– ¡Compórtese como señorita!
– ¡Hable como hombrecito!
– Las niñas son mejores para Lenguaje y los niños para Matemáticas.
Estas y tantas otras son expresiones que se repiten en los hogares, las salas de clases y en los patios de muchos colegios a lo largo y ancho de Chile. Y es que tenemos tan naturalizada la caracterización que la sociedad androcentrista ha construido en torno a los roles de género, que habitualmente se filtran en nuestro discurso y en nuestras prácticas cotidianas estereotipos y prejuicios sexistas que tienen siglos de arraigo en nuestro imaginario social y cultural.
Tenemos el convencimiento–porque así lo internalizamos desde pequeñas y pequeños– que hombres y mujeres están predispuestos a ser mejores o peores para ciertas tareas y en ciertas materias sólo según su sexo.
En el colegio se replican estas mismas jerarquías sexistas que operan en nuestra sociedad. Estos se manifiesta, por ejemplo, en los resultados que obtienen los niños y las niñas en distintas pruebas estandarizadas nacionales e internacionales: en Simce,Timms, PISA y la PSU se puede observar que los niños siempre aventajan a las niñas en matemáticas y las niñas los aventajan a ellos en lenguaje.
Esto no tiene que ver con las características propias de los niños y las niñas, sino con un sistema que los predispone a una u otra materia, lo que constituye una discriminación que está afectando no sólo sus resultados, sino sus expectativas de estudio y trabajo.
Esta discriminación que se ve nítidamente en los resultados de pruebas estandarizadas es sólo la muestra de prácticas mucho más cotidianas y, lamentablemente, naturalizadas por la sociedad y el sistema educativo.
Por ejemplo, en los instrumentos curriculares que se utilizan en la escuela tales como los textos escolares, los planes y los programas de estudio, se evidencia una desigualdad en el tratamiento del género con un relevo constante de “lo masculino” en todas las materias, ya sea contando la historia exclusivamente a través de protagonistas hombres o utilizando etiquetas y ejemplos estereotipados,que subrepticiamente favorecen a la asimilación por parte de las niñas y niños de la postura más tradicionalista del deber ser, cuando las posibilidades son tan numerosas como personas habitan el planeta.
También traspasamos nuestros propios sesgos, prejuicios y estereotipos en la sala de clases a través del currículo oculto, que son todos aquellos conocimientos que absorben los y las estudiantes que no tienen relación expresa con el currículo oficial,que pueden o no ser enseñados de manera consciente y que tienen un impacto real en la forma de cómo las niñas y niños se acercan al conocimientoa través de la construcción de percepciones asociadas a los roles de género.
Pero, ¿cómo desmantelamos las jerarquías de género que existen en el aula?
No es una tarea fácil,puesto que como todo proceso de reconstrucciónde la identidad cultural requiere tiempo y enfoque.
Lo primero es visibilizar y sensibilizar sobre esta realidad a toda la comunidad educativa (directivos, profesores y educadores, asistentes de la educación, estudiantes y padres y apoderados).
En la medida que seamos conscientes de que existe inequidad en el tratamiento de los géneros, podremos efectivamente cambiar las conductas y prácticas que conllevan algún tipo de sesgo,tanto en el ejercicio docente como en la gestión curricular e institucional.
Un segundo paso es enfocarse en acciones concretas orientadas al derribamiento de los mitos, prejuicios y estereotipos enraizados en la comunidad educativa y, paralelamente, una redefinición de lo que se entiende y conoce como lo femenino y lo masculino, porque una cosa es clara y es que las niñas también son de Marte y los niños también son de Venus.
Por último, sería conveniente la elaboración de un plan que contemple acciones y prácticas que contribuyan a eliminar las desigualdades de género que pudiesen existir en las comunidades educativas.
Si bien la brecha de género existente en nuestro sistema educativo es reflejo de las estructuras y dinámicas de poder con que operan las sociedades, las y los docentes pueden y deben ser agentes del cambio. De ahí la importancia de incorporar también el enfoque de género en su formación inicial y continua.
Cuando las niñas y niños van al jardín y al colegio además de las distintas asignaturas, aprenden a convivir, a respetarse, a valorarse,a reconocerse y validarse como otras y otros legítimos, al mismo tiempo que van construyendo su propia identidad,una identidad que no cabe en un traje de talla “estándar”.