16 sep 2014

Sobre la violencia

La violencia sólo engendra violencia. Por eso quiero trabajar por la paz.

Tenemos personas y grupos que proponen y ejercen violencia como arma de enriquecimiento, de acción política, de difusión de ideas, de resolución de conflictos personales y familiares, de expresión de su descontento, de su deseo de mantención de un cierto orden establecido.

Hay una violencia sistémica, que no se expresa en armas de fuego sino en otros tipos de represión – sociológica y psicológica – que deja la sensación de que la sociedad debe inmovilizarse y permanecer en el estado en que está.

Y si ese estado es de injusticia para algunos – las mayorías generalmente – surgen grupos que proclaman que frente a la “violencia institucionalizada” opondrán la “violencia revolucionaria”. Y cuando ella se hace consigna, entonces aparecen grupos de apoyo de civiles antirrevolucionarios, para agregar a la lucha las acciones violentas armadas para la defensa del sistema.

Alguna vez fueron las milicias republicanas, después Patria y Libertad, en fin. En Argentina fue la AAA y así van surgiendo grupos en una escalada de conflictos. Es tal el entrecruce de todo esto, que aun hay gente que cree que al oficial de Marina Araya Peters, edecán de Allende, lo mató un comando de izquierda, cuando según se probó fue un comando de Patria y Libertad.

Entonces siempre nos preguntamos a quién favorece la violencia política, suponiendo que tras ella hay alguna racionalidad. (A veces la hay. Incluso, cuando parecen cerrarse todos los caminos, hasta la ortodoxia tomista católica acepta el derecho de rebelión).

En los hechos acaecidos en Chile en los últimos años (básicamente bombas y encapuchados de las marchas) se pueden distinguir diversas figuras.

Hay un tipo de violencia que se manifiesta en bombas de ruido, molotov (incendiarias), armas caseras y piedras, que generalmente podemos identificar como de grupos de poca organización, casi espontáneos, radicados en ciertos barrios de Santiago y otras ciudades grandes y que expresan el descontento y la desesperación de quienes no tienen otros caminos para expresar la ira.

Eso se mezcla con otras manifestaciones antisistémicas (delincuencia y drogas, por ejemplo). Estas personas son, por regla general, detenidos con cierta facilidad sin que hayan hecho grandes daños en la propiedad y en terceras personas.

Hay otro tipo de violencia de mayor envergadura, con bombas más elaboradas y destinadas a causar daños significativos. También la de esos encapuchados que aparecen al final de las manifestaciones públicas, que atacan todo lo que está cerca y se enfrentan a los policías. Son los que trataron de quemar a un periodista, luego de rociarlo de combustible.

Ellos no son nunca detenidos: ni los que colocan las bombas grandes ni los encapuchados. Cada vez que escribo esta palabra recuerdo a los interrogadores encapuchados del Estadio Nacional en 1973 y a aquellos agentes encapuchados que actuaban en las detenciones durante toda la dictadura. Y siguen circulando en libertad, sin castigo alguno, pese a que la policía uniformada dice tener agentes encubiertos, como aquella vez que fue identificado un funcionario estando de civil y con el famoso pasamontañas sobre su rostro.

Fueron manifestantes, estudiante esa vez, los que lo identificaron cuando ese policía estaba con los que generaban la violencia en una marcha pacífica. Sorprendido el policía y entregado a los uniformados por los jóvenes, el mando no tuvo más que reconocer su carácter de infiltrado. Y no se supo más. Ni una explicación, ni una disculpa, nada.

Todo esto nos lleva a pensar que estos delincuentes tienen algún tipo de protección especial que les facilita su accionar violento y descomedido. Ellos parecen estar favorecidos por un aura mágica que les permite circular sin ser detenidos ni hallados en sus guaridas, pese a las infiltraciones. Curioso. Sospechoso.

Habría que preguntarse entonces a quién favorece este tipo de acciones violentas.¿A los manifestantes? Sin duda que no. Claramente beneficia a los que se autoproclaman como “defensores del orden” y que en aras de defender esas estructuras creadas para su beneficio y solaz no han trepidado en justificar, alentar o ejecutar las peores maniobras criminales que la historia de Chile registra, desde el asesinato de Manuel Rodríguez hace casi 200 años, hasta las violaciones de los derechos humanos ejecutadas por militares al amparo y bendición de civiles que se cobijan en ropajes de santidad, jubilaciones jugosas y dietas parlamentarias.

Porque invocando esa necesidad de orden, de su orden, de sus protecciones particulares, de su sistema económico y político, buscan aterrorizar a la población, despertar recuerdos odiosos, agitar las aguas en su interés, dispuestos a todo.

Invocando ese criterio, piden más recursos para las “ineficaces” policías y estos funcionarios ineficaces – por no decir otras cosas – anuncian más y más planes de acción, todos los que van igualmente destinados al fracaso. Porque para encontrar a los autores de los delitos quizás deban mirar más cerca. No puedo evitar recordar a ese oficial que murió en Punta Arenas mientras ponía una bomba en un recinto eclesiástico pretendiendo pasar por izquierdista.

Lo más grave es que las autoridades políticas, aterradas, acorraladas por sus opositores y debilitadas por sus propios errores, ceden a las presiones con presteza sin igual y anuncian seguir dándole dinero a quienes han sido incapaces de hacer su trabajo medianamente. En lugar de ello se debió haber pedido la renuncia a todo el alto mando institucional. Y si no hay posibilidades de sustituirlos con personal de la misma institución, habría que intervenirlos.

Se está creando un clima peligroso: la provocada “crisis” económica, las campañas del terror en todas las áreas, la agitación desmedida en torno a temas diversos, parece querer poner de rodillas al ejecutivo como ya se consiguió hace algo más de una década.

No más violencia, debe ser el lema. Y para eso, como se hizo en el país vasco, no se requiere más represión, sino compromisos reales y soluciones efectivas de los problemas.

No más violencia. Para eso, es necesario ir desarmando estructuras y desarmando instituciones. La paz no se construye con armas.

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