No está en discusión el derecho de Evelyn Matthei a criticar públicamente a la Presidenta Bachelet y al gobierno, como lo hizo en PULSO el lunes 24. El problema es que usó un modo ofensivo y desorbitado que merece rechazo. Por haber sido diputada, senadora, ministra y candidata presidencial, ella debería tener cierta conciencia de los límites que no pueden cruzarse en el debate público, específicamente la consideración hacia quien desempeña la jefatura del Estado.
Sus expresiones descalificatorias quizás provocan exaltación entre los grupos más intransigentes de la derecha, pero le restan autoridad a ella ante mucha gente que no quiere que el espíritu belicoso envenene nuestra convivencia.
¿Fue un exabrupto? No da la impresión. Más bien parece que sus declaraciones fueron una estudiada forma de ganar nuevo protagonismo político y demostrarle a su bando que ella lo sigue representando fielmente. No fue casual que haya anunciado que será candidata a la alcaldía de Santiago. En todo caso, alguien debería decirle que su estilo agresivo genera desconfianza en amplios sectores.
El diputado Andrade aludió a “la locura” que estaba presente en las palabras de la ex candidata presidencial, y el senador Navarro recomendó que fuera internada en una clínica siquiátrica. Es la competencia respecto de quién insulta mejor. Un dirigente comunista le sacó la madre a un diputado de la UDI, y luego debió disculparse. En fin, son numerosos los ejemplos de intemperancia verbal que pueden terminar por degradar nuestra convivencia.
Vivimos en una sociedad abierta, en la que todo puede discutirse. Eso incluye la crítica a las autoridades. La propia Presidenta está expuesta al escrutinio público y nadie puede escandalizarse de que sea objeto de crítica. La libertad de expresión es, quién puede dudarlo, uno de los pilares de la vida en democracia, pero ello exige un clima de respeto que haga posible la diversidad. De otro modo, lo que se impone es el ánimo de reyerta.
Tenemos que alentar el espíritu constructivo en el debate nacional. Ello es posible, como ha quedado demostrado en las discusiones sobre el proyecto de reforma educacional, frente al cual se han pronunciado muy diversos sectores. Se ha demostrado en estos meses que hay una sociedad civil muy viva, que simplemente toma la palabra y dice lo suyo. Eso es valioso, y debemos protegerlo.
Las odiosidades frustran la posibilidad de llevar adelante un diálogo provechoso, que sea la base de grandes acuerdos. Por el contrario, generan un ambiente sectario, fundamentalista, en el que pierden terreno los argumentos y lo ganan los agravios. Si Evelyn Matthei quería llamar la atención sobre las falencias del gobierno, solo consiguió hacer noticia por la rudeza de las palabras que usó para referirse a la Presidenta, a quien conoce desde la infancia. Dado que fue su competidora en la última elección presidencial, debería actuar con mayor decoro.
Necesitamos mejorar nuestro país en muchos ámbitos, pero eso no lo conseguiremos si se crea una atmósfera de polarización que induzca a gobiernistas y opositores a cavar trincheras. Ya sabemos que las palabras irresponsables suelen pavimentar el camino a los actos irresponsables.El ataque incendiario al cuartel de la Policía de Investigaciones debe preocuparnos a todos.
Es perfectamente legítimo criticar a las autoridades y formular reparos a las reformas que están en curso, pero ello exige un ambiente de tolerancia y respeto, sin lo cual la política se convierte en diálogo de sordos o, peor aún, en intercambio de procacidades.
No permitamos que la intolerancia se imponga en nuestra vida política. Reivindiquemos una vez más el valor del diálogo democrático para que Chile progrese de verdad.