Viendo, por segunda vez, el film NO de Larraín en Televisión Nacional de Chile el sábado por la noche, pensé que los dirigentes de la Nueva Mayoría, que decidieron no celebrar los 26 años de la victoria en el plebiscito,podrían, tal vez, simplemente, haber decidido proyectar el film en cincuenta lugares de Chile este domingo y haber abierto una conversación, en un país que como dice el biólogo Humberto Maturana, hace falta conversar sobre nuestro pasado, presente y, también, sobre nuestras vidas cotidianas.
Alguien podrá decir que el film no era un buen contexto para celebrar la victoria sobre Pinochet dado que éste solo muestra la creación de la franja televisiva del NO y no la lucha del pueblo chileno y sus padecimientos.
Es evidente que en la victoria electoral sobre la dictadura, lo que vence es la lucha que durante todos esos años se llevó a cabo desde los encadenamientos de los familiares de los desaparecidos, en aquellos días en que se descubre a los primeros 119 desaparecidos a mediados de los 70, a las grandes protestas de los años 80 y hasta el fin del régimen, como los sacrificios de tantos que trabajaron en la clandestinidad, en las vocerías públicas, en el mundo de la cultura, en la exigencia de verdad y justicia, en la reorganización de las orgánicas sociales y en los que sacrificaron su vida por la democracia.
Sin embargo, detrás de esta obra lo que hay es una filosofía: un pueblo que ha sufrido 17 años de dictadura e inimaginables violaciones a los derechos humanos fue capaz en esa franja de TV, la primera después de 17 años de censura, y en la batalla político electoral del plebiscito, de contagiar con el futuro, con un país que proponía la alegría, la música, el colorido de un arco iris, frente a una campaña terrorífica, carga de marchas y símbolos de guerra, llena de amenazas, mentiras y violencia que emblematizó la imagen de la candidatura de Pinochet.
Se perdió una buena ocasión de que en torno a una obra cultural pudiera haberse recordado el hito que cambió, ese 5 de octubre, la historia de Chile.
Alguien ha señalado, en los medios de comunicación, que el 5 de octubre no se celebra porque se trata de exaltar a la Nueva Mayoría y dejar atrás definitivamente a la Concertación. No lo creo.
Conozco a los dirigentes de la Nueva Mayoría y sé que todos ellos tiene claro que no hay historia sin memoria y que la Concertación por la Democracia como unidad de la centroizquierda, cuya división fue el elemento clave que permitió el golpe de estado, fue el gran sustento político de la victoria en el plebiscito y de una transición a la democracia exitosa, que le dio a este país cuatro gobiernos que reconstruyeron la República, la democracia, las libertades, la vigencia de los derechos humanos y aplicaron políticas económicas correctivas que permitieron desarrollo y equidad social.
Nueva Mayoría es la continuación, y también discontinuidad, de la Concertación por la Democracia, porque preserva como esencial la unidad de la centroizquierda, en un nuevo ciclo político, la amplía, le coloca desafíos de reformas más profundas acorde a las necesidades del país y, también, a la nueva subjetividad social que en Chile y en el mundo aboga por mayores transformaciones a los modelos neoliberales que dominan la economía global.
Es un hecho virtuoso que la propia Concertación, que cumplió su rol porque las alianzas responden a exigencias históricas y no al voluntarismo y ninguna es para toda la vida, haya sido capaz de crear una alianza más amplia que como Nueva Mayoría, con el liderazgo de Michelle Bachelet, gana un nuevo gobierno y emprende reformas estructurales que harán de Chile un país más igualitario y más democrático.
El 5 de octubre no puede ser olvidado por los demócratas.La dictadura lo convoca porque necesitaba legitimar su perpetuación en el poder hasta el año 97 y porque estaba segura, que con el control militar del país y algunos resultados económicos, ganaría el plebiscito. La oposición lee bien que había que aprovechar esta oportunidad para desplegarse en todo Chile, hablarle al país desde la TV de la cual había estado excluida por 16 años, y romper el cerco dictatorial. Ella se conectaba con la tradición democrática de un país que había sido una de las democracias más antiguas del continente. Se convence y convence al país que es posible ganar a la dictadura con un lápiz, marcando la opción NO.
Algunos, en la oposición, sostenían que era imposible que la dictadura llamara a un plebiscito para perderlo y retrasaron el llamado a inscribirse en los registros electorales. Finalmente el país mayoritariamente se inscribió e hizo frente a todas las amenazas, incluso a aquella del desconocimiento del triunfo que Pinochet, derrotado en todo el país, intentó hasta el último minuto.
El mundo estaba en Chile a través de veedores internacionales y de medios de los más diversos rincones del planeta. La derrota dePinochet era la causa de todos a nivel internacional y hasta la Embajada Norteamericana advierte sobre la gravedad del desconocimiento del triunfo en la oposición. Ello, la evidencia que la oposición tenía un conteo mesa por mesa que demostraba que ganaba y una sociedad expectante con el triunfo con capacidad de movilizarse, influye en algunos mandos de las FFAA que deciden no acompañar a Pinochet en una aventura que habría sido un verdadero genocidio.
El plebiscito chileno se constituía en un hecho único en la historia. Nunca una dictadura había sido derrotada a través de una elección. Era una fiesta de ciudadanía que cambiaba el rostro de Chile. Sin embargo, la dictadura había sido desplazada del gobierno, pero mantendría, en virtud de la Constitución del 80, por un largo período una parte del poder, el poder militar, la existencia de instituciones antidemocráticas que convivían con los poderes electos, una derecha política subsidiada electoralmente por el binominal que impedía que la victoria presidencial de Patricio Aylwin se proyectara en una mayoría parlamentaria.
Vivimos una transición larga y compleja. Enrique Correa ha dicho en estos días que se supo disociar la idea del cambio con la de la confrontación. Es verdad, ya que el temor no solo existía en la elite sino también en la sociedad. No se sale de una larga y cruel dictadura sin que ella deje huellas profundas en la psicología de la población.
Hay que mirar el contexto histórico en que se dio cada período de la transición. Pero en el país hay, también, pese al alto grado de valoración ciudadana que una encuesta de estos días revela hacia los cuatro presidentes de la Concertación, que se podía hacer más, ir más rápido en derechos humanos, en el desmontaje de la institucionalidad dictatorial y en los cambios al modelo económico. Hay tareas pendientes que hoy aborda el gobierno de Michelle Bachelet.
Pero desde la jornada grandiosa del 5 de octubre de hace 26 años y de la victoria de las fuerzas democráticas se construyó otro Chile. Por ello, por las nuevas generaciones, para no olvidar de dónde venimos y donde vamos, el 5 de Octubre no se puede dejar de celebrar.