El acuerdo tributario suscrito por el ministro de Hacienda, Alberto Arenas, y los miembros de la comisión de Hacienda del Senado, permitió acortar distancias entre el gobierno y la oposición sobre una materia en la que se requiere actuar con visión de Estado. Se han reducido los factores de incertidumbre en la economía y se ha creado un mejor clima para materializar una reforma tributaria que, junto con aumentar la recaudación del Estado, estimule el ahorro y la inversión. Sin embargo, los cuestionamientos no se demoraron.
Por el lado de la derecha, Jovino Novoa, de la UDI, dijo que el acuerdo implicaba avalar el aumento de impuestos que, a su juicio, siempre es negativo, y agregó que la derecha debía restarse a toda forma de compromiso con los planes del gobierno.
Desde Europa, Sebastián Piñera hizo todo lo posible, a través de su ex ministro Andrés Chadwick, para que los partidos de la Alianza no firmaran el acuerdo tributario. Es útil tener en cuenta que Andrés Allamand contó que un sector de la derecha busca el desgaste y en lo posible al fracaso del gobierno de la Presidenta Bachelet, y precisó que él no compartía tal política porque dañaba al país.
Por el lado de la izquierda, Alejandro Navarro, del MAS, Jaime Quintana, del PPD, y Guillermo Teillier, del PC, han criticado el acuerdo tributario sobre todo porque lo ven como un peligro de que vuelva la “política de los consensos”, que habría sido el gran pecado de los gobiernos de la Concertación. Es evidente que ellos asocian la noción de consenso con la idea de claudicar ante los enemigos. Suena antiguo, pero es así.
Presionaron juntos en la reunión del comité político de La Moneda el lunes 14 para obtener la promesa del ministro del Interior, Rodrigo Peñailillo, de que no se repetirán acuerdos como el tributario, lo que revela un intento de amarrar las manos al gobierno.
Es evidente que una parte de la derecha fomenta una línea opositora basada en el criterio de “tanto peor, tanto mejor”. En otras palabras, no atenuar las dificultades económicas, sociales o políticas, sino al revés, estimularlas para que al gobierno pierda apoyo ciudadano. Ese sector cifra grandes expectativas en los errores que pueda cometer el gobierno y, sobre todo, en la posibilidad de que las posturas fundamentalistas predominen en el bloque gobernante.
La visión de ese sector de la derecha converge en los hechos con el discurso de los grupos de la Nueva Mayoría que consideran que el gobierno debe impulsar una especie de remodelación global de la sociedad sobre la base de aplicar el programa presidencial sin miramientos.
Tal discurso defiende la idea de que, con la mayoría conseguida en el Congreso, no hace falta gastar tiempo en examinar el contenido de los proyectos de reforma ni en estudiar sus posibles efectos. Hay que limitarse a votar. Tal postura no expresa preocupación alguna por las consecuencias de una ley mal concebida. A sus voceros no se les pasa por la mente la posibilidad de que las cosas no resulten del modo que fueron diseñadas.
La democracia solo puede funcionar eficazmente si entre las fuerzas políticas prevalece la modestia republicana. No está en discusión la regla de la mayoría para zanjar las diferencias, pero la mayoría no tiene carta blanca para hacer y deshacer, sobre todo si se trata de asuntos que exigen políticas de Estado, como el sistema tributario y el marco legal de la educación. Además, no hay que olvidar que las mayorías electorales son como las mareas: van y vienen. Ningún sector, aunque se llame “nueva mayoría”, puede creer que será mayoría para siempre.
Se escucha decir que no hay que asustarse por los desacuerdos. ¡Por supuesto!Cómo podría ser de otro modo si lo que más abunda en una sociedad abierta son los desacuerdos sobre las más variadas materias. El régimen de libertades se basa en la protección de la diversidad, lo que hace compleja la convivencia.
Lo verdaderamente difícil es ponerse de acuerdo porque ello exige dialogar, o sea, escuchar a los otros. Fue lo que hicieron la CUT, presidida por Bárbara Figueroa, y la CPC, presidida por Andrés Santa Cruz, con el fin de acercar puntos de vista sobre la legislación laboral. Y fue un esfuerzo productivo. Consenso le llaman.
El diálogo es una invitación a pensar. ¿Qué puede ser más valioso para la vida en comunidad que buscar un camino racional para resolver las diferencias? Solo una visión integrista puede oponerse a esto. Todos los logros fundamentales conseguidos por Chile en los últimos 25 años se han originado en un esfuerzo colectivo en favor del diálogo y los acuerdos.
Y el camino no estaba pavimentado. Hubo diferencias que no pudieron resolverse. Pero las principales corrientes políticas apostaron por la búsqueda de coincidencias, lo cual exigió paciencia, buena voluntad y sentido nacional.
Por cierto que ello no suspendió la lucha por el poder, ni la competencia electoral ni la ambiciones políticas (no vivimos en una sociedad de ángeles). De todas maneras, gracias a ese esfuerzo fue posible reconstruir el régimen de libertades. Así progresó Chile.
Para que podamos dar nuevos pasos hacia una sociedad a la vez próspera y solidaria, tenemos que apostar por la razón, el diálogo y los acuerdos, y resistir el ruido, las consignas y la intolerancia. El diálogo entre quienes piensan distinto ofrece una oportunidad a la inteligencia. Es el método democrático, y debemos defenderlo.