Preferiría la paz más injusta a la más justa de las guerras. Cicerón
Mientras intento escribir este artículo, me embarga una desesperanza indescriptible. Mi alma está adolorida, me reviven mis fantasmas, se me agolpan mis escuetas lecturas, pienso en mi querido Voltaire cuando dice que “lo tremendo de la guerra es que cada jefe de los asesinos hace bendecir sus banderas e invoca solemnemente a Dios antes de lanzarse al exterminio de su prójimo”.
Miles de toneladas de letales bombas caen sobre una población civil indefensa en la franja de Gaza. Frontera entre dos países en conflicto, muy lejana a Chile.
Todos sin excepción somos cómplices de esta matanza cruel. Pesa sobre la conciencia de cada líder importante del mundo una responsabilidad histórica de la que no podrán justificarse, porque son parte de esta masacre.
La respuesta al asesinato de tres jóvenes judíos no se hizo esperar por el ejército hebreo. Cientos de personas inocentes han sido sacrificadas. Escuelas bajo el amparo y protección de la ONU, como centro de refugiados palestinos, fueron blanco preferido de la artillería pesada.
El Consejo de Seguridad de la ONU, pesa menos que un paquete de cabritas. El secretario general Ban Ki-moon, convoca a reuniones inútiles. Las potencias que están detrás de este conflicto, simplemente hacen oídos sordos. Ellos son los proveedores de las mortales armas que matan a diestra y siniestra.
Sus fábricas seguirán produciendo arsenales de guerra, que enriquecen a sus dueños con la sangre de niños y niñas, víctimas de sus fratricidas. El horror palpita a diario y el terror cunde por todas partes. Las noticias aunque sesgadas nos muestran un panorama de desolación y destrucción totales.
¡Paren de matar! es el grito sordo que nace de una comunidad solitaria; por aquellas escasas agrupaciones vivas de la sociedad mundial, para aferrarnos a un sentido mayor de la existencia terrenal, pensando que algo nos queda de humanidad, envuelto en una decencia perdida como una lágrima en el desierto.
Chile es miembro alterno de ese incompetente Consejo. Por tanto no está ajeno a sus atribuciones hacer y decir todo que esté a su alcance para detener el holocausto. Al menos llamó a su embajador en Israel, para consulta, como lo hizo un par de países latinoamericanos: la nada misma, como si a los demás el conflicto no le importara mayormente.
Lo que uno sabe es cuándo comienzan las guerras, no cuándo terminan.Su origen está claro, es entre dos naciones, uno invasor y otro dominado, pero ambas con intereses en todo el planeta.
El siglo XXI no será distinto al que dejamos atrás con dos guerras mundiales. Los continentes sufrieron las mismas consecuencias, absolutamente nadie se escapó, obviamente unos más que otros, sufrieron directamente los estragos. Las heridas bélicas todavía en muchos casos permanecen abiertas, no permitamos que a partir de este infausto conflicto inhumano se expanda sin que se pueda contener.
Es probable que ambos bandos tengan parte de razón y que los mueven a ser tan infames, sin importarles el sufrimiento de sus respectivos pueblos. Motivos de peleas desde que se creó las Naciones Unidas, en 1947, partiendo en dos el estado palestino y dándole el territorio a Israel; esa lucha por recuperar sus tierras no se detendrá jamás.
El Papa Francisco, argentino de nacimiento, fue allá, estuvo con los líderes de las naciones en conflicto, ofreció todo su oficio para encontrar caminos de concordia, de entendimiento, de una remota luz de esperanza que permita iluminar los sentidos de sus gobernantes, para construir el ancho sendero de la paz, no la paz de los sepulcros, sino la verdadera paz de los hombres mujeres y niños que sueñan con su propia libertad.
La Casa de la Hermandad a poco construida, se derrumbó. El trabajo realizado por el Pontífice fue estéril, quedó como tantos otros en el fichero-anecdotario. El cese al fuego no dura lo suficiente para retirar los cadáveres y heridos. La maldad está plasmada en cada hogar destruido, las madres lloran a sus hijos muertos, los esposos gimen por sus mujeres y los niños sollozan sin parar la desaparición de todo lo que los unía como familia.
Al ver estas imágenes por las noticias de TV, espantado me decía, dónde está Dios en todo esto, ¡dónde está Dios!, no vale la pena vivir como viven hoy los adultos, como alienados mentales.
Es de esperar que algún día, los hombres sean “civilizados” como los animales. No me supe responder, solo sentí que mi corazón se apretaba con un insondable dolor, perpetuo, sin parar.