Tras la compleja entrevista ofrecida por nuestro Embajador en Uruguay, Eduardo Contreras, y los ácidos dichos que en éste emitió sobre la política nacional, volvió a reflotar la tradicional polémica respecto a la utilidad de designar a “políticos” –entiéndase a personas que no provienen de la planta del Servicio Exterior del ministerio de Relaciones Exteriores- a la cabeza de nuestras Embajadas.
Tradicionalmente, la objeción a dichas designaciones apunta a su falta de preparación y conocimiento de los códigos diplomáticos que acompañan a su posición,donde podríamos incluir el limitado margen para publicar opiniones y/o tesis personales sobre asuntos sensibles en la relación bilateral, más su utilización como refugio para camaradas que ya cumplieron su tarea en el frente o que, por diversas razones, es conveniente que salgan de la primera línea de la política (al menos por un tiempo). Lo cierto es que las cuotas para embajadores “políticos” han existido desde antiguo en diversas realidades de la región.
Al respecto, quisiera rescatar otras razonesque permiten entender por qué esta impopular medida se mantiene en el tiempo.Aunque personalmente la entiendo como una regla excepcional -prefiero la abrumadora predominancia de miembros del Servicio Exterior en estos puestos-, su rápido repaso ofrece un necesario contrapunto para los más puristas.
1. Un embajador político puede tener mejor acceso a los pasillos del poder. Si el Estado receptor entiende que el enviado goza de llegada en los principales círculos del gobierno que representa, sus credenciales serán más que bienvenidas. Si a ello pudieran agregarse atributos adicionales como una elevada reputación política y/o intelectual, la posesión de redes de contacto con políticos del país al que arriba, un pasado común, etc., su nominación incluso será entendida como un gesto amistoso y de cercanía entre ambos gobiernos.
2. Las cancillerías son burocracias. No es necesario traer a colación a Max Webber o la “Red Hamlet” (la “Cancillería paralela” denunciada durante los primeros años del gobierno de Ricardo Lagos, supuestamente conformada para ayudar al entonces líder de la derecha, Joaquín Lavín) para saber que un ministerio de Relaciones Exteriores tiene los defectos, virtudes e intereses detectables en todas las grandes organizaciones burocráticas. Así, un gobierno puede razonablemente justificar su pretensión en querer mantener una línea abierta con alguien de su entera confianza en países definidos como clave e independiente de la agenda burocrática.
3. Una buena escuela. Esta es quizás la menos usada de las razones: hay capitales en donde ocurre la vanguardia de la discusión política y estratégica, por lo que enviar a algún cuadro talentoso a ser parte de ella puede ser una importantísima inversión para el futuro del partido/coalición que gobierna.
Generar contactos con los mandamases de Beijing, aprender sobre la visión geopolítica rusa, o estar al tanto del debate migratorio en Europa son inversiones sub valoradas por nuestra élite política.