Luego de presenciar clases en Finlandia, no me queda más que decir que la educación de calidad no se construye necesariamente con grandes innovaciones didácticas dentro de aula, infraestructuras monumentales, tecnología de punta, jornadas extendidas, evaluaciones sistemáticas, currículum rígido y restricciones dentro de las escuelas.
La clave del éxito de un país en educación, que no presenta grandes recursos naturales ni un clima privilegiado para propiciar el intercambio, radica exclusivamente en dos razones que, a mi parecer, están alejadas de la discusión que bombardea actualmente nuestras portadas y prioridades a nivel de política pública: el valor social que se le entrega a la educación como la principal medida de desarrollo de una cultura, y la admiración que existe hacia el docente como factor principal de cambio al interior de las escuelas.
De esta manera, ellos pueden lograr aprendizajes que van más allá de la disciplina, pues su interés se enfoca en el desarrollo de personas con habilidades para enfrentarse adecuadamente a las exigencias del mundo actual.
Un ejemplo concreto de esta actitud es admirar la autonomía absoluta que tienen los estudiantes finlandeses para dirigir su aprendizaje, dado que están conscientes que la contribución de estos conocimientos es indispensables para el éxito en la sociedad. No se observan inspectores, porteros ni reglamentos que regulen sus conductas dentro de las escuelas.Simplemente asisten y gozan de la magia de aprender.
Interactúan de manera permanente con un profesor capacitado y altamente valorado, que no requiere de una distribución especial del mobiliario dentro de la sala, grandes recursos materiales ni tecnológicos para encantarlos con nuevos saberes. Basta con la pasión por la enseñanza y conocimiento exacto de la disciplina que éste imparte para lograr aprendizajes significativos. Él es el líder del saber y, por ende, la sociedad confía en su capacidad para cumplir con lo que se demanda con plena autonomía.
Tomando en consideración la mística de la sociedad finlandesa, me parece sorpresivo que actualmente nos comparemos con un país como éste, cuando ni siquiera hemos sido capaces de centrar nuestras discusiones y políticas en lo que realmente generará impacto en las escuelas.
En primer lugar, el cambio de mentalidad y comportamiento que requiere asumir responsabilidades, a nivel de comunidad, para el logro de la educación de calidad. Por ejemplo ¿serán capaces los estudiantes universitarios de mejorar su conducta, interesarse por el saber y tener niveles de autonomía una vez que la gratuidad sea concebida?, ¿los padres entenderemos que cumplimos un rol trascendental en el manejo y uso del conocimiento que va más allá de llevar a los niños al colegio, apoyar las agobiantes tareas y firmar las comunicaciones?, ¿los docentes serán los principales analistas y gestores de los cambios que ocurrirán en su propio campo de experticia?
En segundo lugar y, a mi juicio, la clave del éxito finlandés, la importancia de las políticas que regulan la selección, formación y retención de quienes están a cargo de liderar los procesos de enseñanza y aprendizaje dentro de nuestras salas de clases: los docentes.
Por ejemplo, la Universidad de Jyväskylä el año 2013 recibió 2416 postulaciones, logrando ingresar sólo 86 a estudiar alguna carrera de pedagogía. Esto controlado en todo momento por un exigente proceso de selección y la negociación de la Universidad y el gobierno, considerando la necesidad u oferta de aquella ciudad para prevenir la sobredemanda y asegurar buenas condiciones laborales.
El status que tiene la profesión hace ver a los profesores con otros ojos, dándoles la confianza que necesitan para trabajar de manera autónoma, sin presiones ni evaluaciones de por medio, con la simple finalidad de lograr aprendizajes de calidad. En Finlandia, el concepto “maestro” se emplea de la forma correcta: persona destacada dentro de su clase, y eso la sociedad lo valora y estima, dando el reconocimiento que todos quienes somos docentes, soñaríamos por llegar a tener.
Es de esperar, que de una vez por todas, tomemos el peso de lo que significa invertir en la política docente y nos atrevamos a mejorar su formación y condiciones laborales, dejando ya en segundo plano los aspectos estructuralesque no necesariamente generarán cambios en la forma en cómo y cuánto aprenden los estudiantes chilenos.