Hace un siglo, Alemania invadía Bélgica y Luxemburgo para llegar a París y dominar Francia; poco antes Austria-Hungría iniciaban la ocupación de Serbia y la monarquía en Rusia reclutaba doce millones de soldados para avanzar sobre Prusia y los Balcanes. En cosa de semanas se extendía uno de los más cruentos y devastadores conflictos armados en la historia de la humanidad.
El recuento final señala más de nueve millones de efectivos muertos en combate y más de veintidos millones de “bajas”, es decir, de combatientes mutilados o inválidos de por vida, destruidos físicamente por las explosiones, los gases y armas químicas, así como por las infecciones, el frío o el hambre.
La Gran Guerra como eufemísticamente se le llamó no detuvo, a pesar de todo su horror, una nueva matanza de seres humanos, ya que sólo dos décadas después otra conflagración, la Segunda Guerra Mundial, aniquilaba más de sesenta millones de personas destruyendo países y continentes, como Europa y Asia, en una escalofriante demostración de que la locura y la irracionalidad cuando se apodera del poder de los Estados, sobre todo cuando estos son los que pertenecen a las potencias centrales, se puede llegar a poner en peligro la propia prolongación de la vida humana en el planeta.
La civilización de la que formamos parte logró superar la prueba; las naciones se pusieron de pie, se mitigaron los dolores y se volvieron a levantar los edificios, puentes, puertos, carreteras y la infraestructura destruida y se acordó que se estableciera primero, la Sociedad de las Naciones y luego, el Sistema de Naciones Unidas para evitar que tales horrores pudieran repetirse.
Sin embargo, resulta penoso constatar que la paz en el mundo es frágil y que está permanentemente amenazada por agresiones de diversa índole que muestran un orden internacional con fuertes grados de inseguridad e inestabilidad.
El término de la llamada Guerra Fría en la frontera de la década del ochenta al noventa del siglo pasado no condujo a que se estructurara una convivencia de paz y solución concordada de las disputas y controversias en las diferentes regiones del mundo.
Por el contrario, es evidente que múltiples conflictos no encuentran solución.Los organismos creados en el nuevo sistema mundial son ineficaces y simples testigos de situaciones que escapan de control.
Las potencias centrales no son capaces de imponerse por sí solas y tampoco son capaces de ponerse de acuerdo.
Es cosa de ver la tragedia de Palestina y la ocupación de la Franja de Gaza por Israel que desestabiliza el conjunto de la situación en el Medio Oriente. Muy cerca de allí tanto en Siria como en Irak esos pueblos y naciones continúan desangrándose en luchas inacabables que en cualquier momento pueden extenderse hacia Irán o Turquía con un impacto incalculable sobre todo el planeta.
Asimismo, la situación que se ha ido configurando en la zona de Ucrania es de una peligrosidad imposible de exagerar.Ya ocurrió el derribamiento del avión comercial que significó la pérdida de casi trescientas vidas inocentes y prosiguen los combates en esa región que se ha ido ubicando como una especie de neofrontera del antiguo conflicto Este-Oeste. La evolución de todo ello resulta ser enormemente inquietante.
Asimismo, en Asia se registran otros preocupantes focos de tensión, que afectan las relaciones entre China y Japón y otras áreas del sudeste asiático, cuyas connotaciones tampoco resultan ser alentadoras.
Se puede apreciar que la intervención armada en casos como los de Irak o Afganistán no ha resultado, de ninguna manera, la solución que se prometió cuando se reunieron las divisiones de combate, se movilizaron las formaciones aéreas y se pusieron en marcha los portaaviones, fragatas y submarinos.
Se ha confirmado que nada puede reemplazar a la paz en el mundo y entre las naciones.Aunque hayan pasado cien años desde la Primera Guerra Mundial y los millones de caídos sean un recuerdo cada vez más lejano no olvidemos su memoria. Que no sea dominante en nosotros el cinismo y la frivolidad pensando que estas son commemoraciones que se hacen simplemente por obligación.
No es así. En cada vida que se perdió había un ser valioso que murió para que se valore la paz y la dignidad de cada persona humana como el pilar esencial del porvenir de nuestra civilización.