en un mundo tan distante y distinto del que de verdad trabaja; políticos ignorantes; políticos mediocres.
Y, la guinda de la torta, dirigentes empresariales amenazantes, crispados también, pero en esta oportunidad porque “algo”, muy difuso, allá… lejos, puede afectarles en su poder, en sus retornos; crispados por los “gritos” de la masa hastiada de ser ignorada por el poder, sin detenerse un segundo a tratar de entender el porqué de esos gritos.
Probablemente estas líneas son muchas peras con manzanas, pero nuestras vidas se componen de eso y algo más: peras, manzanas, esperanzas, frustraciones, sueños y la dura, dura realidad de un Chile que no es para tod@s.