El estallido de una bomba en el Subcentro del Metro de Escuela Militar el pasado lunes 08 de septiembre es uno de esos extraños sucesos que, dado su costo siempre lamentable, no son de sencilla apreciación.La indignación, razonable para un espectador medianamente humano, debe ser capaz de condolerse automáticamente con las víctimas.
La sed natural de venganza debe supeditarse a la certeza constitucional de que los culpables eventuales deben ser castigados por un delito diseñado y ejecutado solamente para destruir vidas inocentes.
No existe justificación alguna para ninguna intentona de este tipo, solamente lo haría una estupidez tozuda, configurando una retahíla de lugares comunes vacíos, vigentes para mentes que necesitan higiene urgente.
Se comprende que el clamor de justicia exija un pronto castigo a los eventuales responsables, detenidos vistosamente la víspera de nuestras fiestas patrias.
Se comprende asimismo que se exija la no consumación de un nuevo atentado, para eso están las policías y los tribunales, no para justificar represiones a quien no se debe, unas, y no para volver a encerrarse en su habitual paraíso artificial de ficciones jurídicas, las otras.
Lo que, sin embargo, rodea el hecho mismo, (al fin y al cabo una burdamente violenta y despiadada redundancia de consignas más o menos confusas), es una red preocupante de sospechas sobre sus causas y efectos últimos.
Las explicaciones ensayadas respecto a los autores, desde sus hábitos y preferencias personales hasta la ideología que, supuestamente, los llevó a fabricar la mutilación de sus semejantes, generan un impacto no menor en la llamada opinión pública, tan fuerte como el hecho mismo. La retórica desplegada en torno a ello por la amigable prensa nacional verdaderamente da que pensar y a mí también me genera una indignación particular, que no juzgo muy compartida.
Parece que el estallido de un petardo maligno hechizo reverberará por mucho tiempo más, en un pasillo oscuro de despistes, amenazas veladas, presentimientos catastróficos, desinformación, en suma.
Muchos opinan, pero pocos tienen algo verdadero que decir. La bomba alimenta la incertidumbre. Algo se nos ha dicho, como un grito que perforó nuestros oídos, pero no sabemos exactamente qué. Es en este momento donde los verdaderos problemas empiezan.
De esta manera, el atentado se convierte en un jeroglífico, un mensaje cifrado a cuyo verdadero contenido sólo unos pocos pueden acceder, dejando al resto la frustración o su pariente pobre, la superstición ¿Quiénes son los actuales sacerdotes de la pirámide que todo nos lo explicarán a nosotros, la masa ignorante?
En un acto de particular precipitación y dudoso profesionalismo, el noticiero central de Canal 13, no dudó en vincular el atentado al movimiento estudiantil a través de un galimatías de conexiones, más enredado que martingala en la bolsa de valores.
El telediario de la estación de Luksic, aún influyente, pese a su paupérrimo rating, lanzaba el dudoso perfume de conspiración, destinado lisa y llanamente a criminalizar al movimiento de nuestros estudiantes, antes llamado una “causa justa y hermosa” en sus mismas pantallas.
Como se sabe, Melissa Sepúlveda, líder de la CONFECH adhiere a una visión teórica del anarquismo.Sin embargo, la carismática dirigente nunca ha propalado a la violencia como motor de la causa de los estudiantes. Sin embargo, muy temprano, se postuló el pretendido móvil anarquista del crimen.El enlace quedaba instalado en el influenciable cerebro semidormido del espectador promedio.
No contentos con ello, los medios de la élite, parecen no detenerse en sus nocivos pensamientos en voz alta. Recientemente La Segunda publicó una nueva perla de excelencia periodística. Aparentemente quisieron superarse a sí mismos después del barroco y misterioso titular a horas del bombazo: “El retorno del miedo”, y publicaron un “perfil” de algunos de los detenidos, los supuestos integrantes de una célula anarquista autónoma.
Se los comenzó a tildar de grupos “antisistémicos” y, sorpresa, al hurguetear en sus vidas privadas, (siendo que no ha habido sanción resolutiva de la justicia), se descubre sus intereses malignos: ecología, veganismo, fabricación y venta de pan integral, la lectura de Nietzsche y Bakunin, y, horror de horrores, la perversa asignatura escolar en la que se destacaba uno de ellos en su colegio de barrio, aquel ramo que, oh, sí, lector yo mismo he enseñado a mis alumnas y alumnos por años, ¡mea culpa, mea culpa!, el siempre sospechoso Electivo de literatura. Música de cataclismo, pánico colectivo. Me imagino a la señora hiperventilada reclamando en su colegio de cinco estrellas que a su niñita la saquen de ese taller del diablo de inmediato…
Así, virtual, subrepticiamente, se divulga la falacia de que toda persona que cuestione, en diversos grados, al sistema político cultural imperante es, potencialmente, un terrorista. Todo aquel que cultive un estilo de vida o pensamiento alternativo cae en la nomenklatur policial. De aquí a la censura, a una Patriot Act chilensis hay un paso.
Esto hace rememorar las discusiones recientes sobre la frustrada Ley Hinzpeter, en particular las siniestras sugerencias de cierto oscuro senador derechista de la Quinta Región, llamando a encarcelar a todo aquel que teorice o enseñe en torno a ideas “antisistémicas”.
La lección es clara, no hay que leer a Bourdieu o Foucault para detectar la vieja política del garrote neoliberal, damas y caballeros, la política de shock en versión nacional reina entre nosotros. El doctor Goebbels ha triunfado.
No deja de sorprenderme la vigencia y poder abismantes de medios virtualmente en bancarrota, con escaso número de lectores o espectadores, que logran sobrevivir gracias a la dudosa y antidemocrática política de los avisajes influyentes.
Entonces comienzo a vislumbrar qué o quiénes podrían estar detrás de esta operación de diseñar e imponer este jeroglífico violento, que bien puede ser una de bandera falsa y una oportunidad de acallar de un modo rápido, eficaz o sea de bajo costo, todo viso de reforma al régimen neoliberal, jocosamente llamado economía social de mercado, ya sabe, ese de las colusiones y las cascadas on the rocks, donde nada es gratis y el esfuerzo solo se paga en incómodas cuotas.
Estoy persuadido de que la consigna es, en último término, desmovilizar a la ciudadanía, que ya estaba, ¿coincidentemente? sublevándose contra los descarados abusos de nuestro mediocre sistema de transportes, marchaba por la recuperación de nuestros recursos naturales y por la gratuidad de derechos básicos que no son, señor futuro candidato a la presidencia, bienes de consumo.
Esto ya les resultó una vez y gobernaron toda una década los poderes juntos de la mano, (aunque separados por una cerca artificial), consagrando el modelo de injusticia del cual estamos ya hartos.No hay retroexcavadoras, aplanadoras o bombas de racimos, aquí solo hay miedo y más miedo, el campo donde prosperan los especuladores de toda laya.
En este punto detengo mi escritura, y tiemblo un poco recordando esa escena de la versión fílmica de “1984”, en la cual un mocoso insolente y regordete le dice al atribulado personaje de John Hurt: “¡Usted es un piensa-criminal!” Este neologismo orwelliano me parece la etiqueta con la que buscan marcar mi brazo y la de todos aquellos que intentemos perturbar el falso sueño de progreso al que dicen que nos conducen.